jueves, 24 de julio de 2025

Miguel Balaguer: Cómo conocí a mis muertos

Idioma original: español

Año de publicación: 2025

Valoración: tierno

Reseñar una primera novela de un escritor joven resulta toda una papeleta. Hay que mantener la objetividad, comprender los errores, resaltar los aciertos, sentirse como una especie de tutor obligado a contrapesar severidad y rigor, amabilidad y sentido crítico. Miguel Balaguer, dice el perfil de autor que incluye el libro, conservó esta novela en el cajón por una década (o sea, en esa edad definitoria entre los veinte y los treinta) hasta que, he de suponer, se encontró con el momento propicio y con una especie de configuración definitiva y, claro, con el editor adecuado que pronunció (esto ya es una conjetura) la esperada sentencia que, entiendo, esperaba: publicamos.

El estilo de la novela queda definido en apenas unos párrafos iniciales, y he de decir que, aunque el autor insista, incluso en las notas finales, en que se ha tomado su tiempo para completarla, no se aprecia un salto y la voz es distinguible, y por supuesto, las influencias literarias de Balaguer son obvias, visibles e incluso en algún momento algo forzadas, cuestión que puede resultar algo arriesgada. Demasiados lectores tentados a traspasar al otro lado de la página. Se puede agradecer ese tono directo y esa contaminación generacional que justifica la trama: una historia en primera persona de un estudiante universitario que, entre episodios memorables de su devenir personal, desarrolla una obsesión con una chica (primer aviso: no todas las mujeres que van desfilando por una novela pueden ser tan guapas, tener unos cuerpos tan bonitos, y mostrarse tan objetivamente inocentes) que aparece y desaparece en los capítulos, una especie de loco amor platónico algo estereotipado cuyo devenir se nos hace un poco previsible. También que el autor, en este tránsito, plasme una especie de una reivindicación general, e imagino que con alguna experiencia propia de por medio, de cierto colectivo: aquellos que han de desplazarse de sus lugares de origen para formarse, para ganarse la vida, para aspirar a una existencia digna. 

Aunque quizás todos los aderezos añadidos para convertir una existencia tan anodina en un discurso narrativo capaz de invocar al lector resulten en algún momento un poco indigestos. Esa portada, que parece anunciarnos una novela de zombies, ese título que justifica la premisa de la novela - todos los cadáveres que el protagonista deja tras de sí, por accidentes, enfermedades y otras perrerías de la vida como esqueleto de la trama - y esa obsesión por la anteposición del adjetivo, la reiteración de conceptos que, en vez de reforzar (segundo aviso: muchas veces menos es más) la narración, la fuerzan, la obligan a presentarse como una percepción algo nublada  de la existencia, una especie de necesidad de hinchar con trascendencia y dramatismo algo que, de haberse ceñido a su escueta premisa, ya hubiera resultado suficiente. Es lo que me hace pensar que hay buenas intenciones y un cierto decoro literario, pero que algún tijeretazo, alguna corrección, hubieran dejado este texto en una amena novela de formación.

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