Año de publicación: 2009
Valoración: muy recomendable
No voy a empezar con algo tan reiterado como que a veces grandes novelas surgen de bajas pretensiones. Porque Corazón de napalm se presentó a un premio y lo ganó. Algo de convicción en su obra tendría la autora cuando lo hizo, y aunque no haya que incidir más en la cuestión, creo que algo debió percibir. Una novela que podría parecer un mero ejercicio de suspense, las clásicas tramas que van a confluir, el lector especula cómo y cuándo, pero que no se queda ahí, que a través de ese encaje va más allá de sus intenciones y del marco de sus personajes.
Y me gusta Clara Usón, me gusta mucho aunque definiera como fallido su libro anterior, creo, aunque no he leído todas sus novelas, que es una escritora que mantiene su obra en una línea muy interesante, a espaldas de exigencias comerciales o de adscripción a una u otra corriente, sus novelas, incluso cuando no coinciden exactamente con la definición de novela, acostumbran a manipular resortes inusuales y a ser aguerridas, y eso fue lo que me frustró en El asesino tímido, que no incidiera en todas las posibilidades de la trama y que, a pesar de su eficacia narrativa, amagase y no golpeare.
Corazón de napalm plantea algunos de sus temas habituales, como son la figura materna y la pulsión suicida, sea esta manifestada de forma dura y tajante o lenta e inexorable. Para empezar, Fede, el protagonista de la narración, es un preadolescente en la turbia primera mitad de los 80, obsesionado por Sid Vicious (miembro particularmente nihilista de los Sex Pistols, ergo no-músico elevado a icono de un movimiento), y es un niño obeso, contento de estarlo, con actitudes pueriles hacia la vida, al margen de sus ídolos, su camiseta de los Pistols, y su sempiterna desorientación: ha sido enviado a Santander y obligado a convivir con su padre y su nueva pareja, mientras su madre se ha quedado a vivir en un piso en una zona acomodada de Barcelona, financiado por su suegro, alejada de su marido y su hijo pues es 1984 y es seropositiva. Los planes con Fede le desagradan profundamente. Enviarlo a internados, que no moleste demasiado, que termine siendo un hombre de provecho.
En la otra rama de la historia (que se alterna con los capítulos con Fede como protagonista) tenemos a Marta, pintora de cierto talento que se ha visto, para ganarse la vida, obligada a ocultar. Sus mayores logros artísticos han consistido en formar parte del equipo de Maristany, un célebre pintor ya fallecido que, en su última etapa, ha necesitado ayuda para acabar sus obras. Estamos ya en la primera década del presente milenio y Marta representa la precariedad de la generación post-boomer: malvive de diversos oficios, su vida sentimental registra oscilaciones, quiere evitar a toda costa representar una carga por sus padres (que viven en Valladolid) y parece buscar una estabilidad que le es negada por las circunstancias. Conoce a Juan, un juez especializado en menores, hombre guapo y brillante pero de escasa ambición, y se emparejan.
Sobre esas dos tramas que se adivinan confluyentes, Usón retrata, en especial, la generación de los primeros 80, la irrupción de la heroína y sus funestas consecuencias. No es un retrato directo y morboso, Usón no es Irvine Welsh. Es más bien una presencia constante que condiciona ciertos actos de sus personajes. Veo también ciertos aires a lo Juan Marsé: esa Barcelona donde los cuatro o cinco kilómetros que separan Sarrià del Raval (aunque a eso se le llamaba por entonces el Barrio Chino) son una insalvable frontera invisible donde las interacciones solo pueden producirse por filtraciones esporádicas y controladas. El Raval es el tercer vértice de un triángulo que, en Marsé, reflejaba el Carmelo. El comportamiento del abuelo, presente solo en sus acciones, como adinerado consigliere ausente garante del perfil industrial catalán: discreto, temeroso de los escándalos, con una percepción fría de la responsabilidad, en un caso extremo, feroz guardián de lo obtenido con el esfuerzo, vertebra la novela y, junto a una sutil crítica del comportamiento del mercado del arte (otro submundo propio de la Barcelona post gauche divine), sin llegar a los escenarios extremos trazados por Houellebecq en El mapa y el territorio, se completa una novela de impecable factura, de modestos logros que configuran uno grande, y a la que solo puede oponerse algún detalle o incoherencia algo ingenua, que toleraremos como licencia creativa, quizás bordeando lo surrealista por poco creíble, pero desde luego sin peso para desequilibrar la balanza. Muy buena novela.
1 comentario:
Me ha descolocado. Esperaba más y sin embargo me ha tenido ensanchado. La historia de Fede muy bien, todos los peros para la historia de ella, no la entiendo y no se quién es... Y no me cuadra tanta crueldad, no una reflexión final tan rebuscada. En cualquier caso curiosa y adictiva pero diría que tramposa y un pelín pedante.
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