lunes, 3 de mayo de 2021

Mary Shelley: El mortal inmortal

Idioma original: inglés

Título original: The mortal immortal

Año de publicación: 1833

Valoración: Está bastante bien


Observo a veces alguna hostilidad hacia la ciencia ficción y casi siempre se debe a una confusión entre literatura y cine de género. Productos nefastos los hay en cualquier formato, pero a la narrativa –que fue la que inventó este tipo de argumentos– le permite plantear grandes cuestiones que afectan a todos los humanos. Mary Shelley fue una pionera, el célebre y espectacular Frankenstein le dio la fama pero con él no se agotaron ni su talento ni sus preocupaciones humanistas. Esta novela corta a veces se cataloga como de terror pero yo no percibo este componente, ni siquiera para la mentalidad de la época y menos aún para la nuestra.

De cualquier forma, Shelley consigue crear un personaje con el que empatizamos fácilmente, una atmósfera novelesca que recoge los tópicos narrativos de siempre (muchacho pobre, chica huérfana recogida por una déspota podridita de dinero, el inevitable castillo, que actúa según el mito de la jaula de oro, un bucólico paisaje que sirve de marco para los encuentros, la poción mágica que cambiará el curso de los acontecimientos y la súbita fortuna del pretendiente tras aliarse con las fuerzas del malpuestos al servicio de las especulaciones más inverosímiles. Pero una cosa es la verosimilitud de la vida real y otra la literaria, y en el marco establecido de antemano lo que se nos muestra es perfectamente creíble.

Uno de los grandes mitos de todos los tiempos es, sin duda, el de la eterna juventud, por otra parte, nadie duda de que la naturaleza necesita renovarse. Según esto, se diría que esta aspiración tan humana se opone a las leyes del universo. A no ser que nuestro deseo de permanencia no sea tan real como pensamos, que en realidad hablemos por hablar, convencidos de que no hay la mínima posibilidad de que algo así ocurra en nuestro mundo. ¿O el conflicto se presenta cuando alguien está solo viviendo una experiencia semejante, tiene que disimular para evitar habladurías y vivir sin rumbo fijo al carecer de precedentes?

Esto de los bebedizos y estratagemas varias para contradecir las leyes naturales tenía su tradición en el terreno de lo mágico, dentro del género especulativo acabaría dando mucho juego en el futuro y como punto de partida se ha usado (y abusado) de él, pero era una novedad por entonces. Nuestro protagonista ha cumplido trescientos veintitrés años y aparenta la misma edad que cuando bebió la pócima de su maestro. Lo hizo confundido respecto a sus propiedades y sin pensárselo mucho. En un primer momento todo son ventajas pero, conforme su amada va envejeciendo, comienza a desesperarse.

Pero –y aquí viene la gran simplificación– el superviviente, por definición, no solo pierde a su pareja, también al resto de sus contemporáneos, tiene además que adaptarse a constantes cambios de todo tipo y, sobre todo, su naturaleza no está preparada para tanta longevidad, lo que acarreará, sospecho, sorpresas imprevisibles. Sin embargo, tras un planteamiento tan audaz que, precisamente en sus manos, podría haber dado mucho juego, Shelley pierde fuelle, de modo que su personaje no encuentra más desventaja que un aburrimiento terrible. ¿Significa eso que tenía la vida solucionada? Da la impresión de que sí. Pero, una vez transcurrido el período previsto, no tiene nada que contarnos, solo que quiere acabar con su vida y no sabe cómo hacerlo. Dos siglos y medio de más es mucho tiempo para dedicarlo solo a lamentarse. ¿Se estaba auto censurando la autora tras plantear una realidad inconcebible para ella e imposible de aceptar en ese momento?

Muchos siglos pero pocas páginas –unas cuantas decenas nada más– que garantizan entretenimiento e intriga y que se pueden leer en una tarde.


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