domingo, 27 de febrero de 2022

Eva Baltasar: Mamut

Idioma original: catalán
Título original: Mamut
Traducción: Nicole d'Amonville Alegría
Año de publicación: 2022
Valoración: entre está bien y recomendable

Parece cuestión de casualidad, pero últimamente están apareciendo libros donde sus protagonistas se trasladan de la ciudad al campo. Es posible que sea debido a que hayamos llegado a un momento en el que las ciudades nos expulsan económica pero también emocionalmente y nos devuelven a los entornos rurales, allí donde todo parece más genuino y veraz. Este tipo de migración física pero ligada también a un cambio interior que encontramos en esta última obra del tríptico de Baltasar, la encontramos (y disfrutamos) recientemente en la novela «Sola», de Carlota Gurt, obra con la cual guarda ciertos paralelismos por esa huida adelante, pero también por una narración muy visceral, orgánica, casi salvaje que acompaña el escenario físico en el que transcurren ambas novelas. Parece como, si de golpe, recobrara peso la narración desde la ruralidad para volver a unos orígenes de los que la ciudad, inmensa, grande, hostil y antipáticamente fría nos ha alejado.

La novela empieza cuando la protagonista, narradora en primera persona, nos recuerda el día en que cumplía veinticuatro años, el día previamente elegido en el que debía lograr quedarse embarazada. Así, organizando una fiesta de fecundación en la que quería ser madre soltera, pues tenía claro que no quería que «nunca ningún padre me reclamara la parte», intenta encontrar quién pueda participar en el acto para conseguir su propósito. Así, como ocurría ya con «Boulder», en este caso también encontramos una mujer joven, en apariencia solitaria y en la que la maternidad incide en su vida, aunque en este caso de manera algo diferente pues la decisión está basada concretamente en el acto de dar a luz que en la maternidad futura porque «no era el deseo de tener un hijo, lo que me había secuestrado, era el deseo de gestarlo, el de hacer pasar la vida cuerpo a través, el de crear».

Especialmente en el primer tramo del libro reconocemos a la autora que ya nos impactó con sus anteriores libros, por la potencia narrativa, por la claridad expositiva y por un estilo poético que llena el relato de frases como «era abril y la primavera reventaba los ventanales con una bocanada de vida en suspensión» o cómo, al narrar los trabajos precarios que tenía, la protagonista afirma que «dejaba los trabajos al cabo de poco de haberlos empezado, cuando ya me estaba acostumbrando a ellos, porque me aterraba la sensación de habituarme a la explotación» porque «vi claro que, en el mundo laboral legalizado, era una tomadura de pelo. Trabajando para otro entregaba lo más valioso que tenía (…): la dignidad». Por todo ello, tras algún intento de quedarse embarazada infructuoso, decide abandonar una vida que no le aporta nada e irse a vivir al campo, apartada de la civilización y de trabajos mal pagados. Así, con ello, la autora apunta a uno de los males de la sociedad y que lleva a su protagonista a abandonar la ciudad, rompiendo con el mundo en el que vivía para encontrarse ella misma y lograr un cambio de vida abrupto y drástico que da pie a un cambio de aires de la protagonista, pero también de estilo en la autora en la que no encaja de manera tan fluida.

A partir de ese cambio, constamos un evidente cambio de estilo; Baltasar deja de lado metáforas y los aires poéticos a los que nos tenía acostumbrados para escribir desde la ruralidad, desde un paisaje que se intuye infinito para los acostumbrados a las grandes ciudades, con la presencia constante y vigilante de los bosques que amenaza la protagonista por su desmesura y hostilidad y que constata afirmando que «a pesar de que el camino entre el albergue y el bosque discurre entre vegetación, es fácil saber cuando he llegado propiamente al bosque. Es cuando empiezo a notar que los árboles hablan de mí con un lenguaje que se me escapa», porque «el bosque tiene manos y me tapa los ojos. Hace que gire sobre mí misma hasta marearme. Me incita para que corra, me araña, me hace caer». Y la soledad, que hace mella en ella, viviendo en medio de la nada, en una «casa que es más grande por dentro que por fuera», pero que no la aparta de la idea de dar a luz a un bebé, una idea que no la abandona y provoca que esa necesidad imperiosa de gestar un bebé la cambie, la transforme en un ser muy animal, muy visceral, muy orgánico. Y, con ello, la historia se dirige hacia un estado donde la ruralidad la posee y la absorbe, donde lo terrenal plana sobre un relato que se centra y obsesiona en nuestros aspectos más primitivos y carnales, donde la vida y la muerte se encuentran de cara y se rehúyen para encontrarse de nuevo, donde la exploración de la vida parte la consciencia del dolor y del sufrimiento, y de la lejanía anímica hasta el punto de saberse otra persona. El relato gira y cambia, hasta el punto de no parecerse en nada al del principio del libro asemejándose de manera inexorable a un relato crudo y visceral, sin poesía ni adornos, pero que a la vez parece desconectado también a nivel argumentativo, como si el cambio que sufre la protagonista lo hubiera sufrido también la historia, como si fueran dos relatos casi inconexos.

Sin desvelar el avance de la trama ni su desenlace, sí cabe decir que la lectura ofrece sensaciones encontradas; su primer tramo es realmente bueno (aunque sin llegar al nivel de sus anteriores novelas), pues vemos a la autora que nos sorprendía por la belleza de sus metáforas, pero lamentablemente en la mayor parte del libro parece como si hubiera dejado de lado esas reflexiones y aires poéticos que nos impactaban para dejar que el impacto venga de la mano de las escenas, narradas de manera cruda y sin cortapisas. Es un giro estilístico arriesgado que puede sorprender a muchos y no siempre de manera grata, porque aquí la potencia viene de las escenas mientras las pequeñas pinceladas de poesía quedan diluidas y perdidas como el eco que uno busca en medio de la soledad; tampoco la extensión tan corta del libro ayuda a acompañar a la protagonista en una transición tan radical dificultando entrar en una narración sin una clara continuidad argumental que nos lleva a una historia que a menudo no se sabe dónde va ni dónde pretender llegar. Por todo ello, al lector, a pesar de los grandes momentos que ofrece la novela, le puede ocurrir como a la propia protagonista, que en ocasiones parece perdida y desconcertada ante un cambio en el que no se siente nunca cómoda ni en calma. 

También de Eva Baltasar en ULAD: Permafrost, BoulderOcaso y fascinación

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