Título original: Traité sur la tolerance
Año de publicación: 1763
Traducción: Mauro Armiño
Valoración: recomendable
En 1762, sucedió en Toulouse el caso de Jean Calas: un comerciante éste de religión protestante que tuvo la desgracia de que uno de sus hijos se suicidara; pero además, debido a la acusación de los sectores más católicos de la ciudad, toda la familia Calas fue acusada de haberle asesinado porque el joven quería cambiar de religión (hacia el catolicismo, se entiende). Al final, el padre, jean, asumió toda la "culpa" para exonerar a su familia y fue ejecutado por ello, para alborozo de la multitud tolosana. En cambio, en la al parecer más laica y moderada París, adónde se dirigió su viuda para reclamar justicia al monarca, el asunto causó una gran indignación, al menos en los círculos ilustrados a los que pertenecía e incluso podríamos decir que lideraba Voltaire y motivó que redactara este Tratado sobre la tolerancia. (*)
En su obra, Voltaire, con esa claridad expositiva y estilística que le caracteriza (y de la que no solo deberían haber aprendido muchos de sus contemporáneos, sino también no pocos ensayistas actuales), pasa revista al caso de Jean Calas, se lamenta de la injusticia cometida y critica con dureza a quienes considera responsables. A partir de ahí, Voltaire se lanza a una disquisición sobre el concepto de tolerancia, su pertenencia al derecho natural o divino (según él, pertenece al primero, claro, excepto en el caso del judaísmo), sus posibles peligros, etc. y sobre la evolución de las leyes y costumbres a lo largo de la Historia, examinando la actitud de los antiguos griegos y romanos -en el caso de los mártires cristianos, Voltaire atribuye su persecución más a la actitud exaltada e irrespetuosa de éstos que a la intransigencia romana-, para pasar luego a loar la gran tolerancia que muestran, según él, los fieles de otras religiones, como los mahometanos y, sobre todo, los judíos (si viviera hoy, a monsieur Arouet le daba un pasmo), en contraste con lo que ocurre entre los cristianos...
En su obra, Voltaire, con esa claridad expositiva y estilística que le caracteriza (y de la que no solo deberían haber aprendido muchos de sus contemporáneos, sino también no pocos ensayistas actuales), pasa revista al caso de Jean Calas, se lamenta de la injusticia cometida y critica con dureza a quienes considera responsables. A partir de ahí, Voltaire se lanza a una disquisición sobre el concepto de tolerancia, su pertenencia al derecho natural o divino (según él, pertenece al primero, claro, excepto en el caso del judaísmo), sus posibles peligros, etc. y sobre la evolución de las leyes y costumbres a lo largo de la Historia, examinando la actitud de los antiguos griegos y romanos -en el caso de los mártires cristianos, Voltaire atribuye su persecución más a la actitud exaltada e irrespetuosa de éstos que a la intransigencia romana-, para pasar luego a loar la gran tolerancia que muestran, según él, los fieles de otras religiones, como los mahometanos y, sobre todo, los judíos (si viviera hoy, a monsieur Arouet le daba un pasmo), en contraste con lo que ocurre entre los cristianos...
Aquí es donde ya Voltaire se suelta y emprende una diatriba sobre la falta de tolerancia de que ha hecho gala el cristianismo (recordemos que un siglo antes su país se había desangrado en las guerras de religión), independientemente de la rama que se profese; muy divertida resulta, por cierto, la fábula sobre un mandarín chino que trata de mediar en las disputas entre un jesuita, un luterano y un reformista holandés. Arremete, de paso, contra las indulgencias papales, las supersticiones populares -"La superstición es a la religión lo que la astrología a la astronomía: la hija muy loca de una madre muy cuerda (...)"-, cualquier dogmatismo -"Cuanto menos dogmas, menos disputas y cuanto menos disputas, menos desgracias; si esto no es verdad, estoy equivocado"-; usa la ironía tanto contra jesuitas como jansenistas, etc. Todo ello echando mano no sólo del razonamiento lógico, sino también deun gran sentido del humor, por medio de ejemplos, anécdotas, aforismos y otros recursos que consiguen hacer aflorar la sonrisa, pese a la gravedad del tema. Para acabar, o casi, con una oración a Dios en la que le pide que los humanos nos ayudemos unos a otros, por encima de nuestras diferencias, respetando las mil formas de adorar a ese dios al que se dirige cada cual.
Como podemos suponer, muchos de los ejemplos y referencias que cita Voltaire no le serán ya familiares a la gran mayoría de sus lectores actuales y tampoco entre nosotros, o al menos es lo que sucede en Europa, tiene tanto peso la religión como antaño (cabe preguntarse hasta cuándo, en todo caso9; aún así, la lectura de este tratado sigue resultando conveniente y sus conclusiones de lo más pertinentes en esta época en la que al integrismo intolerante de algunos existe la tentación de oponer una intolerancia de signo contrario (o no tan contrario... quizás se trate de los mismos perros con distintos collares). pero no perdamos la esperanza: recordemos que este libro tuvo en Francia un inesperado éxito a raíz de los atentados de Charlie Hebdo, multiplicándose por doce suis ventas... ojalá lo leyese todo el mundo sin necesidad de que ocurra algo así.
También de Voltaire y reseñado en Un Libro Al Día: Cándido o el optimismo
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