Resulta que mañana, 1 de marzo, este blog cumple exactamente trece años. Muchos, eh? Muchas reseñas de muchos libros han pasado por aquí, desde luego. Pero somos gente seria, austera, infatigable, y no nos permitimos celebrar con festejos esta entrada en la adolescencia. Al contrario, nos mortificamos con lo que después de esas cuatro mil no sé cuantas reseñas todavía no está en ULAD, las ausencias inexplicables, los Ilustres olvidados.
Serán autores a los que injustamente nunca les dimos un hueco (a algunos ya los rescatamos hace algún tiempo pero faltan más), libros esenciales que pasamos por alto, vacíos todos que nos impiden conciliar el sueño. En unas cuantas entradas durante esta semana repararemos algunos de esos agujeros. Nos quedarán más, pero con el tiempo iremos a por ellos.
Título original: Iliás (λιάς)
Traducción: Vicente López Soto
Año de publicación: siglo VIII a.C. o por ahí
Valoración: Bastante recomendable
Si hablamos de libros ilustres que todavía no habían llegado a ULAD, el bueno de Homero es un nombre que no puede faltar. En general no estamos haciendo mucho caso a los clásicos griegos (una pena, algo que iremos solucionando) pero dejar fuera al viejo poeta no tiene perdón. ¿Quién nos hubiera contado mejor las aventuras de Ulises (Odiseo) surcando el Mediterráneo acosado por todo tipo de monstruos? ¿Qué hubiera escrito Joyce sin esa inspiración? (bueno, seguro que hubiera encontrado otro filón vaya usted a saber dónde) ¿Dónde hubiéramos encontrado un mejor relato de la cólera de Aquiles y su (casi) irrevocable enfado con Agamenón? Pues bien, tomemos esto último para empezar a hablar de La Ilíada.
Por lo visto, no está claro cuánto tiene la guerra de Troya de realidad o de leyenda. El caso es que muchas fuentes anteriores a Homero mencionan cosas fragmentarias sobre este terrible conflicto, del que se dice que se prolongó durante diez años. Pero si usted espera que La Ilíada nos cuente su desarrollo y pormenores, incluidos el numerito del caballo y el del talón de Aquiles, lo tiene crudo. Lo que hace Homero a lo largo de sus quince mil y pico versos distribuidos en veinticuatro cantos es relatar una pequeña parte de esa guerra, a decir de los expertos una fase de unas cuantas semanas localizada en el último año de combates. Aun así, el libro nos informa de muchas cuestiones fundamentales en relación con los diferentes (y muy numerosos) protagonistas del choque.
Se dice que el origen de la guerra fue el rapto de la griega Helena (lo de rapto es algo bastante dudoso) por Paris, uno de los muchos hijos del rey de Troya. Por intercesión de los dioses (ya hablaremos luego de esto) el rey Agamenón reúne un ejército para recuperar a la bella Helena y de paso destruir a los odiados troyanos. La coalición es muy potente, pero le falta la pieza clave: el gran Aquiles, hijo del rey Peleo y la diosa Tetis, está enfurruñado con Agamenón porque le ha birlado a una esclava que Aquiles obtuvo de un saqueo, y por lo visto estimaba mucho. El héroe se desplaza con los demás a Troya pero se queda en su tienda rumiando su enfado, mientras los demás griegos se batían el cobre frente a las murallas de la ciudad. Las fuerzas troyanas las capitanea otro tipo de cuidado, el divino Héctor, cuya fuerza y valor hace que la balanza se incline poco a poco del lado de los sitiados, en principio menos poderosos.
Todo esto lo cuenta Homero en sus versos, afortunadamente trasmutados para nosotros en una prosa fluida y muy asequible, con algunas peculiaridades, parte de ellas compartidas con otros clásicos de la época y la región. Una muy señalada es la propensión a los largos parlamentos, muchos de ellos colocados en los momentos más inoportunos, ya saben, cuando uno de los combatientes va a acometer a su oponente, larga un discurso resonante, que puede ser reivindicativo, amenazante o protocolario, incluso teñido de un negro sarcasmo frente al oponente muerto, que también. La cosa recuerda, si se me permite la frivolidad, a esos animes japoneses donde, entre puñetazo y puñetazo, se intercalan peroratas y reflexiones eternas. Pero en el caso de Homero todo está al servicio de la épica de la lucha y la exaltación de los combatientes. Son tipos aguerridos, valerosos y casi sobrehumanos. Aunque también se nos dejan ver sus debilidades, lo que es un signo importante que distingue al autor. Todos los héroes dejan en algún momento al descubierto flaquezas propias de cualquier persona: el rebote, un poco infantil, de Aquiles, cierta tendencia al derrotismo y la huida cuando las cosas se ponen feas, dudas en momentos decisivos. Los caudillos de uno y otro lado, pese a su carácter titánico, no escapan a su naturaleza humana, aunque sea momentáneamente.
El autor se muestra equidistante entre ambos bandos, no está contando un hecho histórico que se preste a tomar posición, quiere relatar la inmensa epopeya de hombres que son casi dioses y que pelean, más que por una patria o por un objetivo determinado, por el honor de la victoria… y de paso por las posibles recompensas (riquezas, mujeres, esclavos). Solo en la última fase Homero parece escorarse del lado de los aqueos, seguramente porque la muerte de Patroclo por Héctor (el hecho determinante del desenlace) no le parece del todo honorable. Por lo demás, llama la atención alguna digresión que, aunque quizá no para el autor, tiene tintes cómicos, como una larga discusión sobre si es preferible desayunar o no justo antes de iniciar la batalla decisiva.
Se puede hablar sobre otros muchos aspectos. Quizá el más sobresaliente es el papel de los dioses en todo este desaguisado. Allá arriba, en el Olimpo, un buen puñado de dioses, encabezados por Zeus, dejan ver innumerables rencillas que les llevan a engañarse unos a otros, buscando cada uno su interés o sus deseos de venganza, porque se dirían más humanos que los que luchan a ras de tierra. Unos y otros (Atenea, Apolo, Poseidón y una larga nómina) maniobran buscando la victoria del bando que les conviene, sin dudar a la hora de mezclarse en la guerra disfrazados, asesorando o alentando a los soldados, o directamente atacando a quien se tercie. Así, la guerra viene a ser una especie de juego de rol, y los imponentes héroes meros peones movidos a discreción por las deidades.
Pero no me extiendo más. Puede que la lectura se nos haga algo larga, y sobre todo que nos cueste un poco asumir un ritmo y unas líneas argumentales que en algunos momentos resultan extrañas a la literatura bélica actual. Pero es también un libro que deja un poso importante, algo que se debe conocer. Un Imprescindible para el amante de la literatura, un Recomendable para aquellos a quienes simplemente les gusta leer.
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