Idioma original: ruso
Título original: Vsio techiot
Año de publicación: 1964
Valoración: recomendable
Si no sonase quizás excesivamente frívolo, se podría decir que existe todo un subgénero de novelas dedicadas a narrar las atrocidades cometidas por los totalitarismos europeos de mediados del siglo XX: el nazismo, los fascismos, el stalinismo. Serían, en cierto modo, los parientes europeos de las novelas de dictador latinoamericanas, y ahora estaríamos asistiendo a la aparición de una segunda generación de este tipo de novelas (y no solo novelas): las compuestas por personas que no vivieron esos horrores pero que se acercan a ellos con una mezcla de fascinación y horror. Si las novelas de la primera generación tienen casi siempre la legitimidad del relato (aunque ficcionalizado) vivido en primera persona, estas segundas son a veces literaria y hasta éticamente cuestionables (pienso, por ejemplo, en El niño con el pijama de rayas, de la que ya hemos hablado en este blog).
Esta divagación sirve para situar Todo fluye, la última novela de Vasili Grossman, que será recordado, probablemente, como el gran narrador de la batalla de Stalingrado en su memorable Vida y destino. Todo fluye es, no cabe ninguna duda, una obra menor en comparación con aquella, y no solo por su tamaño: como novela, es irregular -un planteamiento cautivador, un desarrollo confuso, un desenlace decepcionante-, y tiene cierto aspecto de collage: al esqueleto narrativo básico (la vuelta a casa de Iván Grigórievich, después de pasar décadas en un campo de trabajos forzados) se le superponen crónicas de otras atrocidades individuales o colectivas, reflexiones en voz alta sobre el sentido de la culpa y la humanidad en medio de la barbarie, y páginas de consideraciones sobre la historia de Rusia en las que es imposible no pensar que quien habla no es realmente el personaje, sino el propio Grossman.
Y pese a estas limitaciones narrativas, Todo fluye sigue siendo una lectura interesante, necesaria y recomendable, porque contiene pasajes tremendos. La gama de reacciones que provoca la vuelta de Iván Griegórevich en quienes se "salvaron" (demasiadas veces, a costa de sus semejantes) demuestra una comprensión brutal de la naturaleza humana; las páginas dedicadas a narrar la hambruna de Ucrania (de la que también hablaba Kapuscinski en El Imperio), aunque desde el punto de la estructura de la novela sean cuestionables, como crónica son impresionantes y merecerían publicarse como folleto y repartirse en las escuelas, en los mercados, en los estadios de fútbol; por último, las reflexiones -del autor o de los personajes- sobre la culpa individual y colectiva de una sociedad que permite inhumanidades como ésa están, creo que no exagero, a la altura de las de Kertész o Kundera. Así, aunque Todo fluye pueda decepcionar como novela, el lector seguro que encontrará en ella páginas conmovedoras, intrigantes o simplemente bellas, y que lo obliguen a plantearse algunas de las cuestiones más acuciantes que nos dejó ese terrible siglo XX.
También de Vasili Grossman en ULAD: Vida y destino
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