Idioma original: inglés
Título original: The Salt Path. A memoir
Traducción: Lucía Barahona
Año de publicación: 2018
Valoración: está bien
Me resulta curioso que una editorial normalmente militante como Capitán Swing haya incorporado no sólo esa medallita (Best Seller internacional) sino también renunciado a su característica maquetación de portada para este libro. También, como no leí más que de soslayo la sinopsis pues mi interés surgió, creo, a raíz de algún comentario en Instagram, me sorprendió leer que no se trataba de una novela sino de una crónica personal de hechos que le sucedieron a la autora. Pero esto ya es un pequeño defecto propio, que peco de precipitación pues hay que cumplir semanalmente y ya, en caliente, acabado el libro, someterlo a un juicio inmediato, casi sin dejar que los rescoldos de su lectura se enfríen, no sea que me salga otra vez una pésima reseña.
Por completar los precedentes, esta es una primera obra de una autora que, parece desprenderse también de ciertos comentarios en contraportada e incluso de los agradecimientos, decidió publicar su experiencia con ciertas intenciones de reciclaje profesional y obtuvo un éxito comercial de alcance, que, sin llegar a desconcertarme, si me provoca cierta sorpresa, pues si bien puedo llegar a estar de acuerdo con cierta definición - "una historia de esperanza" - su lectura no ha llegado a transmitirme una intención directa de reivindicar una actitud vital concreta, más que la constatación de la adaptabilidad a las situaciones como recurso lógico de cualquier individuo o, vamos a ser algo reduccionistas, especie animal. Raynor y Moth, su esposo con el que lleva décadas de matrimonio, sufren un duro avatar del destino y un juez los desposee de su casa, que gestionan como residencia turística. De golpe se ven a sí mismos sin hogar, sin trabajo, anegados de deudas, con edades difíciles, pasada la cincuentena, y con una circunstancia adicional: Moth, el marido, resulta diagnosticado de un raro trastorno neurológico incurable que no solo le acarreará dolores que le incapacitan para una vida cotidiana normal sino una perspectiva de un escaso tiempo de vida. Deciden recorrer a pie los mil y pocos kilómetros de la costa de Cornualles con sendas mochilas a cuestas, dormitando en una tienda precaria donde encuentren lugar cada noche y subsistiendo de una exigua ayuda semanal que van retirando en los cajeros de las poblaciones que van recorriendo. Cuestión que me genera mi primera suspicacia, que espero que nadie me replique de forma furibunda: ¿tienen dos hijos en edades universitarias y ninguno de ellos hace nada por evitar que sus padres puedan llevar a cabo una aventura tan dura e incierta? En todo caso, es una crónica personal y nadie dice que todo haya de ser coherente y completamente ceñido a una lógica.
Porque entiendo que El sendero de la sal se interpreta en clave doblemente reivindicativa. O triplemente incluso. Lo implacable del sistema judicial ante las personas en situaciones de fragilidad, por un lado. Porque pasan de una existencia digna a la indigencia casi sin escalones intermedios. La persistencia del amor como elemento por encima de toda circunstancia, cuando la pareja decide mantenerse unida contra toda dificultad, incluso contra la advertencia médica de que ese peregrinaje por caminos costeros, por parajes inhóspitos y agrestes puede perjudicar la evolución de la enfermedad de Moth. Y el tercero, que lo siento pero ya desprende cierto tufillo, lo que se describe como "el poder regenerativo de la naturaleza", coartada esta que ya me despierta escepticismo pues ni esto es Walden ni cuenta que con el espíritu periodístico de Chatwin o Krakauer. La aventura es forzada y la pareja atraviesa sus vicisitudes en medio de precariedad, de condiciones difíciles, de situaciones al borde de la indignidad, no es que el texto refleje una queja constante pero sí un engañoso aire de buddy movie como si la población indigente o sin hogar tuviese un sentimiento colectivo de hermanamiento o, incluso, en un país asolado por el clasismo como el Reino Unido, todo el mundo estuviese dispuesto a ayudar a un par de personas mayores que trasiegan pesadas mochilas. Lo siento, esta parte no me la he creído, y en algún punto, pues lo más persistente del libro es su extensa y detallada descripción de los lugares y paisajes que ese sendero de mil kilómetros atraviesa, me ha parecido que esas excesivas trescientas páginas se escoran casi más hacia la guía de viajes o el folleto promocional que hacia el testimonio de la experiencia iniciática o casi catártica (qué superficiales somos por querer dormir a cubierto todas las noches) que el libro amaga, en su conjunto, en representar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario