sábado, 12 de febrero de 2022

Vasili Grossman: Stalingrado. Crónicas desde el frente de batalla

Idioma original: ruso

Año de publicación: 2018 (dentro de Años de guerra, en 2009)

Valoración: Recomendable

 

La batalla de Stalingrado fue quizá la más determinante del curso de la Segunda Guerra mundial, tal vez junto con la de Kursk. Las fuerzas alemanas lanzaron un ataque devastador, a sangre y fuego, sin tregua, contra esta ciudad (hoy Volgogrado) a orillas del Volga, estratégica para la conquista de Rusia tras haber fracasado en su avance hacia Moscú. El simbolismo de una gran ciudad volcada en la industria pesada, junto con el acceso al Don y al Volga, eran motivos suficientes para desencadenar una ofensiva con alrededor de un millón de soldados en busca de un objetivo que diera lustre a la campaña del Este. Todo ello dio lugar a la confrontación sin precedentes, tanto por su violencia extrema como por la destrucción sistemática en una urbe en la que se luchó calle por calle, con una intensidad nunca vista hasta entonces.

Allí estaba Vasili Grossman, que se convirtió en el más destacado corresponsal de guerra de la Rusia soviética, y que posteriormente sería conocido por ser el primero que publicó acerca de los campos de concentración nazis descubiertos en la ofensiva hacia el Oeste. Con el bagaje del conocimiento directo del frente de batalla, Grossman escribió más tarde varios libros importantes (ver enlaces abajo), y tuvo el atrevimiento de criticar a ciertas jerarquías del régimen lo que, como se puede suponer, le costó algunas represalias.

Grossman, por entonces de treinta y tantos años, es en ese momento reportero y a la vez propagandista del régimen stalinista, enviando desde la línea del frente crónicas de tono épico que ponderaban las bondades del Ejército Rojo frente al inexorable invasor alemán, y son esos artículos lo que constituyen el cuerpo del libro. Lo hacen en una progresión cronológica gracias a la cual se entiende la evolución de la batalla, porque los textos no son en sí demasiado descriptivos en relación al desarrollo de los combates. Pero podemos deducir que estamos en una ciudad de cierto tamaño, con una potente industria pesada (en principio centrada en la maquinaria agrícola, luego rápidamente reconvertida hacia el material de guerra) y una economía floreciente, que se ve cercada por el poderoso ejército nazi, con el gran Volga a su espalda. Las fuerzas soviéticas acuden en masa para resistir el ataque y, gracias sobre todo al heroísmo de sus combatientes, consiguen mantener las posiciones y, poco a poco, comienzan a revertir la situación hasta vislumbrarse una posibilidad real de derrotar a los alemanes. Con esta expectativa finalizan las crónicas de Grossman, sin llegar a contarnos el desenlace final.

El narrador se esfuerza en transmitir el horror de la situación: los bombardeos son incesantes y brutales, una lluvia de fuego que se completa con la artillería y las unidades de blindados, que avanzan sembrando la devastación, con una furia nunca vista:

'Los alemanes esperaban que el organismo humano no sería capaz de soportar una presión de esta magnitud, creían que no habría en el mundo corazones ni nervios capaces de aguantar sin desmoronarse este salvaje infierno de fuego, de metal chirriante, de tierra conmocionada, de frenesí enloquecido'.

Y siguen los detalles sobre el calibre de los obuses, las balas explosivas, los lanzallamas, morteros de seis cañones, bombas explosivas y de metralla. Lo más selecto y más destructivo del arsenal alemán puesto en el foco de esta ciudad. Vale que Grossman estaba obligado a transmitir ese tono apocalíptico a sus lectores, pero los datos históricos procedentes de otras fuentes no le desmienten: la batalla de Stalingrado, centrada como pocas veces en las calles de una ciudad, ha tenido pocos o ningún parangón en la Historia. Ambos contendientes se jugaban mucho, mejor dicho, todo. Y así se terminó decidiendo el curso de la guerra.

Aparte de dibujar el espanto de esa violencia desatada, Grossman dedica una gran parte de su relato a describir a los héroes de la defensa soviética: los irreductibles siberianos que resistieron en las ruinas de la fábrica de tractores, el tirador tímido y culto que acabó abatiendo con frialdad y precisión a quien se atreviese a asomarse a sus posiciones, los altos mandos dirigiendo las operaciones desde sótanos y refugios, mujeres que resultaron clave para hacer posibles las comunicaciones en una situación extrema. Una amplia nómina de héroes, con nombres y apellidos, decenas de miles de ellos muertos lejos de sus familias, representando el valor y la voluntad indestructible de defender su tierra. Porque, más allá de lo ideológico, la guerra fue en Rusia una guerra patriótica, tal como se sigue recordando hoy en día.

Con todo esto, se puede suponer que el nivel épico de las crónicas de Grossman es muy elevado, y está tan bien narrado que llega a resultar emocionante, incluso haciendo abstracción de quiénes combatían contra quiénes. Imagino que este sería el gran objetivo del autor, no tanto describir el desarrollo de un episodio bélico como llegar al corazón de los lectores, mostrarles el horror que amenazaba su país e incitarles a resistir hasta el último aliento. Con esa prosa exacta y contundente que siguió mostrando en obras posteriores no hay duda de que Grossman consigue ese efecto, sin desdeñar momentos de pausa, igual de sobrecogedores, cuando en medio del estruendo de bombas, incendios y ráfagas de disparos, describe los hielos que descienden por el Volga, el azul del cielo que ilumina el escenario, o la luz de atardecer que parece convertir en irreal la locura que se está viviendo.

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