lunes, 23 de septiembre de 2024

Heinrich von Kleist: La marquesa de O... y otros cuentos

Idioma original: alemán

Título original: Die Marquise von O…

Traducción: Carmen Bravo Villasante

Año de publicación: 1807-1810

Valoración: Recomendable


A decir verdad, la valoración también podría ser Intenso, por ejemplo, porque así es todo en nuestro amigo Heinrich von Kleist, lo mismo en su (corta) vida que en su obra. En el primer aspecto, se podría decir que encarnó en toda su dimensión el concepto de romanticismo, del que fue uno de sus más destacados representantes. Heinrich tenía ese gen que le hace a uno sentirse destinado a escribir el libro definitivo, alcanzar el absoluto, llegar al último límite en todo lo que tiene que ver con las emociones, vivir la vida en toda su intensidad sin cálculo alguno, y morir en la forma que a todos se nos ocurre cuando hablamos de un personaje semejante. El fracaso de sus obras y el desprecio de sus contemporáneos son otros de los elementos que resultan inevitables en su trayectoria de autor atormentado y obsesivo, de manera que solo muchos años después de muerto empezó a apreciarse el valor de su obra. Vamos, que perfectamente puede decirse que su propia vida hubiera sido su mejor novela.

Hay que reconocer que tampoco sorprende que su prosa no agradase mucho a público y crítica. Escribe Kleist de forma un poco torrencial, con un manejo extraño de los signos de puntuación y un desequilibrio visible en el ritmo, que se remansa largamente hasta paralizar la acción y acelera de repente para acumular hechos que a veces se presentan fugaces o terminan absorbidos por una elipsis. Y sin embargo no deja de tener su gracia, como a veces ocurre con este tipo de escritores poco académicos, de estilo digamos libre, cuya forma de escribir parece transmitir sin filtros toda la pulsión que llena su cabeza y su corazón. No será una lectura exactamente placentera, pero sí deja una agradable sensación de frescura y sinceridad. Eso sí, hace doscientos años probablemente no se apreciaban estas virtudes de la misma forma.

También el contenido de los relatos explica por qué no fueron apreciados en su época. Esa intensidad que apuntaba como seña de identidad está del todo presente en la narración, en especial en La marquesa de O…, que debió escandalizar a las mentes bienpensantes de la época. La marquesa, viuda de buena posición social, está embarazada, y defiende por activa y por pasiva que no ha tenido relación alguna que pudiéramos establecer como origen de tal estado. Aunque no se explica la situación, la marquesa tampoco es estúpida y, con objeto de restablecer en lo posible su honor, anuncia en el periódico, de forma ingenua y bastante sorprendente, que se casará con el hombre que afirme ser el padre. Por supuesto ella recibe el repudio radical de su propia familia, en especial del severo padre, y por ahí asoma lleno de intenciones un cierto conde ruso perdida y un poco misteriosamente enamorado de la marquesa. Todo un extraño drama en el que no faltan algunas reacciones inexplicables de los personajes, un elemento chocante aunque de cierto atractivo que abunda también en el resto de relatos.

El amor, siempre sujeto a avatares complejos, es también el núcleo de otros dos cuentos, sorprendentemente situados en escenarios más bien exóticos para la época: el terremoto de Chile (imagino que el de Valparaíso de 1730) y la revolución haitiana de finales del XVIII. Amores arrebatados y profundos son sometidos a condiciones extremas, mezclados con tragedias y convulsiones sociales, y difícilmente van a terminar de forma feliz. Parece que siempre triunfa el mal: crímenes e imputaciones injustas se imponen a los sentimientos solidarios de los chilenos frente a la tragedia, y el odio y una violencia feroz ensombrecen las intenciones puras de los enamorados en el escenario brutal de la revuelta de los negros en la colonia francesa. Este relato, inocentemente titulado Los desposorios de Santo Domingo, aunque no tiene la sutileza de La marquesa de O..., me parece el mejor construido desde el punto de vista narrativo, con una progresión bien desarrollada, ingredientes de terror y suspense, y enredos y malentendidos de novela romántica. 

Menos relevante me parece La mendiga de Locarno que cierra el libro, un pequeño cuento con aires de misterio que trae a la memoria el episodio inicial que desencadena La bella y la bestia (versión Disney), quedando la duda de si Kleist pudo ser su inspiración, o fue él quien a su vez recogió la influencia de relatos más antiguos.

En todo caso, un pequeño librito que se lee en un pispás, con un prólogo bien interesante y muy adecuado para conocer el romanticismo literario alemán en carne viva.


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