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lunes, 6 de abril de 2009

Hanif Kureishi: El buda de los suburbios


Fecha de publicación: 1990
Idioma original:
inglés
Título original:
The Buddha of Suburbia
Valoración: Está bien

La primera frase de la novela, citada a menudo, es toda una declaración de intenciones: "Mi nombre es Karim Amir y soy inglés de los pies a la cabeza, casi". Es esa identidad ambigua del inmigrante de segunda generación (nacido en Inglaterra, de padre paquistaní y madre inglesa) la que da sentido a la narración del protagonista, Karim, cuyo padre decide un día dar lecciones de filosofía oriental a vecinos ingleses más acomodados. Con mucho sentido del humor, Kureishi nos cuenta el proceso de maduración y aprendizaje de Karim,

Lo mejor de la novela son, en mi opinión, los personajes secundarios: el padre tripón, con su doble vida de funcionario y místico; el tío Ted y la tía Jean, o "Gin & Tonic", como los llama el protagonista; la independiente y comprometida Jamila, a la que casan a la fuerza con el inadaptado y feo Changez; la troupe de actores, que incluye al trostkista Terry, la depresiva Eleanor, el tío Anwar y su pequeña tienda...

La novela hace además justicia al lema "sexo, drogas y rock&roll", o mejor dicho, música en general, porque también hay punk, new wave, glam rock... Lo que más hay, sobre todo en la segunda parte de la novela, es sexo. Sexo de todos los colores: solitario, heterosexual, homosexual, orgiástico, sadomasoquista, conyugal, extraconyugal, prostibulario... Tanto, que al final hasta acaba aburriendo. Será por ese cansancio de la repetición, o porque muchos personajes secundarios casi desaparecen a medida que avanzan las páginas, pero lo cierto es que la novela pierde fuelle en su segunda mitad -sobre todo con un viaje a Nueva York que, sinceramente, no añade gran cosa al argumento-, y sólo lo recupera en las últimas páginas, cuando Karim, convertido ya en un actor de cierto éxito (consigue un papel en una telenovela), vuelve a Londres y se reencuentra con sus raíces.

A mí, personalmente, me gustan más algunas de las obras posteriores de Kureishi, más oscuras y personales -algunas de ellas, abiertamente autobiográficas para escándalo de su familia-, como Intimidad, Siempre es medianoche o incluso El regalo de Gabriel, más edulcorada. Pero eso no quita para que El buda de los suburbios sea una novela interesante, divertida a ratos y que retrata con ironía y acidez el Londres de los años 70, desde la perspectiva de un ser fronterizo, que ni es ni deja de ser inglés, de Londres. Casi.

Curiosidad freak: La novela fue adaptada al cine en 1993, y el protagonista lo interpreta nada más y nada menos que Naveen Andrews, es decir, el Sayid de Lost.

viernes, 27 de septiembre de 2024

Hanif Kureishi. El regalo de Gabriel


Idioma original: inglés
Título original: Gabriel's gift
Traducción: Mauricio Bach
Año de publicación: 2001
Valoración: recomendable

Exponiéndome a que esta reseña merezca el subtítulo de lamento de boomer, habrá que reconocer que el modo de vida rock, tal como podía concebirse en 2001, ya no digamos en 1973, ahora nos resulta caduco y envejecido. A pesar de los denodados esfuerzos por mantener su espíritu vivo (aunque sólo sea eso), la actitud hacia la vida, contemplada como influencia del fenómeno, se encuentra en un receso absoluto e indisolublemente unida a algunas generaciones que ya han empezado a perder influencia en la dominación  global. El tiempo ha sido un canalla, por supuesto, pero también las costumbres y, en general, el modo de vida ya no occidental sino global, la urgencia, la oferta de entretenimiento, la pérdida de influencia anglocéntrica, las diferentes ambiciones, todo ha evolucionado de forma que el estereotipo, algo ingenuo y romántico, ha quedado desfasado. Por supuesto, la voracidad del capitalismo a la hora de asimilar y fagocitar aquello que puede ser explotado dentro de límites controlados. Creo que ya he mencionado en alguna ocasión esa banalización manifiesta a través de camisetas de Ramones, de Nirvana, de Guns'n'Roses. La admiración por un estilo musical reducida a una fase de la post adolescencia.

El regalo de Gabriel es una novela cuyo trasfondo es ya este escenario en decadencia. Gabriel es hijo de una pareja de viejas glorias, un adolescente que sueña con ser cineasta mientras convive con su madre, rodeada de hombres de poco fiar que vienen y van, separada de su padre, bajista de rock en paro tras un accidente en escena, pero que conserva, a pesar de su clara función de segundón, contactos con lo más granado del star system. Como Lester Jones, obvio trasunto de David Bowie o Marc Bolan, ése sí una gloria de alto nivel que regala a Gabriel un dibujo suyo, en una visita que este le hace junto a su padre. Para la pareja en desmoronamiento, saber de ese regalo representa una posibilidad de hacerse con algo de dinero, y la pugna patética por hacerse con el dibujo y poder venderlo como obvio fetiche de coleccionista los lanza a una inesperada carrera por hacerse con la atención del menor, que acumula no solo sus propios problemas, sino alguna situación curiosa: se comunica con su hermano gemelo ya fallecido.

Kureishi brega con un planteamiento algo forzado y cuyo recorrido se define demasiado pronto, con lo que su resolución no es exactamente el objetivo del libro. Como testimonio de esa generación a la que el nihilismo o los excesos parecen representar una justificación para todo un recorrido vital, hay que decir que El regalo de Gabriel acusa el paso del tiempo y nos sitúa en un universo de mitomanía y culto a un estilo de vida que hoy nos parece extemporáneo. Incluso desde una coartada de novela psicológica (la imagen del hermano fallecido solo puede explicarse así), la hipotética brecha generacional donde el hijo parece el más maduro del triángulo familiar no acaba de convencerme. En todo caso, su lectura desprende cierta calidez ligeramente nostálgica por la que no puedo sentir repulsa. Simplemente, el mundo ya no es así.

Sobre Kureishi en ULAD: aquí

lunes, 27 de junio de 2016

Bruce Chatwin: Colina Negra

Idioma original: inglés
Título original: On the Black Hill
Año de publicación: 1982
Traducción: Eduardo Goligorsky
Valoración: Imprescindible


Creo que está claro que Bruce Chatwin fue uno de los mejores escritores británicos de su generación. Y no hablamos de una cualquiera, sino de la llamada "generación Granta", nacidos en la posguerra de la II G. M., que eclosionó en los años 80: los Martin Amis, Salman Rushdie, Julian BarnesGraham SwiftHanif Kureishi y demás luminarias de las letras contemporáneas. Cierto que a Chatwin no se le encuadra, a veces, junto con esta generación de escritores, quizás porque era algo mayor, nacido durante la guerra, y además empezó a publicar en los 70 (aunque también Amis o Rushdie). Pero sospecho que la razón principal es que a Chatwin se le suele considerar como un "escritor de viajes"... incluso como EL escritor de viajes, o al menos, quien revitalizó el género en su época. Lo que no deja de ser curioso, ya que en su no demasiado larga producción literaria tan sólo hay dos libros de ese género -que, de hecho, el consideraba como "novelas de viajes", amén, eso sí, de los muchos que aparecen en sus recopilaciones de artículos. Sin embargo, escribió tres novelas, e incluso dos de ellas, bastante "estáticas", por decirlo así: los protagonistas apenas se mueven de los lugares en donde han nacido (también es verdad que la primera que escribió, la tensa y ambiciosa El virrey de Ouidah es todo lo contrario: narra la vida y andanzas de un inquieto traficante de esclavos brasileño, en dos continentes diferentes).

La acción de Colina Negra, en cambio, apenas se mueve de una granja y sus alrededores en las Blacks Hills, las montañas que trazan la frontera entre Inglaterra y Gales. En  realidad, no es una granja, sino dos -La Visión y La Roca-, puesto que, como señala la que fuera editora de Chatwin, Susannah Clapp todo en esta novela es dual: hay dos granjas, dos países -Inglaterra y Gales-, dos sendas, dos religiones, el trasfondo de dos guerras... y, sobre todo, lo que cuenta es la vida de dos hermanos, mellizos además: Lewis y Benjamin Jones, que viven juntos casi toda su vida, casi pegados como siameses o como un matrimonio indisoluble e incestuoso. Chatwin les acompaña en toda su andadura, desde antes incluso de su gestación por parte de la sensible aunque tenaz- huérfana de un reverendo y un colérico campesino galés, hasta sus últimos días, muchos, muchísimos años después. Entre medias, el devenir  de unas vidas en las que no sucede -casi- nada extraordinario... o quizás lo que ocurre es que -casi- todo lo es. Unas vidas que transcurren en un ambiente y entre unos personajes que nos resultan eviternos, alrededor de los cuales, fuera de la Colina Negra, va sucediendo eso que llamamos Historia, algo que parece no filtrarse a la granja de los hermanos Jones o a su vecina La Roca. pero cuando lo hace, es de una forma abrupta y turbadora.

Dependencia, sexualidad, aislamiento, soledad, descubrimiento, maravilla, rivalidad, serenidad... todo las experiencias que viven los gemelos las narra Chatwin con su asombrosa prosa cincelada en frío, precisa pero elusiva, capaz de evocar un recuerdo, descubrir un ambiente o relatar una existencia entera en un corto párrafo. No puedo dejar de señalar, además, que este escritor se inscribe plenamente en la "tradición" de las letras británicas de hacer un uso exhaustivo y deslumbrante de los elementos botánicos y climatológicos; una tradición observable tanto en, por supuesto, Thomas Hardy como en David Nobbs, sin ir más lejos... tradición gloriosa, en su aparente modestia, añado.

Sin duda, una novela excepcional y, me atrevo a decir, ya todo un clásico de la literatura inglesa. No esperan más para leerla, se lo aconsejo (eso sí, la portada es horrenda, lo sé; mucho más adecuada es la de la edición que yo tengo, con una hermosa foto campestre de Henri Cartier-Bresson, pero no he podido encontrarla con cierta calidad en la Red ... Sorry!)

Otros libros de Bruce Chatwin reseñados en Un Libro Al Día: UtzLos trazos de la canción

jueves, 9 de junio de 2016

David Nobbs: Caída y auge de Reginald Perrin

Idioma: inglés
Título original: The Fall and Rise of Reginald Perrin
Año de publicación: 1975
Traducción: Julia Osuna Aguilar
Valoración: Muy recomendable


Primera sorpresa: resulta que Caída y auge de Reginald Perrin no tiene demasiada gracia. Mejor dicho, sí que la tiene, por supuesto: abundan los momentos jocosos y hasta hilarantes, así como una ironía presente en toda la novela, como puede esperarse de una de las más eximias representantes del humor británico, en su vertiente literaria. Pero, si uno se para a pensar en lo que está leyendo, se da cuenta de que lo que nos cuenta esta historia, sobre todo en los dos primeros tercios de la novela, resulta bastante desolador. Porque no se trata únicamente de que el protagonista sea un cuarentón en plena crisis existencial -más allá de la consabida que corresponde ala mediana edad-. es que prácticamente ninguno de los personajes que aparecen dan la impresión de estar satisfechos con sus vidas -y si alguno lo parece, es que es un evidente cretino-. Todos son tan infelices al menos como el propio Reggie Perrin, creo yo.

Lo que pasa es que el único que se atreve a hacer algo para remediarlo es Perrin, en principio un ciudadano, esposo, padre de familia y ejecutivo de la empresa de postres preparados Lucisol, ejemplar, pero en el que la presión de vivir una existencia que juzga impostada, sin sentido y adulterada por la vulgaridad del mundo moderno -hay un poso de nostalgia de un pasado idealizado en su insatisfacción- le hacen ir perdiendo "cordura" -o ganando, según se mire- como si fuera el vapor de una olla a presión, tratar de cambiar su rutina de la forma convencional , que se espera de él y, por último, salir por peteneras hasta tomar una decisión drástica. No le estropearé la lectura a nadie, simplemente recordar que en cierto cuento de Hawthorne, el protagonista viene a hacer lo mismo. Bueno, lo mismo exactamente no, porque Perrin, que no deja de ser un buen tipo, le imprime luego un salto con tirabuzón a su aventura. Y su decisión, de una forma o de otra, arrastra a muchos de los que le rodean a plantearse también las condiciones de su existencia (otro apunte: tampoco hay mucha diferencia entre el argumento de esta novela y, pongamos por caso, el del Ulises de Joyce... o, claro está, de la misma Odisea, qué caramba).

En segundo lugar, sorprende -aunque no tanto- lo bien escrita que está la novela. Nobbs (por cierto, fallecido hace menos de un año) es un elegante representante de eso escritores británicos pre-Generación Granta, que parecieron copar las letras british en los bulliciosos años 80 -y hasta ahora-; ya saben, los Barnes, Boyd, AmisKureishi y compañía. A mí (que reconozco mi incultura al respecto, aunque ello me permite la maravilla del descubrimiento) sin embargo cada vez me están interesando más los escritores de las islas de una época anterior: los 60 y 70 (SparkBurgess... y por supuesto, Graham Greene). Y Nobbs se puede encuadrar en esta otra generación -o en una intermedia, quizás- pues aunque el gran éxito que supuso Caída y auge de Reginald Perrin le vino en 1975, llevaba ya publicando novelas desde diez años antes y más tiempo aún como periodista y guionista de televisión. Todo este bagage se nota, sin duda ne la novela. no hay grandes alardes de estilo, pero lo que está es porque debe estar y lo que no está -no menos importante-, porque no toca que esté.

Por último, vuelvo al asunto del carácter humorístico del libro, con el que comencé la reseña , para señalar que, en este caso, el humor no es un objetivo hacia el que va dirigida la construcción de la trama; se trata más bien de todo un rasgo estilístico, como pueden serlo las interminables descripciones de unos, las frases llenas de subordinadas  de otros o el "monólogo interior" de ya sabemos quién... El humor en la novela de Nobbs no tiene por objeto buscar la risa, como las de Tom Sharpe -aunque el personaje de Henry Wilt tiene alguna concomitancia con Reginald Perrin-, sino que es una actitud, una mirada que lo envuelve todo, los momentos más ridículos y los más tristes, los más turbadores y los más tiernos... Como en la vida misma, vaya.


miércoles, 6 de marzo de 2019

Ian McEwan: Los perros negros

Idioma original: inglés
Título original: Black Dogs
Traducción: Maribel De Juan
Año de publicación: 1992
Valoración: Recomendable, por lo menos

No le tenía yo muy bien ubicado a Ian McEwan dentro de aquella generación Granta, ya se sabe, esos autores ingleses  que surgen en las últimas décadas del siglo pasado y prolongan sus éxitos hasta culminar en el Nobel de Ishiguro. Mejor dicho, me gusta Rushdie, me divierte Kureishi y me interesan a veces Amis, Swift o Barnes, pero no termino de pillarles el punto, no hay algo que me entusiasme como para dejarme una marca ‘de grupo’, la impresión definitiva de que ahí hay algo realmente grande y potente. Así que lo intento esta vez con McEwan, y una obra en principio no excesivamente conocida ni prestigiosa.

El joven Jeremy nos explica para empezar una singularidad de su infancia: habiendo quedado huérfano a los ocho años, tiene el comprensible –aunque entiendo que no muy frecuente- impulso de establecer lazos especiales con los padres de sus amigos. Aprovechando la ausencia de sus colegas, charla con sus progenitores, se comporta como un adulto y recobra con ellos los lazos filiales que seguramente echaba de menos. Al cabo de los años, Jeremy, ya casado y con hijos, no ha perdido su vieja inclinación, e inaugura una estrecha relación con sus suegros, una pareja que vive separada desde su mismo viaje de bodas. Los perros negros viene a ser una colección de apuntes sobre el peculiar matrimonio, que su yerno proyecta convertir en una especie de biografía.

El narrador va dejando sus impresiones a partir de las largas conversaciones y horas compartidas con los ya muy maduritos June y Bernard Tremaine. June vive en una residencia, aquejada de una enfermedad degenerativa, y su marido (del que nunca llegó a separarse legalmente) mantiene un alto grado de actividad político-intelectual. Cuando se conocieron, ambos pertenecían al Partido Comunista, y parte de la narración se dedica a indagar sobre las causas de sus respectivos desenganches de la ortodoxia. Su perspectiva política fue siempre muy diferente: ella, idealista, con la mirada siempre puesta en los principios, en los grandes objetivos finales; él, pragmático y estratega, concibe la política como pensamiento científico, alejado de las masas.

Pero la divergencia en torno a una ideología común encierra algo más profundo, una diferente posición ante la vida, la espiritualidad que florece en ella y desconcierta a Bernard, el apego de éste a lo empírico e inmediato, que June no entiende ni asume. Una incompatibilidad definitiva, radical, a la que la vieja enferma no dejó de dar vueltas durante el resto de su vida, y a la que Bernard se plegó sin demasiado problema. Ninguno de los dos dejó de amar al otro, pero ese muro persistió para siempre a pesar, como a veces ocurre, de haberse levantado en el momento más inesperado, producto de un extraño y desagradable incidente que el lector sabe que ha ocurrido, pero desconoce en qué consiste hasta cerca del final.

Sin mucha atención a lo cronológico, Jeremy va contando sus encuentros con los dos ancianos, escarbando en sus memorias, y por ahí vamos viendo pequeñas grietas, sospechando que algo se rompió, intentando juntar las piezas para tener un dibujo coherente sin conseguirlo del todo. Y es cuando el narrador vuelve a la casa familiar cuando brota finalmente la antigua verdad, como si estuviera anclada a la tierra donde ocurrió. Se ve que McEwan dosifica la información y la coloca donde quiere, y el recurso está bien manejado y es eficaz, porque entretanto va añadiendo elementos que enriquecen la historia, como las experiencias propias de Jeremy, o la sombra proyectada por la realidad histórica, desde las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial hasta la caída del Muro de Berlín. Y lo que sabemos que es el estallido central del relato se mantiene oculto y sólo podemos ver sus efectos.

Hay también otros síntomas de buena literatura: personajes interesantes, con la complejidad poco llamativa pero real de cualquier individuo corriente; un hilo de ironía muy fina, tenue, no necesariamente ‘inglesa’, que recorre todo el relato; una distancia media entre el narrador y sus protagonistas, que pone en valor sus relaciones y da autenticidad a la historia. Pero la destreza del autor se manifiesta sobre todo al abordar escenas concretas: hay dos o tres situaciones de enorme tensión, muy duras, que se resuelven con maestría, sin perder el ritmo ni el pulso de la narración, lo que habla muy bien de la capacidad de un escritor para tener su relato siempre calibrado y bajo control.

A cambio, a la novela le falta quizá una estructura más sólida. De las confesiones y andanzas de June y Bernard sólo nos interesan cosas parciales, quizá lo que cuentan no dé para las páginas que ocupa, el relato parece tomar caminos diferentes que luego quedan más bien en poca cosa. De esta forma queda un texto algo gaseoso, sin que sepamos bien qué es exactamente lo que McEwan quiere contar. Esa endeblez del conjunto da lugar a que el interés del lector quede a ratos diluido, y sólo esas escenas potentes pero aisladas nos permiten recuperarlo de tanto en tanto. Vale que podríamos pensar en la huella de toda una vida (dos, en este caso), con su correspondiente carga de encuentros y desencuentros, de vacíos y llanuras emotivas, pero en todo caso la sensación que queda es la de un relato que podría tener bastante más peso, algo que parece escrito sin un plan determinado, sin un objetivo, aunque, eso sí, brilla la mano del escritor para narrar hechos concretos. Una historia un pelín deshilachada pero, con todo, recomendable.


Un montón de reseñas de McEwan: aquí

martes, 14 de abril de 2009

Zadie Smith: Dientes blancos

Año de publicación: 2000
Idioma original: inglés
Título original: White Teeth
Valoración: Está bien

Es curioso observar los parecidos y diferencias entre Dientes blancos, la primera novela de la británica Zadie Smith, y El buda de los suburbios, de Hanif Kureishi. Las dos hablan de familias inglesas compuestas, al menos parcialmente, por inmigrantes; las dos tratan el tema con ligereza e incorrección; en las dos hay ironía y mucho humor, y sobre todo muy poco respeto por los personajes, a los que se presenta generalmente como seres ridículos marcados más por sus defectos que por sus virtudes.

Pero El buda de los suburbios es mucho más violenta, mucho más iconoclasta. Está llena de sexo, drogas, música y más sexo. En cambio, Dientes blancos tiene una superficie más suave, su humor es más blanco y ofrece menos una visión de la condición de los inmigrantes londinenses, que la de un grupo de locos que se entrelazan por la casualidad y la torpeza.

En el centro de este grupo de locos están Archie Jones y Samad Iqbal, dos ex-combatientes de la Segunda Guerra Mundial que se reencuentran años después. Junto a ellos están sus dos esposas, ambas más jóvenes que ellos y con personalidades distintas: Clara, con raíces jamaicanas, y Alsana, bangladeshí como Samad. A ellos se une después, la siguiente generación de Jones e Iqbals: Irie, la hija de Clara y Archie; Millad y Magid, los gemelos de Samada y Alsana. Y finalmente, los Chalfens, una familia de intelectuales cuyos destinos se enredan igualmente con los de los Jones y los Iqbal. El desenlace de la novela gira en torno a RatónFuturoTM, un ratón experimental desarrollado por Marcus Chalfen con la ayuda de Magid Iqbal y con la oposición -por distintos motivos- de su hijo Joshua, del hermano gemelo Millat y de un grupo de Testigos de Jehová capitaneados por la madre de Clara.

Dientes blancos (por cierto, los dientes están por todas partes) es una lectura recomendable, aunque desde el punto de vista literario El buda de los suburbios es en mi opinión superior. Dicen que On beauty (Sobre la belleza) es mejor que Dientes blancos. Todavía la tengo entre mis lecturas pendientes...


También de Zadie Smith en ULAD: NW LondonSobre la belleza, Tiempos de swing

sábado, 11 de abril de 2015

Colaboración: Sobre la belleza de Zadie Smith

Año de publicación: 2005
Idioma original: inglés
Título oríginal: On beauty
Valoración: Recomendable

On Beauty
(Sobre la belleza) es una novela sobre las relaciones entre padres e hijos y entre profesores y alumnos, padres que son profes y hijos que son alumnos. Es la segunda novela de la autora inglesa Zadie Smith que he leído. Sus libros forman parte de algo que le llaman ficción multicultural o multiétnica: dentro de las novelas británicas de ese estilo a menudo la comparan con Hanif Kureishi y creo que no esta tan mal la comparación.

Esta novela puede ser leída también como novela de campus fiction o como comedia familiar. Me entretuvo bastante y de diversas maneras: un poco a lo Romeo-Julieta, un poco a lo telenovela, otro poco por observar a gente intelectual un poco pretenciosa tratando de actuar como seres humanos y descubriendo sus necesidades más allá de investigar, enseñar y publicar.

La historia sigue la vida de la familia Belsley: un matrimonio "mixto" de orígen británico, pero que vive en los Estados Unidos. El padre, el inglés Howard, es profesor de historia de arte en una de las mas prestigiosas universidades del país; su esposa Kiki es de orígen africano, trabaja de enfermera y es una madre con el corazón (y un cuerpo) muy grande.

Además de la familia Belsley está el profesor rival, el cristiano-conservador Mr. Kipps. Oríginalmente de Trinidad, vive en Londres y es invitado a enseñar un semestre en la misma universidad que Howard, en Wellington en Estados Unidos. Existe hace tiempo una pelea a nivel academico entre ambos profesores, se acusan mutuamente en publicaciones del periódico de la ciudad y en el comité de la facultad. Da la casualidad que los hijos de los dos se enamoran y cuando las dos esposas se conocen y empieza una amistad, aumenta la tensión y los hombres se sienten engañados.


El libro aborda las diferencias étnicas y culturales, tanto en los EE.UU., en el Reino Unido, como entre ambos países. Explora las relaciones entre blancos y negros, entre negros africanos y negros del Caribe, y entre los de primera generacion y de la segunda, etc. Un gran tema es también el choque entre los valores académicos ateos-liberales de unos y ultra-conservadoras de otros. Zadie Smith tematiza abiertamente lo que otros suelen no saber cómo decir, el “ser negro” y sus implicaciones socioculturales. ¿Son un grupo social que hoy es demasiado privilegiado por lástima, que se odia a sí mismo, o aún son oprimidos por la mayoría de la sociedad?

La autora describe la vida de los protagonistas, la familia Belsey con sus tres hijos Jerome, Zora y Levi de forma muy hábil. Lo hace desde la perpectiva hacia el mundo de cada uno de los cinco,  aunque me pareció que Howard es el protagonista, un poco que no hace nada, es un poco torpe, mete la pata una vez y ya - las fuerzas sociales actuan sobre él, las relaciones y circunstancias le meten en problemas cada vez mas grande. Se nota que la autora pasó mucho tiempo en universidades y le dedica una ironica autoreflexion a la vida academica con su propio código de conducta y su propio idioma, normas y valores y sus reuniones interminables.

Me impresiona como Zadie Smith sabe narrar de todo, sea poesía, rapeo de gangster con lenguaje “de la calle”, el dialecto de north-west de Londres o del milieu académico de la zona de Boston. Es un novelón de 450 páginas. Lo leí en ingés, no sé como quedó la traducción. Para mí la lectura valió la pena, me encariñé mucho con sus personajes; es ficción, pero se aprende muchísimo sobre multiculturalismo y raza. Creo que vale la pena seguir a Zadie Smith de cerca.

Firmado: Christine


También de Zadie Smith en ULAD: Dientes blancosNW London, Tiempos de swing

sábado, 24 de noviembre de 2018

Saïd El Kadaoui Moussaoui: No


Idioma original: Castellano
Año de publicación: 2016
Valoración: Muy recomendable

No ser de aquí, pero tampoco de allá. Es la ineludible condición del emigrado, del expatriado, de aquéllos a quienes la vida alejó del lugar de nacimiento, del allá de dónde uno cree ser. A un nuevo lugar que –aunque acabe siendo mi lugar en el mundo- pareciera no poder disponer del mismo sentido o significado que para un nativo. Desde luego, el ser humano ha emigrado desde el momento en que se irguió sobre sus piernas pero el asunto de las identidades –y por extensión, el de las identidades colectivas, culturales, nacionales, si es que realmente existen- sigue en el centro de la actualidad; de la religión, de la política, de la literatura.

Y novelas como No, de Saïd El Kadaoui Moussaoui (Beni-Sidel, Marruecos, 1975), quien llegó a Barcelona a los siete años y donde se dedica a la psicología, en especial a la salud mental en contextos de migraciones, identidad y adolescencia, y a la literatura, exploran esos territorios ambiguos y confusos por los que transitan los personajes que son, en palabras de Salman Rushdie, “personas múltiplemente arraigadas”.  O como canta Jorge Drexler en su último disco, “yo no soy de aquí, pero tú tampoco”.

El argumento de No transcurre entre este magma de opciones, entre la tesitura de qué valores escoger para regir el comportamiento, a qué sistema cultural y/o político prestar lealtad y establecer como marco de referencia, a cuál cúmulo de experiencias y emociones considerar propio, irrenunciable. La novela está narrada por un protagonista que se dirige a un amigo que ya hace unos años ha regresado a su Marruecos natal, lo que le permite dar salida de manera fluida y natural a todo un flujo de pensamiento que se desliza por una buena variedad de lugares y recovecos: el deseo sexual, el apetito y el hastío del seductor incansable, los tabúes familiares y religiosos, el desdén por las prácticas y ritos tradicionales, el desasosiego por la propia incapacidad de comprometerse con los demás... Un amigo al que, pese a los años transcurridos desde su partida, se le sigue considerando una herida abierta, agravada por ese inconveniente biológico adicional conocido como crisis de los 40; “no tengo un país al que regresar como tú. Y, a la vez, tampoco pertenezco –y te diré más, no quiero pertenecer del todo- a este.”. Donde, quizás, lo más interesante e inquietante sea ese “del todo".

El narrador de No se retrata como un tipo “orgulloso, engreído y un tanto altivo” y explica que lo que más le gusta, los motores de su existencia, son el sexo y el Arte. Utiliza la escritura –y aquí emergen las figuras de Phlip Roth, de Hanif Kureishi o de Malika Mokeddem- para ajustar cuentas con la tradición familiar y para aniquilar las lealtades de grupo, puesto que traicionar es “al contrario de lo que se suele explicar, un acto liberador, la libertad de la gallardía intelectual”. Y es precisamente ese arrojo, esa irrefrenable necesidad de usar la libertad para pensar y hacer con la vida lo que se considere razonablemente preciso lo que hace de No una novela tan recomendable.



lunes, 16 de febrero de 2015

Colaboración: Perro callejero de Martin Amis

Idioma original: inglés
Título original: Yellow Dog 
Año de publicación: 2003
Valoración: Recomendable

Reconozco que estos relatos de historias paralelas que se acaban entrelazando no me atraen mucho. Quizá sea que uno es un poco corto, y me cuesta seguir el hilo de cosas heterogéneas. Pero en el caso de Amis, el montaje y la dosificación de los diferentes argumentos me ha parecido excepcional, todo un puzzle organizado con maestría.

La novela pone en conexión entre otros a un tipo pendenciero de los bajos fondos, un periodista de la prensa amarilla (o directamente, basura) y la mismísima familia real inglesa (supuesta, claro), en una historia que discurre entre la sordidez y la casualidad.

El argumento, inicialmente simple, se va enredando según vamos conociendo más datos, y sirve de marco para dibujar personajes y entornos, casi siempre de forma implícita, y con un estilo moderno y fresco que no rehúye lo escabroso, pero que tampoco se deja caer de forma gratuita en la ordinariez –algo que no todos evitan, y no miro a nadie.

Tampoco falta la ironía, a veces casi imperceptible, que generalmente se deriva de la distancia que el autor mantiene respecto a sus personajes: no tenemos la impresión de que alguien nos cuenta lo que les ocurre, sino que nos los coloca ahí para que podamos examinarlos, les deja hablar en primera persona y asistimos a sus avatares con una mezcla de humor y curiosidad. El humor, por cierto, que es transversal a todo el relato, con personajes que se llaman Russia o Queenie encabezando una disparatada nómina. ¿Les despoja así Amis de su condición de individuos socialmente creíbles para reducirlos a personajes de una farsa? Quizá.

Entre medias, podemos disfrutar de momentos memorables, a veces una página o sólo una frase, una descripción genial o una ocurrencia, destellos que aportan a veces altura, a veces color, pero muestran en todo caso que el autor es un tipo con talento.

Y una última nota en relación con la estructura. Dada la dispersión de historias, corre uno el riesgo de perderse algo al principio (sobre todo, si se lee en pequeñas dosis), pero como el relato está bien construido, nos vamos haciendo progresivamente con los resortes, y el conjunto no tarda en empezar a funcionar. En el último tramo, el ritmo se acelera y la exposición adquiere un aire cinematográfico, precipitándose hacia un final realmente sorprendente.

En suma, un trabajo bien hecho, que se lee con agrado, y de bastante más nivel de lo que esperaba de esa difusa hornada de la literatura británica en la que, Kureishi aparte, tampoco hemos encontrado nada demasiado emocionante.

También de Martin Amis en ULAD: Aquí

Firmado: Carlos Andia

viernes, 29 de abril de 2016

Paul Smaïl: Vivir me mata

Idioma original: francés
Título original: Vivre me tue
Traducción: Ana Labra y Cristina Abril
Año de publicación: 1.997
Valoración: Recomendable


Hay clásicos por los que, como se dice comúnmente, no pasa el tiempo, y otros muchos libros que se han quedado viejos, quizá tuvieron su momento de gloria, pero los años han terminado por superarlos o arrinconarlos. Pero con este 'Vivir me mata' ocurre algo menos frecuente: que el paso del tiempo y las circunstancias le dotan de una perspectiva diferente.

La novela se publicó en 1.997, aunque en España no fue editado hasta 2.003 –al menos, la edición de El Cobre que es la que yo tengo. Se trata de un relato en primera persona de un chico de familia humilde, inmigrante de segunda generación en un barrio popular de París. Gente de origen árabe, de pocos recursos, pero que parece sólidamente afianzada en la sociedad, al menos en el sector –físico y sociológico- que digamos les ha tocado. Realmente, los sueños de los Smaïl parecen ausentes por completo, tragados por años de terca realidad; pero a falta de ilusiones, se diría que han conquistado un cierto grado de estabilidad, suficiente para vivir. Sin más.

Para Paul la cosa empieza a complicarse ya en la escuela, donde a los típicos episodios de matonismo se unen las primeras actitudes racistas. Y el chico, no contento con los problemas suscitados por el color de su piel, daba carnaza a sus agresores con algo todavía más dañino: su afición a la lectura. Vamos, un morito con pretensiones intelectuales, todo un caramelo para un grupo de macarras en busca de diversión.

Así se configura su mundo. Sin oportunidades para hace nada mejor, Paul pasa por un garito de boxeo (había que aprender a defenderse) y por distintos curros (había que sacarse algún dinerillo), todos en los estratos más bajos: repartidor de pizzas, gorila de una especie de prostíbulo, y hasta un fugaz paso por la librería de una señora con ínfulas de progre-paternalista. El único objetivo pasa a ser hacerse respetar en un entorno hostil, y a poder ser sin desatender del todo su pasión literaria. O sea, difícil. 

Se nos cuentan las cosas con un lenguaje directo, en buena parte dialogado, y entreverado de interjecciones en jerga y en árabe, con frescura y naturalidad. Pero lo más interesante me parece la posición del personaje en ese ambiente endogámico y deprimido: Paul es francés y se siente francés, como aquel personaje de Kureishi (‘Mi nombre es Karim Amir y soy inglés de los pies a la cabeza, casi.’) Pero, claro, tampoco es tonto, y sabe que su aspecto de mustafá siempre va a suponer un obstáculo para ser igual de francés que los blancos. Ante ello, no hay en principio agresividad o desesperación, sino un dolor sordo y una especie de obsesión con su propio cuerpo, su olor, su aliento, su sudor, como buscando dónde está la suciedad que le hace diferente.

De modo que se limita a sobrevivir con la dignidad que sea posible, alejado del estereotipo de rebelde con causa. Se puede admitir que el personaje se muestra algo idealizado, que el argumento a veces se deshilacha o se dan algunas situaciones facilonas, pero el relato alcanza su objetivo si damos por supuesto que éste era una reflexión, un toque de atención sobre la situación de estas nuevas generaciones de hijos o nietos de inmigrantes, que llenan barrios enteros en las grandes ciudades, sin terminar de integrarse en la cultura que les acogió.

Leído el libro en los primeros años del siglo, el texto tenía ese carácter descriptivo, poniendo el foco sobre un problema que ya venía haciéndose patente en forma de estallidos sociales ocasionales.

Pero en las últimas páginas aparece –creo que por única vez- la palabra ‘odio’, se materializa el recuerdo de episodios represivos especialmente duros, y asoman, muy tímidamente, casi de forma anecdótica, un par de alusiones a los integristas islámicos que empiezan a aparecer por el barrio. Con lo que, volviendo a lo que indicaba al principio, diez o quince años después de escrito, el libro se revela clarividente, porque es justo en ese escenario donde ha prendido finalmente la llama del fanatismo, con las consecuencias atroces conocidas por todos. 

P.D.: Casi es lo de menos que, por lo visto, el Paul Smaïl autor del libro no existe. En realidad, parece que se trata de un escritor francés llamado Daniel Théron, también conocido como Jack-Alain Lèger y otros varios seudónimos. Lo cual quizá decepciona un tanto, porque me había imaginado a ese Paul, culto y aguerrido, escribiendo en unas cuartillas el relato de ese trozo de su juventud mientras vigila con desinterés la puerta del burdel en que trabaja por las noches.