Leopardos en el diván, novela de menos de ciento cuarenta páginas, me ha sorprendido gratamente. Si bien me gustó mientras la leía, no fue hasta haberla terminado y dejado reposar que sentí que había experimentado algo especial. Con esto no quiero decir que esté libre de defectos, pues acarrea unos cuantos; lo cual, por otra parte, es natural, ya que es fruto de la primera incursión de Gonzalo Fontana Elboj en el ámbito narrativo.
La obra trata de Jorge, profesor cincuentón, pedante y cínico atormentado por una serie de demonios. Primero nos es introducido; a continuación, se profundiza en su forma de pensar a través de pasajes introspectivos y una sesión de psicoanálisis; y finalmente se le obliga a interactuar con Boris, un joven de barriada que acude a su apartamento.
A mi juicio, las virtudes de Leopardos en el diván son las siguientes:
- Presenta un estilo tan cuidado como personal, capaz de adaptarse a las diferentes exigencias del relato.
- Con unas pocas pinceladas es capaz de transmitir la personalidad de los dos protagonistas.
- Refleja correctamente las dinámicas oblicuas que mantienen los seres humanos, especialmente aquellos que no se conocen de antemano o friccionan entre ellos. También plasma adecuadamente la intimidad frágil, desesperada y bonita que la gente rota puede alcanzar.
- Entrega un elemento ¿fantástico? que, por desdibujado, no pierde potencia.
- Implementa con éxito la sutileza y ambigüedad cuando se tercia.
- Su final abierto resulta evocador e intrigante.
- Aborda el tema del deseo con una sensibilidad parecida a la de los autores japoneses, que oscila entre lo bello y lo turbio, lo elevado y lo pecaminoso, lo platónico y lo tabú.
Llegados a este punto, querría destacar los defectillos que le he visto a Leopardos en el diván:
- Baraja muchas ideas y no todas cuajan con la misma efectividad. Aunque llevar a buen puerto un debut así de ambicioso no tiene que ser fácil, por lo que se puede perdonar que la ejecución del mismo sea, a ratos, irregular.
- La prosa se antoja, en ocasiones, un tanto rebuscada. Entiendo que su pátina de pretenciosidad es un efecto deliberado, pero había momentos en los que el texto se hubiera beneficiado de un registro más simple y natural.
- Su argumento da la impresión de que hubiera podido expandirse en direcciones distintas, o que al menos podría haber desarrollado ciertos apartados.
En fin: Leopardos en el diván es una buena novela. Quizá lastrada por la bisoñez narrativa de su autor en algunos aspectos, demuestra una pluma segura, una voz personal y un estilo solvente en otros. Aunque puede que no guste al gran público debido a su lenguaje pedante, su protagonista desagradable y su trasfondo incómodo, estoy seguro de que será reivindicada con el paso del tiempo por un selecto grupo de lectores capaces de apreciar sus múltiples virtudes.
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