Título original: Le dernier jour d'un condamné
Año de publicación: 1829
Valoración: recomendable
Creo que podríamos estar todos (o al menos bastantes de nosotros, que ya sabemos que en ULAD siempre existe sana discrepancia) que Victor Hugo es uno de los grandes escritores de la historia. Y sí, paradojas blogueras hacen que hasta hoy no haya tenido una entrada en ULAD. Tocaba corregir la situación y, aunque siempre se reconocerá al escritor por ser el autor de la gran obra maestra que es «Los miserables» (sí, es una obra maestra), quiero destacar este relato corto, escrito al inicio de su larga carrera literaria y que trata sobre la justicia y la condena. Las reflexiones del autor expuestas en este libro, servirían posteriormente para sentar las bases de «Los miserables», focalizando sus dudas y contradicciones sobre ambos temas en el mítico personaje de Jean Valjean, su gran protagonista.
Así, esta novela corta de Victor Hugo, escrita cuando tenía apenas veintisiete años, toca un tema tan trascendental como es la pena de muerte y la necesidad de su abolición. Con este propósito, el libro nos plantea los últimos días de vida de un condenado a muerte, un condenado del que no conocemos su nombre, su origen o su delito. De él, únicamente sabemos que tiene esposa e hija, y que ha cometido un crimen. El resto de información no se nos detalla y es evidente que no es algo casual, sino que está hecho expresamente. Así, el condenado a muerte podría ser cualquier persona, cualquier ciudadano, y el autor prefiere no entrar en qué le ha llevado a estar preso sino en quién es ahora como persona, cuáles son sus sentimientos y sus reflexiones, y a qué se reduce su vida en sus últimos días.
De esta manera, el libro tiene una doble capa, tratando esos últimos días desde dos aspectos. Por una parte, somos testigos del detalle de lo cotidiano, donde las últimas horas de vida provocan una fascinación por cualquier cosa que permita al preso escapar de la monotonía de su celda, acentuando en él la percepción de la belleza que albergan las pequeñas cosas cuando son observadas como algo único e irrepetible. Esta vertiente de la novela nos permite ser conscientes de todo aquello que nos envuelve, y también a los pequeños detalles a los que tendemos a hacer caso omiso hasta que, por algún motivo, se convierte en todo aquello que tenemos. Así, el libro es un alegato en defensa de imprimir cierta pausa en nuestras vidas, para aprovechar para disfrutar de todo aquello que nos rodea, por muy nimio que sea. La otra vertiente del relato, más profunda e introspectiva, viene de la mano de las reflexiones sobre la pena capital; debido al hecho de estar preso en una celda, privado de la libertad, se cuestiona qué puede hacer para pasar el tiempo y una idea aflora: teniendo papel y lápiz, ¿por qué no escribir lo que siente, exponerlo como un conjunto de memorias, con la esperanza de que lo lea un guardián, o un verdugo, y consiga con ello hacerle dudar de la ética de las acciones que realizan al segar la vida de los condenados? Este es el propósito máximo y principal motivo del libro, y también su mejor parte.
Así, exceptuando algunos pasajes donde abunda la descripción de los pequeños objetos, imperceptibles para aquellos que no tienen fijado el día de su muerte, hay momentos realmente bellos; los recuerdos de su hija y el lamento por aquello que pierde con su inminente muerte, el no poder seguir compartiendo esos pequeños momentos rutinarios del día a día con ella plagados de pequeños gestos de estimación y afecto. Estos pasajes son altamente emotivos, cuando el personaje toma consciencia de que todo aquello no volverá jamás, y piensa que aquellos que lo han querido lo extrañarán. Y en medio de esa nostalgia, va creciendo su sentimiento de culpabilidad, los remordimientos por el crimen cometido afloran cuando va tomando consciencia de aquello que perderá, aquello que se ha ido para no volver, aquello que no se repetirá en un futuro.
A partir de este conjunto de reflexiones, el libro es un claro alegato contra la pena de muerte, una crítica sin contemplaciones a la condena a la pena capital y su ejecución por medio de la guillotina, que convierte la aplicación de la justicia en un espectáculo para el pueblo que asiste a ver las ejecuciones. Los sentimientos del preso sirven al autor para poner de manifiesto la aberración, el abuso y la injusticia que supone quitar a alguien de aquello más valioso que posee: la vida.
El prólogo añadido al final del libro y escrito en 1832 expone claramente lo que el autor pretendía con este libro y, en buena manera, pone en duda la idoneidad del sistema penitenciario y la pena de muerte acusando a la falta de oportunidades, de educación, de instrucción y a la propia sociedad por no haber sabido ayudar a los condenados en su crecimiento y formación como personas. Es curioso encontrar este análisis en un libro de hace casi doscientos años cuando, hoy en día, siguen alzando la voz activistas que cuestionan la cárcel con esos mismos argumentos, reclamando una revisión del sistema penitenciario y haciéndolo desde un punto de vista social, analizando no ya la adecuación de las penas impuestas, sino el motivo por el cual las personas llegan a cometer los delitos. Para evitar malentendidos, el libro no justifica la absolución ni el indulto, sino la pena de muerte pues afecta también a los allegados de la persona condenada. Por ello, es interesante el análisis expuesto en clave social, en clave moral y en clave de progreso. Sostiene que la pena de muerte desaparecerá, que la guillotina dejara de segar las vidas de los condenados porque las tres columnas sobre las cuales reposaba la civilización van cayendo: la iglesia, la monarquía y la guillotina. No le faltaba razón a Víctor Hugo al reclamar la abolición de la guillotina y denunciar las ejecuciones en público a modo de atracción, escarmiento y ejemplarización para el resto de la sociedad. Lamentablemente su abolición tardó más de lo que esperaba; la guillotina fue utilizada por última vez en Francia hace pocas décadas, en 1971, y la pena de muerte diez años más tarde. Parece que la civilización avanza aunque, como se puede comprobar, no de forma tan rápida como la velocidad a la que la guillotina segaba la vida de sus víctimas.
Así, esta novela corta de Victor Hugo, escrita cuando tenía apenas veintisiete años, toca un tema tan trascendental como es la pena de muerte y la necesidad de su abolición. Con este propósito, el libro nos plantea los últimos días de vida de un condenado a muerte, un condenado del que no conocemos su nombre, su origen o su delito. De él, únicamente sabemos que tiene esposa e hija, y que ha cometido un crimen. El resto de información no se nos detalla y es evidente que no es algo casual, sino que está hecho expresamente. Así, el condenado a muerte podría ser cualquier persona, cualquier ciudadano, y el autor prefiere no entrar en qué le ha llevado a estar preso sino en quién es ahora como persona, cuáles son sus sentimientos y sus reflexiones, y a qué se reduce su vida en sus últimos días.
De esta manera, el libro tiene una doble capa, tratando esos últimos días desde dos aspectos. Por una parte, somos testigos del detalle de lo cotidiano, donde las últimas horas de vida provocan una fascinación por cualquier cosa que permita al preso escapar de la monotonía de su celda, acentuando en él la percepción de la belleza que albergan las pequeñas cosas cuando son observadas como algo único e irrepetible. Esta vertiente de la novela nos permite ser conscientes de todo aquello que nos envuelve, y también a los pequeños detalles a los que tendemos a hacer caso omiso hasta que, por algún motivo, se convierte en todo aquello que tenemos. Así, el libro es un alegato en defensa de imprimir cierta pausa en nuestras vidas, para aprovechar para disfrutar de todo aquello que nos rodea, por muy nimio que sea. La otra vertiente del relato, más profunda e introspectiva, viene de la mano de las reflexiones sobre la pena capital; debido al hecho de estar preso en una celda, privado de la libertad, se cuestiona qué puede hacer para pasar el tiempo y una idea aflora: teniendo papel y lápiz, ¿por qué no escribir lo que siente, exponerlo como un conjunto de memorias, con la esperanza de que lo lea un guardián, o un verdugo, y consiga con ello hacerle dudar de la ética de las acciones que realizan al segar la vida de los condenados? Este es el propósito máximo y principal motivo del libro, y también su mejor parte.
Así, exceptuando algunos pasajes donde abunda la descripción de los pequeños objetos, imperceptibles para aquellos que no tienen fijado el día de su muerte, hay momentos realmente bellos; los recuerdos de su hija y el lamento por aquello que pierde con su inminente muerte, el no poder seguir compartiendo esos pequeños momentos rutinarios del día a día con ella plagados de pequeños gestos de estimación y afecto. Estos pasajes son altamente emotivos, cuando el personaje toma consciencia de que todo aquello no volverá jamás, y piensa que aquellos que lo han querido lo extrañarán. Y en medio de esa nostalgia, va creciendo su sentimiento de culpabilidad, los remordimientos por el crimen cometido afloran cuando va tomando consciencia de aquello que perderá, aquello que se ha ido para no volver, aquello que no se repetirá en un futuro.
A partir de este conjunto de reflexiones, el libro es un claro alegato contra la pena de muerte, una crítica sin contemplaciones a la condena a la pena capital y su ejecución por medio de la guillotina, que convierte la aplicación de la justicia en un espectáculo para el pueblo que asiste a ver las ejecuciones. Los sentimientos del preso sirven al autor para poner de manifiesto la aberración, el abuso y la injusticia que supone quitar a alguien de aquello más valioso que posee: la vida.
El prólogo añadido al final del libro y escrito en 1832 expone claramente lo que el autor pretendía con este libro y, en buena manera, pone en duda la idoneidad del sistema penitenciario y la pena de muerte acusando a la falta de oportunidades, de educación, de instrucción y a la propia sociedad por no haber sabido ayudar a los condenados en su crecimiento y formación como personas. Es curioso encontrar este análisis en un libro de hace casi doscientos años cuando, hoy en día, siguen alzando la voz activistas que cuestionan la cárcel con esos mismos argumentos, reclamando una revisión del sistema penitenciario y haciéndolo desde un punto de vista social, analizando no ya la adecuación de las penas impuestas, sino el motivo por el cual las personas llegan a cometer los delitos. Para evitar malentendidos, el libro no justifica la absolución ni el indulto, sino la pena de muerte pues afecta también a los allegados de la persona condenada. Por ello, es interesante el análisis expuesto en clave social, en clave moral y en clave de progreso. Sostiene que la pena de muerte desaparecerá, que la guillotina dejara de segar las vidas de los condenados porque las tres columnas sobre las cuales reposaba la civilización van cayendo: la iglesia, la monarquía y la guillotina. No le faltaba razón a Víctor Hugo al reclamar la abolición de la guillotina y denunciar las ejecuciones en público a modo de atracción, escarmiento y ejemplarización para el resto de la sociedad. Lamentablemente su abolición tardó más de lo que esperaba; la guillotina fue utilizada por última vez en Francia hace pocas décadas, en 1971, y la pena de muerte diez años más tarde. Parece que la civilización avanza aunque, como se puede comprobar, no de forma tan rápida como la velocidad a la que la guillotina segaba la vida de sus víctimas.
También de Victor Hugo en ULAD: Nuestra señora de París, El noventa y tres
6 comentarios:
Aún hoy en día hay países con pena de muerte.
Hola, mente lectora. Soy consciente de ello, y existe incluso en países que se consideran avanzados. Mi comentario respecto a su abolición, así como al uso de la guillotina, hace referencia a Francia, país en el que se ambienta la novela.
Pero sí, buen apunte el tuyo para poner en relieve que la pena de muerte aún existe hoy en día y eso es algo que debería remediarse.
Muchas gracias por tu comentario.
Saludos
Marc
Creo que te toca ir a por 'Los miserables', Marc. No te hagas el remolón.
Por cierto, magnífica reseña.
Hola, Carlos. Muchas gracias por tus elogios. La verdad es que "Los miserables" ya la leí, aunque hará como veinte años al menos... no lo descarto, pero sería para una futura Tochoweek (sus más de 1200 páginas no permiten muchas relecturas).
En cualquier caso, sí es recomendable para quien no lo haya leído aún, es absolutamente imprescindible.
Saludos
Marc
Excelente reseña!!
Se que ustedes deben tener muchas lecturas, y también reconozco que no debo tratar de imponer ningún libro mas a sus listas personales, sin embargo les pediré que reseñen "La linea de la belleza" de Alan Hollinghurst.
Hola, Andrés. Muchas gracias por sus comentarios sobre la reseña.
Tomo nota de su recomendación y me lo apunto para investigar sobre el libro y ver si encaja con mis gustos (o con los gustos de alguno de mis compañeros uladianos). Gracias por sugerirnos nuevas lecturas.
Saludos
Marc
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