Título original: Das Grosse Welttheater. Von der Macht der Vorstellungskraft
Traducción: Daniel Najmías
Año de publicación: 2020
Valoración: Interesante
Philipp Blom, historiador, periodista y al parecer esporádico novelista, parece uno de esos tipos que se atreve con todo, o casi, porque explorando un poco en su obra publicada, abarca temas diversos además de los estrictamente vinculados a su vertiente de historiador. En concreto, parece que se interesa y trabaja bastante aspectos relacionados con el cambio cultural, social y climático que estamos experimentando al inicio del siglo XXI. En este sentido, podemos situarlo, al menos por concepto, junto a pensadores como Baudrillard, Bauman, Žižek o Finkielkraut, atentos a cómo está evolucionando nuestro mundo en distintas vertientes.
Según este pequeño ensayo, para Blom estamos en un momento decisivo, con una alerta incuestionable y muy seria por el cambio climático, justo en una etapa en la que el consumismo masivo parece haber ganado la batalla, y el sistema quiere convencernos de que estamos en el mejor de los mundos posibles. Si, al menos en Occidente, una gran parte de nosotros tenemos nuestras necesidades básicas satisfechas y apenas tenemos que preocuparnos por seguir acumulando bienes y poco más, nos encontramos inermes ante el desafío de una transformación global de nuestro entorno cuyas consecuencias están dejando de ser imprevisibles para convertirse en ciertas y trágicas.
El autor insiste en la gravedad del proceso y su carácter disruptivo, que nos sitúa en una guerra contra el futuro, la lucha quizá no tanto para esquivar lo ya inevitable sino para adoptar nuevos paradigmas que nos permitan afrontar una nueva época. Relaciona el momento actual con la Pequeña Edad de Hielo (siglos XV a XVIII), e identifica los cambios registrados entonces en la actividad agraria con modificaciones sustanciales en la estructura social y el pensamiento, hasta desembocar en la Ilustración.
Sin embargo, dice Blom, actualmente nos encontramos sin los instrumentos necesarios para afrontar las nuevas dificultades, nos vemos anestesiados por los sueños del consumo y el crecimiento indefinido (aquí emparenta quizá con Harich, pese a encontrarse, creo yo, ideológicamente muy lejano), y acosados por el resurgimiento de los extremismos. Falta algo que define como un relato común, algo que entiendo más bien como un conjunto de valores o convicciones básicas, como las que conquistaron Occidente tras la Segunda Guerra mundial: derechos humanos, democracia parlamentaria, capitalismo con rostro humano.
Más allá de esto Blom no da recetas, parece conformarse con convocarnos a la reflexión y a la búsqueda de ese relato, de ideas nuevas que nos permitan avanzar en la preservación de esa fina membrana que recubre el planeta y que compartimos con todos los seres vivos conocidos. Tampoco esperamos, creo yo, que un pensador proponga soluciones, se puede decir que casi ninguno lo hace. Pero tengo que decir (y aquí empiezan mi queja) que todo lo anterior son las conclusiones que, grosso modo, he podido extraer de un texto que adolece de irregularidad y cierta falta de coherencia, que parece escrito a trozos y con una querencia excesiva por el lucimiento. Hay pasajes verdaderamente atractivos e interesantes, como cuando, muy al principio, se centra por ejemplo en los elementos que definen la identidad familiar, e igualmente en la proclama, concisa y dura, que lanza para alertar sobre la gravedad del cambio climático. Pero en muchos otros momentos el texto se hace algo confuso y cuesta cierto trabajo encontrar el hilo, no tanto por exceso de erudición (que en alguna ocasión también), sino por una especie de dispersión expositiva que le resta solidez, y lo que es peor, hace perder interés en la lectura.
Se diría que Blom quiere coger demasiada altura, que arriesga demasiado al poner alrededor de la crisis climática a Calderón o al Festival de Salzburgo, que una cuestión de carácter tan rabiosamente físico no mezcla bien con aspectos tan espirituales, y que al remontarse a la Ilustración puede descolocar un tanto a quienes buscamos soluciones tangibles a problema tan urgente. Se entiende que el autor intente encontrar una respuesta radical, tan antropológica como biológica, y quizá por ello se va hasta tan lejos, con un llamamiento a movilizar la imaginación para lograr el gran cambio. Pero a lo mejor a nivel lector el intento se queda en algo bienintencionado, inteligente, pero también no demasiado consistente.
Con todo, es un libro interesante precisamente por lo que tiene de exploración intelectual, porque a veces también es sano alejarse un poco de lo inmediato, tomar distancia y poner a funcionar la abstracción. Seguramente todos los grandes avances (y también los grandes retrocesos) empezaron cuando alguien empezó a concebir ideas nuevas, que solo muy poco a poco fueron tomando forma. Pero quizá hoy en día necesitamos algo más material que una disertación algo etérea que termina con mención un poco ingenua a Greta Thunberg. ¿Entonces el camino en un mundo inestable y polarizado es concienciarse, luchar, resistir, o ya solo adaptarse, como en algún momento podría leerse entre líneas?
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