viernes, 29 de agosto de 2014

Ilf & Petrov: La América de una planta


Título original: Одноэтажная Америка
Idioma original: ruso
Año de publicación: 1937 (En España: 2009)
Valoración: Muy recomendable


“Aún no se veía la costa, pero los rascacielos neoyorquinos se alzaban de las aguas como serenas columnas de humo. (…) En medio de la polvorienta luz del sol centelleaban vagamente las facetas de acero de las ciento dos plantas del Empire State Building. (;,,) A babor surgió la pequeña y verdosa estatua de la Libertad: luego, vaya usted a saber por qué, apareció a estribor. El barco viraba y la ciudad giraba alrededor de nosotros, hasta que, por fin, se detuvo, desmesurada, retumbante, aún completamente incomprensible.”

Pequeña América de oro es la traducción literal del título de este volumen de viajes y hace referencia a El becerro de oro, una de las tres novelas nacidas de la fructífera colaboración entre sus autores: Iliá Ilf y Evgeni Petrov. Ambos habían nacido en Odessa, pero fue en Moscú donde se conocieron y comenzaron su trabajo conjunto.

Alexandra Ilf, hija del primero, en prólogo titulado Stalin envía a Ilf y a Petrov al país de la Coca-Cola, señala que el tándem había producido desde 1932 folletines para Pravda, publicación para la que harían de corresponsales durante los tres meses y medio que emplearon en atravesar el país de punta a punta. También recoge detalles de la estancia, que comenzaría en octubre de 1935, tras un viaje por el océano de cinco días, así como algunas particularidades de la obra.

Durante el viaje, además de escribir, Ilf produjo una colección de más de mil fotografías (algunas de las cuales se hallan incluidas en esta edición) que la revista Ogoniok publicaría periódicamente más tarde y que acabaría convirtiéndose en un ensayo fotográfico.

Ilf fallecería poco después, en 1937, víctima de una tuberculosis contraída precisamente en América. En plena guerra mundial, mientras trabajaba como corresponsal de la contienda, Petrov sufrió un fatal accidente de aviación.

Obviamente, encerrar en un cliché un país entero, menos aún uno tan vasto y diverso como Estados Unidos, es una tarea irrealizable. Pero cuando se cuenta con un tiempo limitado, dependiendo además de la aceptación del público, es preciso simplificar. ¿Qué es América realmente? ¿En qué parte del territorio se encuentra su verdadera esencia? Milagrosamente, a los escritores les cae del cielo alguien con paciencia suficiente para ponerles en situación de contestar estas preguntas. Se llamaba mister Tron, aunque en el libro aparece como Adams, y fue quien, junto con su mujer, les asesoró y sirvió de guía durante la mayor parte del tiempo. El matrimonio Adams se convierte así en la pareja literaria de esta crónica y responsable de su aspecto más tierno, en el aglutinador de todos los relatos, el contrapunto de los autores y, en gran parte, el destinatario de la gran ironía que manifiestan.

Acompañamos a Ilf y Petrov a lo largo de quinientas páginas en su fascinación por la tecnología y la insuperable organización de un país que había conseguido ser pionero en muchos aspectos, escuchamos sus reproches ante cuestiones éticas como el racismo imperante en los estados del sur, la segregación constatada en su visita a una reserva india, el fomento de la frivolidad y el materialismo de la gente, la desigual distribución de la riqueza o la precariedad de un trabajo que además les parece agotador. Voluntariamente objetivos, expresan su deseo de que la URSS imite a Estados Unidos en unos campos y no disimulan su orgullo por los logros alcanzados en otros. A través de sus ojos, contemplamos el aspecto de las numerosas ciudades que atraviesan, la suntuosidad de sus rascacielos y puentes, la inmensidad de los precipicios, notamos la aridez de los desiertos, percibimos el bullicio atronador de las fábricas, nos convertimos en testigos de su insaciable interés por las personas desde el individuo más humilde a la personalidad más influyente –hasta asisten en la Casa Blanca a una rueda de prensa de Roosevelt–, nos divierte su fastidio ante el acoso publicitario, nos inquieta su explícita y angustiosa descripción de una corrida mejicana, comprendemos su curiosidad por los entresijos de Hollywood.

Todo ello en un estilo desenfadado que intercala reflexión con ironía, lo anecdótico con lo general, el humor con el disgusto, la sorpresa constante con el bagaje que arrastran.

De los mismos autores: Las doce sillas

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Montuenga, que le parecen los libros de estos autores? Son grandes obras? Cual me recomienda para empezar? Gracias!

Montuenga dijo...

Hola. Yo disfruté mucho este libro de viajes por Estados Unidos porque, como digo, me puse en la piel de dos rusos que tienen ilusión con su proyecto de Gobierno pero a la vez se sorprenden con las novedades, mentalidad y técnica del capitalismo americano. Su visión de las diferencias y sus intentos por ser objetivos componen un buen testimonio histórico.
Las siete sillas, en cambio, no me pareció tan satírico ni tan divertido. Y es que a estas alturas ese tipo de novela está ya muy vista. Además, tampoco podían hacer una sátira auténtica.

Montuenga dijo...

Las doce sillas quería decir.

Anónimo dijo...

No está tan libre de ideología como quiere dar a entender el prólogo. Sin embargo Ilf y Petrov se hacen perdonar fácilmente gracias al humor, la inteligencia y la curiosidad genuina por América. Por otra parte habría que ser muy fanático para no conceder que tienen su buena parte de razón en algunos puntos. Lo más ideológico del libro está concentrado en los dos o tres capítulos del final del libro, y quizá un poco en las conversaciones con "creyentes" del comunismo que Ilf y Petrov van encontrando. En todo lo demás este es un maravilloso libro que siempre merece la pena leer.

Teresa dijo...

Pocos libros mantienen la frescura después de 90 años. Hay capítulos que podrían escribirse hoy casi con exactitud, como cuando habla de que todas las ciudades americanas son idénticas, o de la mentalidad del laborioso y poco crítico americano medio. Otros capítulos, sin embargo, han quedado obsoletos, como el que dedica a Chicago, hoy una de las ciudades más prósperas y agradables de EEUU que en el libro aparece como una cloaca en manos de la mafia. A mí me ha encantado, lo he leído con gusto, y, repito, 90 años después, me sigue pareciendo una buen retrato de la sociedad americana.
Es bastante triste reflexionar sobre cómo éramos nosotros en aquel momento, 1935, un país pobre, ilusionado con una república que en unos meses iba a caer en una espantosa guerra civil. Es cierto que en los últimos capítulos, cuando compara el comunismo y el capitalismo, bajo apariencia de imparcialidad, se inclina hacia el comunismo en el que, como ellos dicen, habían sido educados. Pero también es cierto que hace unas predicciones sobre los males que acarrea el capitalismo extremo y sobre la difusión y extensión del fascismo, que ponen los pelos de punta. No podían intuir lo que le esperaba al mundo, pero dan en el clavo al hablar de como convertir un pueblo trabajador y honrado en un pueblo sumiso, sea bajo el capitalismo extremo como bajo el comunismo más intransigente.