martes, 11 de mayo de 2021

Ngũgĩ Wa Thiong'o: Luchar con el diablo

Idioma original: inglés
Título original: Wrestling with the Devil
Traducción: Josefina Caball (ed. en catalán). Sin traducción al castellano de momento.
Año de publicación: 2017
Valoración: entre recomendable y está bien

Considerado uno de los grandes escritores africanos actuales, la obra de Ngũgĩ wa Thiong’o se desarrolla principalmente en torno a la denuncia sobre la falta de libertades, a la crítica del sistema opresor contra las minorías y a la defensa de unos ideales enraizados en la defensa de las lenguas oprimidas por el ansia de las culturas colonizadoras que someten y ejercen presión sobre territorios ajenos.

El libro que nos ocupa es un ejemplo de la literatura de Thiong’o, pues ya desde las primeras páginas denuncia la situación en la que se encuentra, indicando su estancia en una prisión, el 12 de diciembre de 1978, combatiendo el insomnio recostado en la incomodidad de un colchón, escribiendo en una hoja de papel higiénico y afirmando que «ocupo la celda 16 de un bloque donde hay dieciocho presos políticos más. Aquí no tengo nombre. Sólo soy un numero en un expediente: K6,77».

Así, desde el presidio de máxima seguridad de Camita, una de las mayores de África, Thingo’o nos narra el motivo de su encarcelamiento en una prisión que le demuestra «aquello que tendría que haber sido obvio: que el sistema carcelario es un instrumento represivo en manos de una minoría que gobierna para garantizar la máxima seguridad para su dictadura de clase por encima del resto de la población». Thiong’o es consciente del poder de la prisión y de su cultura represiva, porque «no necesito mirar por la puerta para saber que el guardia me vigila. Lo noto en los huesos» en una brutal invasión del espacio íntimo, vigilado 24h al día por un guardia que le sigue a todas partes, con la luz de la habitación siempre encendida incluso de noche para poder ser vigilado. Un lugar lúgubre del que afirma que «el estado me ha enviado aquí para que mi cerebro se me derrita y se me pudra» en su intento de conseguir que ceda de sus ideales políticos, tras haber sido secuestrado y detenido por parte de la policía por haber escrito una obra de teatro. Y, como ya hacía también Erri De Luca en «Imposible», Boochani Behrouz en «Sin más amigos que las montañas» o incluso el gran Victor Hugo en su «Último día de un condenado a muerte», nos relata la dureza emocional y anímica que supone estar encerrado, pues «en el silencio de la celda, tenías que luchar, completamente solo, contra mil demonios que querían hacerse amos de tu alma». 

En esta obra autobiográfica, Thiong’o nos narra la presión política y la represión contra los disidentes, encarcelando activistas, porque «se hace imprescindible educar al pueblo en la cultura del miedo y el silencio», porque «el objetivo de la prisión y las condiciones dentro de la misma, así como el recordatorio constate de que estás solo, es conseguir que los patriotas sientan que los han olvidado completamente, que todas sus palabras y acciones relacionadas con las luchas del pueblo han estado gestos inútiles» en un relato que evoca de manera ineludible a la represión sufrida por todos aquellos que de manera legítima y pacífica han defendido sus ideales y luchado por los derechos civiles.

El libro se estructura, en forma y enfoque, en dos ejes principales relacionados aunque distintos: por un lado, nos narra su experiencia como preso, dirigiendo el relato en torno a la necesidad de luchar por los derechos civiles a pesar de la represión; por otro lado, el libro nos narra la colonización del ejército británico contra el pueblo keniata. Así, el libro se abre en dos frentes con resultado, a mi juicio, muy irregular, pues mientras que la experiencia personal es potente, emocional, de alto ritmo narrativo y que posibilita una conexión inexorable en aquellos que compartimos con el autor ciertos ideales, la parte centrada en la historia de Kenia y su colonización es más distante, analítica y ensayística, con un exceso de casos en los que el colonialismo británico abusa de su poder y somete a los que puedan suponer un peligro por sus actos o por sus ideales. Así, el autor nos pone ejemplos de lucha anticolonizadora contra los británicos, en las figuras de Barbara Castle, Marcus Garvey, Harry Thuku entre otros y es interesante a nivel histórico pues permite constatar cómo el estado encarcela y detiene todo aquel que puede suponer una amenaza.

Thiong’o defiende la necesidad de la lucha en todos los frentes, también desde la cultura, y pone como ejemplo el teatro popular de Kenia, amenazado por el Teatro de Kenia impulsado el 1951 por el gobierno británico para colonizar a la población, pues es en las escuelas y en los campos de concentración donde «intentaban organizar grupos de teatro entre los presos políticos para que representaran obras cristianas amables». Pero el teatro popular sobrevivió a partir de aquello que prohibían los británicos, haciendo obras de teatro en kikuyu e incluso en algunas escuelas se rebelaron contra el culto a Shakespeare y empezaron a escribir obras en Swahili representándolas en territorio colonizado, en Nairobi y Nakuru. Así, nos narra de la creación de un comité cultural y el logro de que en 1976 una clase de más de cincuenta obreros y campesinos supieran leer y escribir en kikuyu. A partir de ese hecho afirma que «ahora ya estamos preparados para aventurarnos en actividades culturales». Lamentablemente, en 1977 se retira el permiso para las funciones teatrales, una injusticia que Thiong’o expone afirmando que «la burguesía vendida podía tener su golf, polo, críquet (…) carreras de cabellos y coches, cacerías reales (…), ¿pero los payeses? Sucios de tierra no podían tener un teatro que reflejara sus vidas, miedos, esperanzas y sueños y la historia de su lucha». Y ese sueño parece llegar a su fin el 1977, el 30 de diciembre, con su detención en un acto que sentencia afirmando que «habían resucitado el lázaro colonial de entre los muertos. ¿Quién lo volvería a enterrar?» evidenciando una lucha constante y desigual, en la que el autor constata con pesar que «el Sísifo africano empujaba con gran esfuerzo la roca de la opresión hacia arriba y cómo la roca se precipitaba, pendiente abajo, hacia donde estaba antes».  

De esta manera, el autor alterna su relato y crónicas desde la cárcel con las memorias de su pasado y la lucha contra la colonización de su tierra. Y la prohibición de su libro, pues no criticaba el papel colonizador británico, sino que también podía alimentar una lucha de clases, y como siempre ocurre, «la élite keniana que gobernaba creía en la mágica omnipotencia de una cultura colonial imperialista» y se encontraba cómoda entre los colonizadores. Mucho más interesante en los capítulos en los que habla de su detención o su reclusión que cuando detalla la historia del pasado de Kenia, pues, aunque sea interesante y añada contexto, pierde intensidad emocional al centrarse más en datos y hechos históricos y, a menos que uno sea un conocedor del tema, se puede hacer cuesta arriba. 

En esta obra desigual, Thiong’o narra en este libro los abusos de los colonizadores, su afán por someter y castigar, haciendo que sirva como ejemplo, a los disidentes políticos, a quienes cuestionan el poder, a quienes se resisten a la opresión. En un canto a favor de las minorías oprimidas y a la necesidad vital de luchar por aquello que creemos, este libro cobra especial importancia por ofrecernos, con su propio testimonio, la fuerza necesaria para no desfallecer en la lucha, a menudo desigual, de nuestra cultura y nuestras ideas políticas, porque «frente a la brutalidad, la inocencia siempre pierde». Una prohibición y espíritu de venganza de los británicos hacia el pueblo keniano que, como ocurre a menudo, solo se entiende por un sentimiento: el miedo, el miedo a la cultura del heroísmo y el coraje del pueblo.

Con este relato, y desde la prisión, Thiong’o nos habla de la necesidad de buscar en pequeños detalles aquellos motivos para no caer en la depresión ni el abandono, pues señala que uno de los principales problemas que sufren los presos políticos sin juicio ni condena es no saber cuánto tiempo durará su castigo. Y eso es una forma de tortura, tanto para los que están dentro de los muros como los que están fuera. Para vencer esa tortura, el autor confiesa que «no pretendo escribir una historia de heroísmo. Solo soy un letraherido que utiliza las palabras», pues «tenía que encontrar maneras de no perder el sentido común. Escribir una novela era una de ellas»; la lucha, los ideales, como puntal anímico y soporte, como punto de agarre, porque «sabía que, si no quería perder el sentido común, especialmente debía ser capaz de continuar diciendo ‘no’ a cualquier manifestación de injusticia y a cualquier falta de respeto a mis derechos humanos y democráticos».

Por todo ello, el libro que ha escrito Thiong’o es interesante por su canto a favor de la lucha, de las convicciones, de los derechos humanos y políticos, de la férrea voluntad de defender la identidad y la cultura de un pueblo pese a la opresión del gobierno colonizador y el beneplácito de las clases más altas en favor del ocupante porque «los que están en el otro lado de la alambrada de pinchos y de los muros de piedra tienen que poden hacer preguntas y exigir respuestas. Es la única manera de derrotar la cultura del miedo y del silencio. Si una comunidad con millones de personas hiciera preguntas y exigieran respuestas, ¿quien se las podría negar?». Lamentablemente, y a pesar de lo irrefutable de este argumento, muchos países actuales demuestran que, a veces, el poder no entiende de derechos, sino únicamente de poder.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Hola, Marc:

No he leído nada de este hombre y me lo propuse hace tiempo, propósito que se diluyó entre pilas de libros, poesía y mi mente dispersa. En fin, tu reseña consigue que lo recuerde, y mientras traducen este al castellano, buscaré alguno por donde empezar.

Bueno, el propósito del comentario también era dejarte un enlace (justo ayer leí tu reseña a continuación de este artículo, me pareció una casualidad enorme) que viene "al pelo" y me parece muy interesante. Espero que te guste.
https://www.elperiodico.com/es/cuaderno/20191214/grammo-7769021

Lupita

Marc Peig dijo...

Menuda coincidencia, Lupita.
Y qué buena la entrevista, muy de acorde con lo que expresa el autor en el libro. Me quedo con la frase “Por mucho que Kenia ya no sea una colonia, vivimos en una fase de neocolonialismo y este asunto debería formar parte de la agenda europea. ¡Es la agenda de los derechos humanos!”. Porque el colonialismo deja un rastro de leyes, mentalidades e ideología que sí no se corrige a través de leyes, cuesta mucho erradicarlo.
Gracias por la aportación y por el comentario. Si te animas a leer alguno de los libros de Thiong’o, ya nos contarás!
Saludos
Marc