Título original: La fin des livres
Traducción: Elisabeth Falomir
Año de publicación: 1894 (edición de 2010)
Valoración: Está bien
Habrá que aceptar que este mundo de los libros es un tanto endogámico, como a veces le pasa al cine, incluso a la música. En los libros se homenajea al libro, se pone de manifiesto su importancia, y se le hace protagonista, a veces en obras distópicas en las que los libros son destruidos ('Fahrenheit 451') o prohibidos como un peligro para gobiernos despóticos ('Un mundo feliz'), o en narraciones en las que se utilizan como instrumento para matar, o son portadores de algún poder, y así sucesivamente.
En los últimos años es recurrente la controversia sobre la posible desaparición del libro impreso y su sustitución por medios tecnológicos. Se especula y se discute sobre las ventajas e inconvenientes de los distintos formatos, y eso da para charlas, estudios de mercado y artículos periodísticos. Sobre los problemas de espacio, comodidad o precio pivotan los distintos puntos de vista, e incluso en este mismo blog se le dedicó cierta atención al tema del libro digital a propósito de la posición de los libreros hace unos meses. Pero como esto no es una metaentrada para hablar sobre el futuro del libro, nos detenemos ahí.
Entre las voces que han vaticinado la desaparición del libro impreso se encuentra un tal Octave Uzanne, editor y bibliófilo francés que escribió acerca del tema nada menos que en 1894, es decir, hace casi 125 años. Seguramente Uzanne, un tipo culto y metido de lleno en el mundo de los libros, fascinado con el invento del fonógrafo unos pocos años antes, se lanzó a elucubrar sobre la cantidad de cosas que se podrían hacer con un aparato capaz de registrar los sonidos, en particular la voz humana. Y, aunque fuese un absoluto enamorado de los libros, parece que no vio inconveniente en que fuesen sustituidos por grabaciones sonoras.
Don Octave escribe este librito, un opúsculo de apenas 50 páginas editado junto con varios cuentos ‘para bibliófilos’, en el que describe una reunión en uno de esos clubs londinenses de ambiente refinado (creo que es el Athenaeum) donde se dialoga sobre los más variados asuntos, siempre desde un cierto nivel intelectual y blandiendo el dominio del ingenio y la ironía. En esta ocasión, Uzanne y otros conocidos imaginan el mundo en el futuro, la evolución de la civilización en los distintos continentes, el porvenir de la pintura o la creación de alimentos sintéticos. Como se ve, un poco de todo y con desigual fortuna, según cuenta la crónica. En ese contexto es interrogado Uzanne sobre el destino del libro, y su disertación ocupa la mayor parte del volumen, exponiendo por qué el fonógrafo u otros aparatos similares habrán de sustituir al papel impreso. La predicción pone el foco por tanto en lo que hoy día llamaríamos audiolibros, que según él supondrían un importante ahorro de espacio (como decía antes, fundamental en el debate actual) y comodidad en la recepción, entre otras ventajas. Acertó por tanto este caballero al apuntar la importancia del formato sonoro, aunque no haya sido en el campo de la palabra donde ha tenido el mayor éxito. Pero aun así no cabe duda de que formular una teoría tan atrevida sin haber siquiera llegado al siglo XX resulta toda una sorpresa.
Quedaría por saber hasta qué punto había ironía en las predicciones de Uzanne. Cuesta convencerse de que alguien cuya vida estaba tan estrechamente vinculada con el libro abanderase con tal entusiasmo su desaparición. Puede que la proclama tuviese algo de provocador, de mensaje invertido para ponderar el valor del libro como objeto físico. O, puestos a ser malvados, que estuviese preparando algún tipo de negocio relacionado con aquella tecnología. O más probablemente fuese un simple juego especulativo, un entretenimiento intrascendente.
No anda descaminado cuando predice la futura transformación de la industria editorial –que él conoce a fondo- y la aparición de algo parecido a la autoedición, cuestiones que, salvo excepciones muy puntuales, han debido esperar hasta la popularización de internet para hacerse efectivas. Pero lo más interesante –aparte, por supuesto, de su increíble perspicacia- es que la teoría se basa siempre en la comodidad:
‘El hombre dedicado al ocio evita cada día más la fatiga, y busca con avidez aquello que llama comodidad, es decir, todas las oportunidades de ahorrarse, tanto como sea posible, el esfuerzo de sus órganos’
Y ahí se refiere al esfuerzo físico de sostener en las manos el libro que leemos (la verdad, en algunos casos hasta tiene razón) y de pasar las páginas, ironizando sobre el manejo de los tradicionales tabloides británicos (donde también da en el clavo).
Es decir, ideas lanzadas seguramente sin previa elaboración teórica, pero que observando con finura las debilidades humanas, sirvieron para anticipar transformaciones que incluso muchos años después seguían resultando impensables. Así, medio en broma, toda una profecía sobre cómo la tecnología podía poner del revés cuatro siglos desde el invento de Gutenberg.
2 comentarios:
Buff, no sé por qué pero por tu reseña me da la impresión de que este libro merece una valoración un poco más generosa. Me explico: ha envejecido ostensiblemente en algunos aspectos, pero es lógico, teniendo en cuenta lo difícil que es pronosticar ciertas cosas (yo más bien alucino con sus tímidos aciertos); parece ameno además de informativo, lo cual, al menos yo, agradezco sobremanera...
En fin, una reseña muy interesante de un opúsculo no menos curioso. ¡Tu primer párrafo es genial!
Un abrazo
Hombre, sinceramente creo que el libro no da más de sí que lo que he pretendido señalar en la reseña. Son un puñado de páginas sin mayor valor literario más allá de la ocurrencia del autor, que acaba formulando un vaticinio pienso que un poco por casualidad. Así que me quedo con la anécdota de que a alguien se le ocurriese eso hace un siglo, y que ello nos de pie a charlar sobre el tema.
Muchas gracias por tu amabilidad, compañero.
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