domingo, 12 de abril de 2020

Charles Dickens: Tiempos difíciles

Idioma original: inglés
Título original: Hard Times
Traducción: Amando Lázaro Ros
Año de publicación: 1854
Valoración: Recomendable

Tiempos difíciles, buen título para la época que vivimos. Charles Dickens tiene un raro privilegio en el que pocos autores le superan, quizá únicamente Kafka: que su apellido haya derivado en un adjetivo de uso universal, dickensiano, como definición de toda una realidad histórica, ya saben, la Inglaterra de la primera revolución industrial, en la que el uso intensivo de las máquinas crea una nueva clase social, la de los trabajadores de las fábricas y las minas, gentes hacinadas en viviendas que apenas merecen ese nombre, cubiertas de hollín y asfixiadas por los humos, niños que aprenden rápido a buscarse la vida. Todo un panorama que contrasta con la pervivencia de la vieja aristocracia y el apogeo de las costumbres victorianas.

Las dos caras de esa sociedad tienen cabida en Tiempos difíciles, aunque con papeles diferentes: el núcleo de la historia está protagonizado por las clases acomodadas, mientras proletarios y titiriteros forman el escenario de fondo y les sirven de contraste. Se produce cierta conexión entre ambos mundos y tiene su importancia, pero no es decisiva, no estamos ante una novela de tesis o de denuncia. Esto, queridos amigos, es más bien un folletín.

Tenemos una familia burguesa de buena posición, en la que Thomas Gradgring ejerce toda su autoridad patriarcal para imponer su modelo social victoriano y su pensamiento positivista. Contención en las formas, normas rígidas y exclusión de cualquier atisbo de fantasía, anhelo de belleza o capacidad de asombro, en definitiva, del mínimo asomo de algo que no fuese real, práctico, medible; esos son parámetros de la educación que impone Gradgring y, claro está, eso dará lugar a algunos problemas dentro de su propia familia. Y ya está servido uno de los elementos fundamentales del libro: la crítica a un modelo cuyas costuras revientan necesariamente porque –véase la paradoja- es incapaz de reconocer aspectos fundamentales de la realidad humana.

Esa crítica se manifiesta a través de algunos personajes memorables, entre los que sobresale el odioso Bounderby, vociferante, fanfarrón, insensible y avaricioso (y falso, y también ridículo), que encarna todo los defectos de esa moral dominante, y de esta forma la caricaturiza sin piedad. También cumple ese papel el joven Tom, algo así como el eslabón débil del sistema, o la malvada señora Sparsit, una especie de antecesora elegante de Cruella de Vil. Pero al otro lado de la barricada brilla igualmente Stephen Blackpool, una especie de símbolo del proletariado sufriente y honrado; y, haciendo de puente entre los dos mundos, Cecilia, el nexo digamos material entre ambos, y sobre todo Louise, en quien se anudan todas las contradicciones. Y un poco al margen de esa dualidad social, el que me parece la figura más grandiosa del reparto: la señora Gradgring, ‘un montoncito de chales’, que protagoniza –muy a su pesar, desde luego- una de las escenas mejor desarrolladas de todo el relato. Como se ve, Dickens es un maestro en la construcción de personajes, tal vez no muy ricos pero sí intensos y continuamente redefinidos mediante interminables matices.

De forma que el folletín que decía antes tiene una importante carga crítica, no sólo en el interior de esa clase acomodada dominada por la hipocresía, sino mirando al escenario de fondo de esa población fabril siempre presidida por columnas de humo y casas iguales: ‘El tiempo siguió su marcha en Coketown lo mismo que sus máquinas: tanta materia prima trabajada, tanto combustible consumido, tanta potencia gastada, tanto dinero ganado’. Naturalmente, hay otras muchas alusiones al paisaje dickensiano al que me refería al principio, a la miseria, la insalubridad o la masificación, pero tampoco nos equivoquemos, no hablamos exactamente de crítica política. Aunque exista un deseo implícito de cambio, no hay propiamente denuncia ni una voz enérgica que clame por la justicia. Es más bien la contemplación de un fenómeno, con un cierto tono crítico, sí, pero donde la ironía no deja ver claro hasta dónde llega realmente la disconformidad del autor con lo que está describiendo.

La ironía, efectivamente, es uno de los ingredientes más notables de la prosa de Dickens. Es constante, omnipresente, por momentos ácida y en ocasiones algo reiterativa. Acentúa el poder del autor, compone una cierta distancia con la acción y le da indudable gracia al texto. De este modo se hace reconocible el estilo, que también tiene –todo hay que decirlo- otras características menos afortunadas: la frase sinuosa, los diálogos adornados (y alargados) por la etiqueta, las largas paradas para la descripción no siempre necesaria. Pesa a veces el hecho de que la novela se publicase, como era habitual en la época, por entregas, lo que da lugar a capítulos que siempre deben tener un hilo narrativo autosuficiente y dejar algo pendiente para convocar al lector al siguiente, lo mismito que las series que tanto gustan. Esto hace que encontremos cambios de ritmo bastante llamativos que no se justifican por la propia narración.

Sobre todo pesa esa morosidad en la acción, que hace que el libro sea como una gran máquina que echa a andar pesadamente, y que puede desanimar al lector en los primeros compases. Sin embargo la narración va adquiriendo vigor y claridad, y cuando alcanza el ritmo adecuado se hace interesante y entretenida, hasta culminaren esa sensación, que seguramente sólo son capaces de proporcionar los clásicos, de haber leído algo que será difícil de olvidar.

Otras obras de Charles Dickens en ULAD: Aquí

12 comentarios:

Lupita dijo...

El folletín lacrimógeno, melodramático y moroso en los detalles responde a gustos de otra época. Para ellos supongo que la narración no sería tan lenta y pesada como para nosotros.
No recuerdo haber leído este libro, sí otros de Dickens, y siempre ha sido un placer.

Leer los clásicos es dialogar con el pasado. Merece la pena, y más si hacemos el esfuerzo de pensar cómo era recibida la obra en esa época. Si nosotros queremos rapidez, síntesis y economía de adjetivos, ellos ensalzaban al escritor cultivado y que sabía observar con detalle lo que le rodeaba. Poner palabras a los sentimientos, y si hacían llorar de emoción, también.
Muchas gracias, Carlos, es una lectura pendiente. Sin duda.

Saludos

1984 dijo...

Magnífica reseña, más que de una novela, que también, de una época: la Inglaterra industrial de mediados del siglo XIX. Es muy cierto que Dickens era un folletinista, con una moderada carga de crítica social, que lo alejaba afortunadamente del folletín panfletario, género muy popular en el siglo XIX (basta con pensar en "La araña negra" de Blasco Ibáñez), pero que hoy puede resultarnos excesivamente paternalista y conservadora. Era el mal de una época basada efectivamente en el positivismo manchesteriano más descarnado de una clase social burguesa que necesitaba explotar a los de abajo con liberal buena conciencia. De ahí su moralismo hipócrita y superficial, tan acartonado hoy. Dickens, un progresista para su tiempo, no podía sustraerse al ethos de su siglo y de su clase (aunque sus orígenes sociales eran humildísimos, también era un triunfador en la lucha por la vida, otro mito del momento). Era un victoriano, en lo bueno (sobre todo) y en lo malo (algo le tenía que tocar). Pero de Dickens queda todo lo que es literatura. No era ni un político, ni un moralista (aunque su novela fuera "moral" dentro de las convenciones sociales del momento), ni un reformador social, sino un escritor de una fuerza narrativa (aunque resulte en verdad lento para nuestro gusto) y capacidad de invención formidables. Sus personajes siguen vivos. La gracia, la ironía y la sátira costumbrista de Dickens a mí me parecen irrepetibles. Fue el espejo de su tiempo, y en parte nos sigue interpelando casi dos siglos después. Un clásico.

zUmO dE pOeSíA (emilia, aitor y cía.) dijo...


Efectivamente Dickens escribió muchas de sus novelas en formato "folletín" (unas hojas que venían impresas dentro del periódico, en las cuales se recogía un capítulo de la novela).

Lógicamente para leer la novela completa había que comprar los sucesivos ejemplares (diarios o semanales) del periódico.

Así escribió varios de sus títulos Flaubert, entre ellos "Madame Bovary", y lo mismo hicieron otros muchos escritores del siglo XIX; de modo que cada capítulo solía terminar en una situación de suspense o intriga para incitar al lector a continuar la lectura. Más o menos como ahora hacen las series televisivas.

Sólo después se editaban (a veces) los sucesivos capítulos en soporte libro (como una novela convencional). O sea, como ahora las leemos nosotros.

Es notable que Dickens lograba "enganchar" tanto a sus lectores que una inmensa muchedumbre esperaba cada día en los muelles del Támesis al barco que traía los ejemplares del periódico, a fin de obtenerlo cuanto antes para leerlo y aclarar la incertidumbre de la trama en que había acabado el capítulo anterior.

Quizá con la actual crisis del mundo editorial (y de la prensa) haya que volver al folletín para que la gente recupere la afición a la prensa escrita... y a leer narrativa.

Sandra Suárez

Emi Lee dijo...

No parece mala idea volver al folletín para fomentar la literatura.

César García Macarron dijo...

“La prisón se parecía al hospital; el hospital pudiera tomarse por prisón; la Casa consistorial podría ser lo mismo prisón que hospital, o las dos cosas a un tiempo, o cualquier otra cosa, porque no había en su fachada rasgo alguno que se opusiese a ello.”

Hace demasiado tiempo que leí este libro, pero ha sido un placer retomar viejas notas gracias a este post, como la frase citada anteriormente.

Gran elección

Anónimo dijo...

Reseña magnífica y muy ilustradora de la sociedad londinense. Gracias kempes 19

Anónimo dijo...

He pensado como gran Bretaña. En una isla con un clima adverso. Es una gran potencia en todos los estamentos. Científico literario. Muy buena reseña mayor Thompson

Carlos Andia dijo...

Me alegro de haber destapado en algún caso viejos recuerdos, que en una medida razonable es algo que está muy bien. Efectivamente, la novela tiene algo de folletín, pero tiene también una importante capa crítica; nos pone dificultades con su prosa lenta, pero nos deja fantásticos retratos de personajes. Un poco de todo, luces y sombras, pero creo que domina ese poso clásico que nos deja sensaciones gratificantes y profundas.

Gracias a todos por los comentarios.

beatrizrodriguezsoto dijo...

Espero, Carlos, que te des una vuelta por la página hoy porque no me dió tiempo a terminar la novela ayer. Ahora acabé de leerla.
A mí me gusta Dickens,escribe muy bien y es muy agradable. Siempre lo imagino como un cuenta cuentos bondadoso y socarrón. Sus historias, después de mil complicaciones, siempre terminan bien: los buenos en la felicidad y los malos muy castigados. Y me divierte muchísimo ver cómo él mismo toma parte, cómo unos personajes le caen bien y son el colmo de la bondad y la belleza y a otros los desprecia fuertemente. En esta novela cuando se refiere al joven Tom siempre le llama mequetrefe, por ejemplo. Siempre deja claro del lado de quién está.Esto sería imperdonable en un mal escritor pero no en él, claro.
No conocía esta novela y aunque me ha gustado me ha parecido inferior a sus más conocidas obras. Me gustó muchoHistoria de dos ciudades y aunque en ella la trama amorosa es folletinesca y cursilísima, las descripciones de paisajes urbanos, de costumbres y usos sociales son inolvidables.
Saludos

Carlos Andia dijo...

Es cierto que Dickens se posiciona con respecto a sus personajes, pero no por eso son del todo lineales o simples. Louise es un personaje complejo, en cuyo pensamiento no se consigue penetrar hasta muy avanzado el libro, y por ejemplo Blackpool, que es un poco el saco de los golpes, tiene también su grieta, ese amor que es su refugio y al que no quiere renunciar.

Es estupendo compartir las lecturas con vosotros. Un saludo, Beatriz.

Yai dijo...

Que Dickens escribe folletines... Aunque quiero entender que el comentario está hecho con buena intención, me parece desafortunado por la carga peyorativa que tiene el folletín. Y es que más allá del tema que trate y de cómo lo trate, Dickens escribe fantásticamente bien, crea personajes tridimensionales y en ocasiones muy complejos, y además lo hace con una ironía muy fina. Aparte de que publicaba por entregas, no sé yo...

Carlos Andia dijo...

Lo del 'folletín' era un comentario meramente descriptivo y reconocerás que la columna vertebral del libro no está muy lejos de esa definición. Otra cosa es que todo lo que gira en torno a ella (situaciones, escenario, ideas que circulan y, sobre todo, personajes) esté muy bien trabajado y, como tú dices, con una carga irónica que en algunos momentos (quizá no siempre) alcanza gran altura.

Efectivamente, hay obras muy valiosas cuyo esqueleto argumental es muy simple, o muy insulso, o sencillamente no existe, y esto no desmerece el libro en su conjunto. Si, como en este caso, la novela fue pensada para publicarse por entregas y a un público amplio, queda aun más justificado ese argumento que me he atrevido a llamar folletinesco. Puede que sin mucha fortuna, lo admito.

Un saludo y gracias por tu opinión.