Penúltima novela del escritor español más importante de los últimos años, para bien o para mal; eterno candidato al Nobel, no sé con qué posibilidades reales, Marías nos ha dejado sin llegar a llevarse el preciado galardón, lo más parecido a sagrado que nos queda hoy en día y que automáticamente eleva a sus ganadores a un estrato superior. Debo decir que, vistos algunos de los ganadores de las últimas ediciones, no me parecería Javier Marías fuera de lugar. Veamos si esta novela cumple las expectativas.
En esta obra, Berta Isla es una mujer española nacida a principios de los 50 que se casa con su amor de juventud, Tomás Nevinson. Este, por azares de la vida, acaba dedicándose al espionaje, lo que le condena a largos períodos de ausencia de su hogar. Como resumen del argumento, esta nota tan breve es más que suficiente.
Antes de meterme en la trama, me gustaría resaltar un hecho: la pareja que protagoniza la novela está formada por un espía que se desenvuelve en la convulsa segunda mitad del siglo XX y por su cónyuge (Berta), que se limita a quedarse en casa. Que el libro por título lleve el nombre de esta última no es casualidad. No esperemos acción aquí, no es un libro de aventuras.
La novela trata en realidad sobre la espera y la ausencia; aunque es cierto que hay escenas muy potentes y muy buenas (brillante el episodio con el mechero), el grueso del libro consiste en las reflexiones e introspección de Berta. Aquí es donde radica fundamentalmente el desarrollo de la prosa de Marías y la razón de la novela, sin embargo puede llegarse a hacerse algo pesado; mientras que en el primer y último cuarto de la novela “pasan cosas”, en el grueso central no sucede absolutamente nada. Simplemente, Berta da rienda suelta a su monomanía sobre su marido.
Es justo decir que la prosa de Marías es muy buena, siempre es un gusto leerle (en ficción, no me meteré aquí en su faceta columnista), no obstante se nota que en ocasiones la persona eclipsa al narrador sin ningún tipo de embarazo. Resalta para mal en particular el comienzo de un capítulo en el que se dedica a divagar sobre la flojedad de los jóvenes actuales, en contraste con los de su generación, que esos sí que eran hombres de verdad. O la disertación sobre lo ridículo que es que los catedráticos hayan dejado de usar toga. Cosas de abuelo cebolleta, pero que dejan vislumbrar un elitismo bastante incómodo.
Cierto es que no es fácil reseñar a Marías sin caer en una serie de lugares comunes, pero teniendo en cuenta lo leído en la novela, no es algo por lo que él haya mostrado ningún reparo. Si no es la primera novela del autor que leemos, podremos comprobar que hay mucho material reciclado. Ya es una constante la presencia de Oxford en sus novelas, los personajes bilingües, las diatribas sobre el uso del término correcto, las dificultades de la traducción, disquisiciones sobre la etimología de los apellidos; todo eso está muy bien, pero podría llegar a lo paródico. No entiendo la necesidad de que hasta Berta acabe también como profesora de inglés; es como si Marías no fuese capaz de concebir otra ocupación para una persona. Y tampoco entiendo que haya un nexo tan estrecho entre universidad y servicios secretos; creo que, simplemente, el autor no se toma el trabajo de buscar otro escenario y se basa en el que mejor conoce. Si la novela tratase sobre, yo que sé, la pesca de altura, estoy seguro de que también habría fabricado una unión entre este mundo y la universidad de Oxford.
Pero no acaban aquí las coincidencias; las similitudes llegan hasta las descripciones físicas (labios blandos que se espachurran al besar, pestañas largas como de mujer, cicatrices en la barbilla...). Rasgos comunes a muchos personajes de Marías. ¿Se estaba quedando sin ideas nuestro autor? ¿O simplemente se estaba dejando llevar por inercia? Que el contexto histórico de los protagonistas coincida con el de su propia vida creo que también nos da una pista.
Su última novela, Tomás Nevinson, retoma a nuestros protagonistas y, en contra de lo que pudiera parecer en un principio, no nos ilustra sobre los pormenores de nuestro espía en su larga ausencia; esta nueva novela sucede inmediatamente después de los hechos narrados en Berta Isla, lo cual refuerza mis sospechas de que a nuestro autor se le estaban acabando las ideas y optaba por reciclar todo lo posible.
No quiero terminar esta crítica con un malentendido; es una buena novela, muy buena, Marías escribe con gran maestría y eso se deja ver a lo largo de todo el libro; sin embargo, no es perfecta, y sus partes menos inspiradas (desde mi punto de vista) son las que he procurado resaltar; no es necesario hablar de las buenas, porque hablan ellas por sí solas.
Otros libros de Javier Marías reseñados en la ULAD aquí.
2 comentarios:
Gracias por la reseña.
Leí esta novela hace un par de años y mi sensación fue que estaba en frente de un escritor sobre todo docto y muy pero que muy exquisito en su escritura.
Sin embargo, la novela en sí me dejó un montón de sabores extraños. El primero y más importante es la impostación de una voz docta a cada tipo de reflexión como si en todo momento nos estuviese hablando en realidad un doctorado en lenguas más allá de los personajes mismos.
El otro sabor extraño fue el desarrollo de la premisa, o lo que tal vez yo entendí como premisa, que era el desarrollo de Berta. Que como sea poco le da nombre al libro. Pero que sin embargo me parece totalmente diluida ella como personaje (y su evolución) en comparación al verdadero protagonista -y en cierto aspecto héroe- como lo es Thomas Nevison.
Bueno, fuera de eso también me pareció una novela recomendable, sobre todo por las diatribas reflexivas que vamos encontrando a través de todo el libro, sin lugar a dudas lo mejor y posiblemente sello del autor.
Gracias nuevamente.
Slds
Emilio, no he leído la novela pero me gusta tu reseña, sobre todo por lo bien que reflejas lo que era el estilo de Marías. Yo tengo 82 años, conocí los escritos de su padre, que era venenoso, vitriólico, pero agudo y exacto en sus apreciaciones.
Javier se crió en un ambiente intelecttual que decidió continuar. Se sentaba cada día ante la máquina de escribir con el folio en blanco pero, a veces no se le ocurría nada. Lo contó él, no me lo invento.
He leído varias novelas suyas y muchos artículos en los que se trasluce que era lento y tenía muchas manías. Su amigo Pérez Reverte le espoleaba un poco. Escribía bien, manejaba muy bien el idioma pero a mí sus novelas me resultaban pesadísimas: repetía constantemente una idea para recordarle al lector cómo iba la trama. Pero creo que fue muy bueno traduciendo el inglés. Yo no sé inglés pero cuando leí El espejo del mar, de Joseh Conrad, pensé que debía ser muy bueno el traductor para expresar tan bien tantos matices que no eran fáciles de plasmar. Y el traductor era él.
Un saludo
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