domingo, 19 de junio de 2022

William Shakespeare: El rey Lear

Idioma original: inglés

Título original: The Tragedy of King Lear

Año de publicación (representación): 1604

Valoración: Entre recomendable y Está bien


Algo tiene este libro que parece resistirse a ser reseñado, quizá algo parecido al mal fario de la obra escocesa que Juan nos contó hace algún tiempo con su habitual desenvoltura. El caso es que leí la historia de este rey hace ya muchísimo tiempo y me dejó una sensación amarga, poco grata, lo cual seguramente es señal de que el autor ha acertado porque se diría que es justo lo que pretendía transmitir, pero me quitó las ganas de saber nada más de esta tragedia, en la que la mayoría de los personajes forma el elenco de malvados más bárbaro que se ha conocido durante siglos. Por una serie de casualidades, mucho tiempo después vuelvo a tener entre manos este drama, que al parecer hunde sus raíces en cierta historia medieval relacionada con la fundación de algunas localidades inglesas, tal vez el mismo Londres.  

El cuadro me vuelve a perturbar bastante. Ese viejo rey tiene, efectivamente, Juan, algo de emérito que pretende mantener ciertos privilegios, aunque en este caso, en una decisión que resultaría nefasta, decide dividir el reino entre sus tres hijas. Pero Lear, antes de entregar el regalo, quiere darse un baño de cariño y, como ocurre en muchas parábolas, espera de cada una de ellas una bella manifestación de amor filial. Cordelia, la hija más querida, es sincera pero quizá algo más escueta de lo que pedía la ocasión, y esto desagrada al anciano, que ya parece estar un poco tocado por la demencia. Las otras dos hermanas, dos de las más odiosas víboras de la historia de la literatura, se deshacen en adulaciones, y el rey, encantado con la demostración, les recompensa con la mitad del pastel a cada una, dejando a la honesta Cordelia más tiesa que una mojama.

Pero esto no ha hecho más que empezar. A partir de aquí se desata la locura y las intrigas hasta terminar en un baño de sangre, incluyendo ojos arrancados, algunos asesinatos que por contraste parecen más limpios, padre maltratado y humillado hasta acabar perdido en medio de una tormenta, nobles vendidos a la codicia e hijos que no se andarán con remilgos para ocupar, traiciones mediante, puestos preeminentes. Mentiras, disfraces y maniobras sucias aderezan la historia hasta resultar una cosa muy salvaje que tiene su contrapunto en unos poquitos personajes, además de la citada Cordelia, que pese a todo son capaces de mantener lealtades y luchar por la verdad y la justicia.

Claro, todo esto visto desde la perspectiva del lector corriente que es uno, porque leyendo por ejemplo al director Peter Brook, especialista en Shakespeare y rendido entusiasta de esta obra, se ve que cada personaje, cada situación, tiene mil matices que quizá estaríamos obligados a analizar con mucho más detenimiento.

Pero, claro, estoy escribiendo esta reseña muchos meses después de aquella relectura que comentaba antes, y la memoria da para lo que da. Aunque las sensaciones son muy parecidas a la de la primera vez. Esto es una tragedia con todas las mayúsculas, en ciertas manos daría para una película gore, pero sobre todo deja una especie de desazón porque todo lo que llega al lector, o espectador, es de una negrura estremecedora: traiciones, locura, ingratitud, senilidad, egoísmo, casi no hay espacio para algún sentimiento noble que solo se deja ver con timidez, como desbordado, aplastado por toda esa marejada de ignominia. Es seguramente la tragedia más dura de Shakespeare (y mira que tiene competencia) y, aun al segundo intento, no he conseguido vencer la desazón de enfrentarme a algo tan brutal.

Quizá todo esto me impide verle ningún lado humorístico, y por eso mismo, Juan, no pudimos sintonizar lo suficiente como para hacer una reseña a cuatro manos. Y luego ya se sabe, se deja pasar el tiempo y tal. Pero bueno, mira por donde, recordando cosas sueltas y aquella colaboración frustrada, han salido casi sin querer estos parrafitos. Y, mal que bien, ya está El rey Lear en ULAD, que iba siendo hora.

Firmado: Carlos Andia


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