Idioma original: francés
Traducción: Raimundo Viejo Viñas
Año de publicación: 1835-1840
Valoración: Muy interesante
En 1831 Alexis de Tocqueville fue enviado a Estados Unidos para estudiar su sistema penitenciario. Permaneció allí solo nueve meses, pero fue tiempo suficiente para interesarse profundamente por aquel nuevo país. A su regreso continuó estudiando la cuestión, publicando en dos partes La democracia en América, un texto fundamental en las ciencias políticas, con múltiples conexiones con otras áreas, como el Derecho, la Historia o la sociología.
Estados Unidos era un país independiente desde hacía poco tiempo, y lo que encuentra Tocqueville es algo bastante insólito: un Estado democrático establecido sobre una tierra virgen de dimensiones todavía desconocidas y constituido por colonos, sin jerarquías ni clases sociales, o sea, algo tan radicalmente diferente de la vieja Europa que le mueve a intentar estudiarlo en su totalidad y deducir consecuencias. Por fijar los conceptos, hay que decir que lo que llama democracia no es exactamente lo mismo que nosotros entendemos hoy en día (una persona, un voto; un sistema representativo) sino, en términos generales, la igualdad de condiciones. Ese es justamente el corazón de la sociedad estadounidense, un colectivo de ciudadanos llegados de la metrópoli en busca de una vida mejor a la que todos tienen derecho por igual, y solo su capacidad determinará el éxito o fracaso. Se puede decir que el concepto de democracia es por tanto más sociológico que político o jurídico, y sobre ese enfoque construye Tocqueville la contraposición entre democracia y aristocracia que ocupa la mayor parte del libro.
Ese pueblo de colonos se constituye en un régimen democrático y básicamente igualitario (luego hablamos de la esclavitud), formado por unidades territoriales más pequeñas (Estados, condados, comunas). En base a sus intereses comunes, los ciudadanos delegan en un poder central algunas competencias básicas, estructurándose un sistema complejo que Tocqueville analiza en la primera parte de la obra. Se definen los contrapesos entre los tres poderes (en principio, todos electivos) que ya había definido Montesquieu un siglo antes, y entre los distintos ámbitos territoriales, con la idea básica –que de alguna manera ha llegado hasta la actualidad- de una cesión de soberanía hacia el Estado que siempre es limitada, porque el ciudadano (no olvidemos que se trata de individuos que llegaron por su cuenta y riesgo a buscarse la vida) nunca está dispuesto a perder su parcela de decisión individual.
Es el gran rasgo definitorio de la sociedad norteamericana que Tocqueville –a falta de otros ejemplos similares-extiende a todo modelo democrático: el individualismo. Un individualismo feroz cuyo objetivo fundamental es la riqueza, el bienestar material, y que apenas se compensa con cierta tendencia al asociacionismo. Individualismo y materialismo (ya se pueden adivinar algunos rasgos de la sociedad norteamericana que persisten dos siglos después) dan lugar a la valoración del trabajo como una actividad honorable, frente al desprecio que la aristocrática Europa (Inglaterra sobre todo) muestra frente al desempeño de toda actividad productiva. Esa dicotomía Europa/América (Estados Unidos), o aristocracia/democracia se convierte en el método que sostiene la muy extensa exposición de Tocqueville. Buscando siempre ese contraste se explican las múltiples perspectivas de la sociedad americana: la religión, la filosofía, el lenguaje, el arte, el comercio, la familia… No negaré que llega a cansar un poco esa contraposición permanente, además de resultar claramente forzada en algunos casos, porque da la impresión de que se empieza por las conclusiones para después encajar los motivos.
En su búsqueda de dualidades, Tocqueville encuentra por supuesto la más evidente: la condición del hombre blanco frente a los indios nativos y los negros. Es un retrato durísimo y esclarecedor en el que se describe la absorción de los indígenas por los occidentales triunfantes, el proceso de desaparición de la esclavitud y las consecuencias de ambos. Es, al margen de las reflexiones en torno a la democracia, la parte más intensa del libro. El autor francés capta con una clarividencia brutal el cambio de concepto que se opera sobre el negro, que pasa a ser un hombre libre, pero llevará para siempre el estigma de su origen y su raza: ya no es tratado como esclavo, pero siempre seguirá siendo despreciado, incluso en los Estados no esclavistas. Por cierto, que también Tocqueville anticipa la posibilidad de una guerra civil por causa de la esclavitud, lo que ocurriría veinte años más tarde.
Hay que decirlo ya: Tocqueville, buscando una obra total, quiere explicarlo todo y encajar en sus categorías cada uno de los aspectos de esa sociedad que descubre entusiasmado. Aunque su estilo es limpio y neutro, es también prolijo, detallista hasta el extremo y también bastante repetitivo, lo cual no se puede negar que abruma en ciertos momentos de libro tan extenso. Pero es indudable que se trata de un texto excepcional. Por no alargarme demasiado, lo sintetizo en tres aspectos:
- La democracia: Tocqueville cree haber encontrado la materialización de este concepto jurídico-político en un país nuevo, lo examina, estudia sus mecanismos, se asombra de hallar una sociedad igualitaria y ve en ella el camino por el que hacer realidad lo que a mediados del siglo XIX parece todavía utópico
- El liberalismo: esa sociedad norteamericana parece el sustrato perfecto para ver crecer el mundo liberal que sueña Tocqueville. Por eso subraya una y otra vez los peligros que le acechan: el despotismo (dictadura de la mayoría), la centralización y el intervencionismo, es decir, todo lo que menoscabe la libertad y la iniciativa individual
- América (Estados Unidos): se ha dicho que La democracia en América es el libro definitivo sobre este país, aun cuando era todavía un recién nacido y apenas ocupase la mitad del territorio actual. Pero sí: es realmente una obra descomunal, la definición integral y profunda de un país como seguramente será difícil encontrar otra semejante.
Claro está que estamos en la Tochoweek, que aquí van muchos cientos de páginas que no es fácil digerir a no ser que nos interese mucho. Pero quizá merece la pena intentarlo: nos esperan ideas y conceptos fundamentales en la ciencia política de los últimos doscientos años, y aspectos muy interesantes, y algunos plenamente actuales, acerca de un país y una sociedad que, nos guste más o menos, ha sido y es determinante en todos los aspectos de nuestra Historia reciente.
19 comentarios:
Estupenda reseña del gran clásico de Tocqueville. Un libro de una lucidez asombrosa. Tocqueville vio el futuro representado en los por entonces casi desconocidos EEUU. Él era un aristócrata francés de ideas liberales, pero que tenía sus reparos respecto a la democracia de masas que estaba naciendo en América. El análisis que hizo de la sociedad y de las instituciones norteamericanas es insuperable. Analizó el funcionamiento, la estructura, pero sobre todo entendió el sentido: un país nuevo, sin historia, en donde la procedencia y la herencia, el origen, no importaban tanto como en la vieja Europa. Las tradiciones del pasado eran en realidad un estorbo para el hombre libre, el pionero que hacía su vida al borde de la frontera. Como en la canción del pirata, el norteamericano no tenía más patria que la libertad. El ethos que captó Tocqueville sigue siendo hoy el de la mayoría de los yanquis: liberalismo, individualismo, descentralización y desconfianza de las burocracias estatales centralizadas (=tiranía), confianza en uno mismo, pensamiento mercantil y concreto frente a las abstracciones, religiosidad y moralismo de raíz puritana etc. No les gusta la palabra "Estado" y prefieren la más modesta "gobierno."
Hola, compañero:
Primero, muy buena reseña de un libro ain duda difícil de reseñar, como suelen ser los ensayos.
Segundo: a Tocqueville, sin duda, habría que leerlo más, pirque era avispado y certero como él solo.
En tercer lugar, y aún estando como estoy convencido de la importancia histórica de la Revolución amwricana (a.k.a Independencia de E.E.U.U.), incluso mayor, a mi entender, que la francesa, pues sin una no sé si habría llegado a darse la otra, y siendo yo, además, o eso creo, bastante receptivo a las virtudes del sistema político, la sociedad y la cultura estafounidense, he de decir que cuando leo u oigo alguna reflexión al respecto, no puedo evitar acordarme de las profundas palabras que pronunciaba el personaje interpretado por Bill Murray (no recuerdo su nombre) en la película "El pelotón chiflado": "Recordad que sois americanos. Eso quiere decir que a vuestros abuelos los echaron de todos los países decentes que hay en la Tierra"...
Puede sonar a boutade, pero tiene más miga de lo que parece.
En primer lugar, gracias por los elogios, seguramente inmerecidos. El libro no es especialmente difícil de reseñar, porque Tocqueville escribe con mucha claridad, y como además tiene cierta tendencia a repetirse, las ideas básicas se fijan bien en la memoria.
Los fundamentos de la revolución americana yo creo que son bastante diferentes de los de la francesa. En el fondo de las dos late (como en todas las revoluciones) el deseo de romper con un mundo anterior, pero en el caso americano no existe el fundamento teórico que sí había ido creciendo previamente en Francia. La ruptura -en el caso americano también territorial- respondía más bien, creo yo, a la voluntad de edificar en libertad una sociedad diferente, sin la atadura de la metrópolis y sus viejas servidumbres de clase.
En lo que discrepo un poco más, Juan, es en esa visión de la génesis de la sociedad norteamericana como colectivo de marginados o repudiados de la vieja Europa. Esto fue indudablemente así en Australia (de lo que hemos hablado hace poco), que era el destino de convictos a quienes se quería lo más lejos posible. Pero en EE.UU. la cosa es mucho menos clara. Sí es cierto que algunos grupos (los puritanos, desde luego) no eran bien vistos en Europa, y está claro que en los barcos irían no pocos prófugos o tipos con problemas legales. Pero en su mayor parte era gente con ansia por una vida mejor, ya sabes, la tierra prometida y esas cosas que en otros momentos han convocado a españoles, franceses o portugueses a distintos puntos del planeta, o a inmigrantes de todos los orígenes hasta los mismísimos tiempos actuales.
Lo que resulta enormemente llamativo del libro es que dos siglos más tarde la mayoría de los signos de identidad que describe Tocqueville, y que provienen claramente de aquel origen remoto, sigan siendo perfectamente reconocibles.
Gracias por los comentarios, encantado con la charla.
Hola, compay! Hace poco releí "El mapa y el territorio", del amigo Houellebecq, y en él cita el libro que hoy nos traes. Casualidad o no, le hace subir puestos en la lista de futuribles.
Abrazo!!
Pues mira, no recordaba que lo citase Houellebecq. Pero si lo llevas a la lista, ojo, que un tocho muy tocho... aunque a ti ya sé que no te asustan, jeje
Saludos, hermano!
Hablar de democracia cuando existía esclavitud (no se abolió hasta varias décadas después), o sea, cuando miles de personas eran consideradas cosas, parece un tanto sarcástico.
Me recuerda a Walt Whitman (el gran poeta de la democracia americana) cantando al cuerpo de los esclavos negros... sin denunciar su condición de objetos de usar y tirar.
Ya, Sandra, pero eso es así visto desde los parámetros de los últimos cien años,no mucho más. Los esclavos, como los 'salvajes' de otros lugares, no formaban parte de la sociedad, y por tanto no estaban incluidos en el ámbito de los derechos de ningún tipo. De todas formas, Tocqueville, sin llegar a ser un abolicionista activo, muestra mucha dureza al analizar la situación de los esclavos, lo que apunta a que estamos en un tiempo de cambio en este terreno. Pero no olvidemos que estamos a principios del siglo XXI.
Un saludo y gracias por comentar.
Es duro decirlo, pero hasta los años 60 del siglo XX y el programa de los derechos civiles del presidente Johnson, la población negra estaba segregada en los Estados del sur. Con las tristemente célebres leyes de Jim Crow que se fueron aprobando desde 1870 los negros no podían ejercer el derecho de voto en el sur. Excluidos de la vida política y de la administración, los negros (y los blancos pobres) fueron marginados de la sociedad y convertidos en ciudadanos de segunda o tercera clase. Cualquier cambio que buscase mejorar su situación se consideraba demagógicamente por los políticos racistas sureños como un ataque a la raza blanca. En aquel tiempo, los partidarios de la segregación eran los demócratas. Además, funcionaba el terror extralegal del KKK, tolerado por las autoridades y dirigido contra la población afroamericana. Miles de negros fueron linchados. La triste historia de la discriminación racial de la minoría negra es un gran baldón para la democracia americana.
Felicitaciones por la reseña. Estupenda como todas las de esta semana.
No cabe duda de que tiene que ser un libro importantísimo para comprender estos últimos siglos.
Pienso, ahora, que sería interesantísimo hacer una maratón de tochos... quiero decir, valorarlo hoy junto a "El lado oscuro de la democracia" de Mann, o incluso aquel otro que reseñaste aquí hace un año o dos, también sobre ese lado oscuro.
Para mí es inevitable leer "América" y pensar que también es mi continente; el propio título me obligó a pensar en la inicio de la democracia en mi país:
En aquella parte de América teníamos nuestra primer constitución desde hacía un año, también nuestro primer presidente: Don Fructuoso Rivera.
Cuando Tocqueville llegaba a la América de su libro, 1831, el primer presidente de la Banda Oriental del Uruguay cumplía la primer medida para la que fue elegido: cometer un genocidio contra toda la población charrúa que quedaba en el territorio del nuevo país. Asesinar a los hombres y niños y dispersar a las mujeres sobrevivientes para que trabajen como servidumbre. A esos mismos charrúas con los que los primeros uruguayos habían peleado codo con codo para liberarse de la corona española y retener repetidas veces a la portuguesa, exterminarlos porque era imposible que entendieran el concepto de propiedad privada. "Esa vaca" -decían- "tuya... mía...de todos" porque para ellos era un animal en el campo como cualquier puma o carpincho. "Imposible crear un país moderno y democrático con salvajes así".
En 1831 Uruguay inciaba su bonito viaje a la democracia haciendo aquello que ocho virreyes españoles no se atrevieron a hacer en varios siglos.
Por eso me acordé de aquel libro que reseñaste y del título que menciono arriba. Comprendo que Tocqueville habla desde una visión diferente. Para los europeos América seguía teniendo algo de Paraíso.
Lástima que no hubo lugar para todos en aquella democracia, tampoco.
Un saludo.
Discuy, Diego, que no recuerde la reseña a la que te refieres.
Realmente, es un poco doloroso que cuando se habla de América se piense casi directamente en los Estados Unidos , aunque quizá desde España con menos frecuencia. No recuerdo quién dijo (puede que fuese Coetzee) que Zama, de Di Benedetti era la gran novela americana, justamente una historia situada en Argentina o Paraguay. Esa distorsión en los términos debe resultar dura para mucha gente del sur del continente, pero va a ser difícil de superar durante mucho tiempo.
Por mi parte,en la medida de lo posible, intento evitar ese prejuicio.
Un saludo y gracias por acompañarnos.
Errores ortográficos por escribir en el p... móvil.
Desconocía el exterminio de la población indígena uruguaya que nos ha contado Diego. Fue muy temprana. Claro: practicaban una especie de comunismo primitivo y eran "inasimilables." Resultado: asesinato colectivo. Pero, por desgracia, estas políticas genocidas fueron bastante comunes en el muy liberal y progresista siglo XIX. Para diezmar a las poblaciones originarias se esgrimían argumentos como que el progreso (?) consistía en que los pueblos "débiles" e "incivilizados" dejaran paso a los pueblos "fuertes", se suponía que más desarrollados en la escala evolutiva (influencia perversa de Darwin). Si estos pueblos "fuertes" manejaban además rifles de repetición y los usaban con largueza, prueba era de su superioridad. Así fue en buena medida la expansión occidental durante el siglo XIX (y antes). La conquista del oeste en los EEUU fue una versión más de la carga del hombre blanco, con su mística mesiánica del destino manifiesto.
A veces se olvida, pero Uruguay, "el paisito", fue una las primeras naciones plenamente democráticas del mundo. A principios del siglo XX Uruguay era ya una república laica, con sufragio universal, educación pública, universal y gratuita y un incipiente Estado del bienestar. Era el Uruguay progresista del colorado don José Batlle y Ordóñez. Hay que recordar estas cosas, que no todo son los EEUU.
Un cordial saludo.
El ensayo vinculaba los grandes genocidios con la modernidad. Una de esas equilibradas reseñas tuyas que me llevaron, de rebote, al libro de Mann.
Lo de América no lo dije como reproche. Se lo reproché a Oriol hace años cuando aún no era parte de vuestro equipo (pero colaboraba como un campeón). Juan me enseñó que la RAE aceptaba América como Estados Unidos y Montuenga sentenció que la RAE no inventa nada; adapta lo que usamos. Así que te agradezco la intención. A todos, en realidad, pero no lo decía por reproche. Aquí la lengua hace gárgaras con el océano. A los latinoamericanos se nos trata muy bien. (Y no solo porque devolvimos a Koldo drogado).
Sí, 1984, "La Suiza de América" por sus niveles de bienestar, sus infraestructuras y derechos sociales... Sinembargo, y volviendo al comentario anterior, no puedo dejar de preguntarme cuánto tiene que ver lo que yo cuento arriba, el exterminio calculado de los indígenas, y convertirse más rápido que ningún otro nuevo Estado en "país europeo"... Me imagino a don Vargas Llosa diciéndome: pues sí, muchacho, tu Uruguay progresó más rápido que sus hermanos porque hizo lo que los anglosajones hicieron al norte, exterminar casi todo lo que quedaba de americanos.
A veces pensar es una mierda.
Ok Diego, era 'El siglo de los genocidios'. Me habías despistado con lo de Mann.
Saludos!
El problema con los Tocqueville de turno es que se nos ha vendido que fueron ellos (los liberales) los que acabaron con la esclavitud, cuando siempre defendieron (y siguen defendiendo hoy día de alguna manera) la superioridad de occidente sobre las razas 'salvajes'.
Aparte los propios esclavos, en su época ya había muchos críticos de la esclavitud, pero claro, eran 'radicales'. Y no se trata de censurar o de arrinconar a los (aunque sea por omisión) defensores de la esclavitud, pero tampoco ignorar sus posturas, como si no estuvieran relacionadas con su pensamiento.
No estoy diciendo que La democracia en América no sea una lectura recomendable, pero debe ser tomada con precaución. De hecho el libro es muy admirado actualmente precisamente porque reafirma los prejuicios de nuestra época.
Es curioso lo que sucede con las democracias, subrayo el plural, pareciera que hoy nos encontramos en una situación parecida a la de Tocqueville, en el sentido de que un "viejo orden" se desploma y aún no sabemos como reemplazarlo.
Soy chileno, viví buena parte de mi juventud bajo la cruenta dictadura de Pinochet y participé activamente en las protestas que clamaban por un régimen democrático. Lo que obtuvimos fue un sistema que, formalmente, simula ser democrático pero que sistemáticamente excluye la voluntad popular de la toma de decisiones, al menos de las importantes. La democracia en Chile se convirtió en un tema de marketing y publicistas.
Probablemente saben que la pandemia logro contener, espero que de manera temporal, un estallido social que buscaba reformular las bases que sustentan nuestra convivencia. Pero temo, que nadie sabe muy bien cómo construir ese nuevo orden. Necesitamos con urgencia nuevas utopías que pueblen nuestros sueños y orienten nuestras acciones. Soy consciente de que las utopías no son realizables, pero creo que son necesarias para impulsar el proceso civilizador que mueve a nuestra especie, de lo contrario caeremos en las garras de las grandes corporaciones y el neo-liberalismo más salvaje disfrazado de democracia.
En relación a la esclavitud, ya comenté antes que resulta algo delicado juzgar hechos y actitudes de hace dos siglos en base a criterios actuales, por muy obvios que nos puedan resultar. Está claro que en la época (o en otras anteriores) habría opiniones contrarias a la esclavitud, desde luego minoritarias, pero no creo que el liberalismo fuese exactamente el fortín de los esclavistas. Ni siquiera creo que fuese una cuestión política, sino más bien social, de valores, que la mayoría de la gente era incapaz de modificar. Aun así ten pon seguro, Alvaro, que Tocqueville era muy crítico, quizá no tanto con la esclavitud en sí, como con las condiciones en que eran tratados los negros. Y además apunta cómo en los Estados no esclavistas los negros eran vistos con tanto o más desprecio que en los del sur. A fin de cuentas, algunos esclavos (y más tarde todos ellos) dejaron de ser esclavos, pero no de ser negros, que era el sello que marcaba su origen, aunque fuesen libres.
Es interesante la reflexión de Siaskel sobre la desaparición de los viejos regímenes y la transición hacia otros nuevos. Estas situaciones siempre están sembradas de incertidumbre, y a veces de violencia. La implantación de sistemas democráticos digamos nominales fue un paso de gigante para sustituir el antiguo orden, pero está claro que no era la panacea. Todavía faltaba casi un siglo para empezar a vislumbrar los derechos sociales, y desde entonces hasta hoy su progresión no ha sido precisamente pacífica ni lineal. Desde luego, queda mucho por andar en ese camino, y sobre todo, evitar los retrocesos.
Un saludo y gracias a los dos por vuestras opiniones.
Al principio, el liberalismo era el liberalismo de los propietarios. Y como ideología de los que tenían algo o mucho que perder, el liberalismo era básicamente conservador. Fuera de su reducto burgués, los liberales veían con miedo o recelo a los sectores populares de la sociedad. Los liberales ya habían hecho su revolución y no querían más revoluciones. Eran todos iguales ante la ley y punto. No era recomendable más igualdad que la civil (y no siempre). La igualdad social se entendía como nefando socialismo. La igualdad política tardará en llegar (el sufragio verdaderamente universal no se conquistará hasta bien entrado el siglo XX, cuando puedan votar las mujeres) y los derechos sociales todavía más. Además, las mujeres, los sirvientes o los esclavos estaban excluidos en buena medida del universo social y moral del liberalismo elitista de la época de Tocqueville. Como eran “inferiores”, debían ser tutelados por quienes se suponía que tenían razón suficiente para poseer un patrimonio, legarlo a sus herederos y participar en la vida pública. Para administrarse, en una palabra. Muchos propietarios de esclavos del sur de los EEUU justificaban la existencia de las plantaciones con el sacrosanto derecho de propiedad, piedra de toque de la libertad liberal (la suya). En Cuba, por ejemplo, pervivió la esclavitud hasta 1888. En Brasil, parecido. Pero asentada la idea de la igualdad esencial de los seres humanos como dueños de sí mismos, como fines, estaban puestas las bases para la plena igualdad legal y política de todos los individuos. De hecho, el cristianismo establece la igualdad moral del género humano y el liberalismo le da la sanción legal, como consecuencia lógica de lo primero. Unos 2000 años dura este proceso, todavía inacabado.
Un cordial saludo.
Yo no creo que el liberalismo haya sido el motor de la emancipación del ser humano. Lo que no quita para otorgarle el muy importante mérito de haberse sabido adaptar asumiendo esta progresiva emancipación.
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