lunes, 27 de junio de 2022

Salvador Elizondo: Farabeuf o la crónica de un instante

Idioma original:
español
Año de publicación: 1965
Valoración: Muy recomendable (imprescindible para estetas)

Todo lector sabe que unos libros conducen a otros, o que, como decía Julia Kristeva, "todo texto es un mosaico de citas, todo texto es absorción y modificación de otro texto". Yo, en mi ignorancia, desconocía la existencia de Farabeuf, de Salvador Elizondo, hasta que leí Restauración, de Ave Barrera, novela que la toma como uno de sus modelos o referentes: no solo el propio autor aparece como personaje en la obra de Barrera, sino que muchos motivos narrativos y simbólicos son comunes a ambas obras. Así, en cuanto acabé Restauración me pudo la curiosidad y decidí comprarme Farabeuf para poder apreciar personalmente esa misteriosa "novela sobre nada" que se ha convertido, cincuenta y pico años después de su publicación, en un clásico indiscutible de la novela mexicana.

Y lo cierto es que Farabeuf es, efectivamente, una novela sobre nada, o sobre casi nada - si es que se puede llamar novela, que esa es otra. A lo largo de sus casi 200 páginas encontramos una serie de imágenes, escenas, temas o motivos que se repiten, se combinan, mutan como las variaciones de un tema musical. Una de esas escenas es la de una pareja paseando por la playa; otra, la de una especie de ritual erótico sadomasoquista entre un doctor (quizás el propio Farabeuf, o no) y una enfermera/monja. Entre los elementos que reaparecen están el I-Ching chino (cuyo funcionamiento combinatorio puede también tener algo que ver con la estrutura de esta propia novela), la figura del famoso científico y cirujano Louis Hubert Farabeuf y, sobre todo, la que parece haber sido la inspiración para toda la obra: una famosa fotografía del leng t’ché, un método de tortura y ejecución chino también conocido como "muerte por mil cortes". 
 
Esta fotografía, que también obsesionó a George Bataille (y que no incluyo en esta reseña por si es demasiado gráfica para algunos lectores, aunque es fácil de encontrar en internet), muestra a un condenado en los últimos momentos de su tortura, quizás poco antes de morir, con una expresión extasiada. De aquí surge uno de los temas centrales de Farabeuf, y también de la obra de Bataille, Las lágrimas de Eros: la mezcla o confusión entre placer y dolor, entre deseo y muerte. Jugando e insinuando, sin llegar nunca a lo grotesco, la novela plantea la repetición de la ceremonia del leng t’ché, pero aplicada esta vez sobre el cuerpo femenino y acentuando sus connotaciones eróticas.

Pero no es este el único tema que se repite a lo largo de la obra: otro elemento central es el de la propia capacidad para narrar, para recordar, para reconstruir lo vivido. A través de repeticiones e insistencias ("¿Recuerdas?", pregunta constantemente el narrador, sin que se sepa muy bien a quién), el texto parece reiniciarse continuamente, intentando atrapar ese instante que quizás no existió, o si existió no fue de hecho como lo recuerdan ninguno de sus participantes. La presencia constante de espejos, la duda sobre la veracidad o el origen de la voz que narra, la multiplicación de dudas y perspectivas contribuyen a crear esta nebulosa en la que está en juego la posibilidad de contar, de recordar y de comprender. 

Estoy seguro de que si hubiera leído esta novela hace, no sé, quince o veinte años, me habría vuelto loco, le habría dado un Impresdincible con todas las mayúsculas, y le habría hecho una reseña extasiada como la expresión de la víctima del leng t'che. Y sigo reconociéndole un mérito, una calidad y una belleza extraordinarias, a la altura de las mejores obras del Modernism anglosajón, o de la nouveau roman francesa (con la que comparte fechas, aunque la influencia que se suele citar es la de la nouvelle vague cinematográfica). Lo que pasa es que ahora mismo, pasados esos quince o veinte años, estoy ya algo desencantado de las obras literarias que se consumen sobre sí mismas, que basan su potencia en el juego estético y no en la referencia o la intervención en la realidad. Es un monumento y merece su lugar en el canon y en la historia de la literatura mexicana; pero ahora mismo no entra en mi panteón personal, como probablemente sí habría entrado en el de mi yo lector más joven...

1 comentario:

Carlos Andia dijo...

Me encanta la reseña y me encanta el libro. Un descubrimiento de esos que me gustan!