Título original: The year of the quiet sun
Traducción: Domingo Santos
Año de publicación: 1970
Valoración: Recomendable
Debo comenzar diciendo que Wilson Tucker era un completo desconocido para mí: aunque me precio de tener una cierta base de conocimientos de la ciencia ficción escrita, su nombre no me sonaba. Tras una rápida búsqueda en Internet compruebo que fue el autor de una obra muy reducida, debido a que nunca llegó a ser escritor profesional.
En esta novela, quizá su obra más famosa, se nos plantea una vez más el ¿y si...? del viaje en el tiempo, con un par de novedades añadidas. Planteada en un muy cercano 1978, ocho años después de su publicación, el libro nos presenta una máquina del tiempo de uso individual que puede viajar al pasado – solo hasta el momento de su fabricación – y al futuro, con la incomodidad de que la imprecisión aumenta con el paso de los años: cuanto mas largo sea el viaje, más imprecisa será la llegada.
La organización creadora de esta máquina, estadounidense cómo no, recluta a tres “temponautas” más o menos voluntarios: un futurólogo especialista en historia antigua (el único civil de los tres), un alto cargo de la marina y otro soldado de muy alto nivel – se me olvidan los rangos militares, es algo a lo que nunca le he prestado atención -.
La sensación general de esta novela es... desaprovechada. Sin entrar en destripes, déjenme visualizarlo con un ejemplo: el futurólogo descubre en unos papiros de varios miles años de antigüedad un mito en el que estaría basado el Armagedón bíblico. Ha escrito un libro sobre el tema, ha hecho tambalear los cimientos más sólidos de la religión católica, y, para lo que nos atañe, ha creado una fricción muy fuerte con otro de los tripulantes. Bien, pues este tema que se insinúa en la novela, queda rápidamente apartado sin profundizar en absoluto; de ahí que mi valoración no sea más alta, porque la verdad es que es un libro bien escrito.
En cuanto a los personajes, un apartado al que me gusta darle especial importancia, estamos un poco flojos: el único personaje femenino será una guapísima y sensual enlace entre los tripulantes y la empresa, cuyo atractivo sexual y su manera de ocultarlo será el único rasgo de personalidad que exhiba. Se convierte en el interés amoroso del protagonista (el futurólogo), pero esta decide fijarse más en el joven comandante de la marina. Este breve apunte me sirve para ilustrar otra de las posibilidades no tratadas en la novela: en un viaje al futuro, nuestro héroe descubre una situación “personal” que no le gusta: en vez de ahondar en ello, por ejemplo tratando de revertir el futuro a base de cambiar de actitud en el presente, el héroe simplemente se deja llevar y resignarse sin luchar. Esto, de tratarse de otra manera, podría haber derivado en una interesante divagación sobre el determinismo y el libre albedrío; sin embargo, ahí quedó la cosa, en una fantasía frustrada. Una pena, tanto para él como para los lectores.
Por cosas como esta son por las que siempre digo que la ciencia ficción es el terreno de las posibilidades: muchas veces están ahí, delante de nuestras narices, solo tenemos que aprovecharlas.
Siguiendo con los personajes, los tres tripulantes ya mencionados: un civil que hará de protagonista, un comandante de la marina que ejercerá de contrapunto cómico y de “bisagra” entre los otros dos, y el hierático y fiero soldado de tan conservadoras creencias.
Lo cierto es que a lo largo de la novela apenas llega a haber interacción entre ellos, por lo que tampoco hay mucho hueco a la confrontación. Añadamos como quinto personaje, el director de la expedición: no cumple ninguna función narrativa, pero ya que se le dio nombre, pues citémoslo también.
La novela, a pesar de tener un buen planteamiento inicial, posteriormente se diluye en un futuro distópico, militarizado, triste, etc. que ya hemos visto demasiadas veces. Como digo, la sensación general que me ha dejado es la de tener unas buenas ideas que no se han aprovechado para acabar tirando de algo mucho más tópico. Me hubiera gustado mucho que Tucker hubiera escrito más novelas, estaría más que dispuesto a leerlas.
Como apunte final y detalle cómico sobre el egocentrismo de los yanquis, un botón: en una discusión sobre qué hecho histórico presenciar de poder viajar al pasado, se optaba por la Crucifixión; en caso de no ser posible, el segundo hito que más les interesaba era el asesinato de Kennedy. El chovinismo, qué perjudicial es.
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