viernes, 27 de septiembre de 2024

Hanif Kureishi. El regalo de Gabriel


Idioma original: inglés
Título original: Gabriel's gift
Traducción: Mauricio Bach
Año de publicación: 2001
Valoración: recomendable

Exponiéndome a que esta reseña merezca el subtítulo de lamento de boomer, habrá que reconocer que el modo de vida rock, tal como podía concebirse en 2001, ya no digamos en 1973, ahora nos resulta caduco y envejecido. A pesar de los denodados esfuerzos por mantener su espíritu vivo (aunque sólo sea eso), la actitud hacia la vida, contemplada como influencia del fenómeno, se encuentra en un receso absoluto e indisolublemente unida a algunas generaciones que ya han empezado a perder influencia en la dominación  global. El tiempo ha sido un canalla, por supuesto, pero también las costumbres y, en general, el modo de vida ya no occidental sino global, la urgencia, la oferta de entretenimiento, la pérdida de influencia anglocéntrica, las diferentes ambiciones, todo ha evolucionado de forma que el estereotipo, algo ingenuo y romántico, ha quedado desfasado. Por supuesto, la voracidad del capitalismo a la hora de asimilar ya fagocitar aquello que puede ser explotado dentro de límites controlados. Creo que ya he mencionado en alguna ocasión esa banalización manifiesta a través de camisetas de Ramones, de Nirvana, de Guns'n'Roses. La admiración por un estilo musical reducida a una fase de la post adolescencia.

El regalo de Gabriel es una novela cuyo trasfondo es ya este escenario en decadencia. Gabriel es hijo de una pareja de viejas glorias, un adolescente que sueña con ser cineasta mientras convive con su madre, rodeada de hombres de poco fiar que vienen y van, separada de su padre, bajista de rock en paro tras un accidente en escena, pero que conserva, a pesar de su clara función de segundón, contactos con lo más granado del star system. Como Lester Jones, obvio trasunto de David Bowie o Marc Bolan, ése sí una gloria de alto nivel que regala a Gabriel un dibujo suyo, en una visita que este le hace junto a su padre. Para la pareja en desmoronamiento, saber de ese regalo representa una posibilidad de hacerse con algo de dinero, y la pugna patética por hacerse con el dibujo y poder venderlo como obvio fetiche de coleccionista los lanza a una inesperada carrera por hacerse con la atención del menor, que acumula no solo sus propios problemas, sino alguna situación curiosa: se comunica con su hermano gemelo ya fallecido.

Kureishi brega con un planteamiento algo forzado y cuyo recorrido se define demasiado pronto, con lo que su resolución no es exactamente el objetivo del libro. Como testimonio de esa generación a la que el nihilismo o los excesos parecen representar una justificación para todo un recorrido vital, hay que decir que El regalo de Gabriel acusa el paso del tiempo y nos sitúa en un universo de mitomanía y culto a un estilo de vida que hoy nos parece extemporáneo. Incluso desde una coartada de novela psicológica (la imagen del hermano fallecido solo puede explicarse así), la hipotética brecha generacional donde el hijo parece el más maduro del triángulo familiar no acaba de convencerme. En todo caso, su lectura desprende cierta calidez ligeramente nostálgica por la que no puedo sentir repulsa. Simplemente, el mundo ya no es así.

Sobre Kureishi en ULAD: aquí

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