Título original: Stargate: en julberättelse
Traductora: Lotte Katrine Tollefsen
Año de publicación: 2021
Valoración: Recomendable
Resulta algo anacrónico leer esta novela en marzo, como he hecho yo, porque, como todas las críticas y reseñas apuntan, y como indica también el subtítulo original astutamente eliminado en la versión española, esta es "una historia de Navidad". Se sitúa en diciembre, hay nieve para aburrir, y encima uno de los elementos centrales es un árbol de Navidad, o mejor dicho, muchos, muchísimos, muchisísimos árboles de Navidad.
Dickensiana. Ese es otro adjetivo que aparece en casi todas las reseñas de La puerta de las estrellas. Y es casi imposible no utilizarlo: las protagonistas son dos niñas, dos hermanas, Ronja y Melissa, pobres, extremamente pobres, cuyo mayor sueño es tener algún día un árbol de Navidad en casa. ¿Y por qué son tan rematadamente pobres las dos hermanas? Porque su padre es un alcohólico que no consigue mantener ningún trabajo, ni siquiera uno que le consigue su hija pequeña vendiendo árboles de Navidad (oh, the irony!). Después de un periodo de sobriedad viene otro de caída, y luego la culpa, la recuperación, la nueva (aparente) estabilidad... Solo Ronja, más pequeña, mantiene la esperanza y la ilusión por tener una vida normal (y un árbol de Navidad en su casa); Melissa, más madura y por eso más desencantada, solo contesta: "ya veremos, ya veremos".
Como buen relato navideño, este es también un libro de buenos sentimientos (aunque sin ser empalagoso): además de la ternura que surge entre la dos hermanas (con Melissa adoptando el papel de adulta protectora), también encontramos otros personajes que se preocupan por las hermanas y las cuidan de formas más o menos declaradas, como el conserje de la escuela de Ronja que conversa con ella, o como su vecino, el señor Aronsen, que finge no preocuparse pero que acaba adoptando una actitud paternal con la pequeña Ronja. Y tampoco falta, claro, el scrooge de turno, en este caso Eriksen, el dueño de la compañía de árboles de Navidad, que parece empeñado en boicotear los esfuerzos de las dos hermanas por salir adelante...
Con estos materiales, La puerta de las estrellas (que, por cierto, es el nombre de un bar, no tiene nada que ver con la mítica película/serie de ciencia ficción) podía haber resultado un pastiche, un cliché melodramático kitsch. Pero creo que la autora sostiene la novela sin caer en estos extremos, primero porque consigue equilibrar los aspectos duros (las borracheras del padre, la enfermedad, el hambre y el frío de las hijas) con los momentos tiernos o emotivos (las noches que las niñas pasan abrazadas, los gestos desinteresados del vecino o el conserje...) De hecho, la voz que narra la historia
es la de la pequeña Ronja, lo que nos transmite su mundo de sueños,
esperanzas y miedos. (La autora ha escrito también literatura infantil y
juvenil, y demuestra tener una cierta proximidad con ese mundo
maravilloso y terrible que es la infancia). Y también porque la novela está narrada de forma ágil, con capítulos cortos y elipsis, en que lo realista (no tremendista) se entrecruza con lo onírico. Además, dado que se trata de una novela relativamente corta (unas 170 páginas con muchos blancos), no tiene literalmente tiempo de hacerse pesada...
Recomendaría a posibles lectores que esperen a Navidad antes de comprarse esta novela, pero claro, estamos en marzo, y para diciembre ya nadie se va a acordar de esta reseña - y probablemente el libro haya desaparecido de las librerías porque, como todos sabemos, entre tanto habrán aparecido otras 600.000 novedades literarias imprescindibles. Así que, olvidad lo que he dicho: si os apetece leer una novela bonita, entrañable, triste y tierna, no esperéis, y abrid La puerta de las estrellas. La novela, quiero decir. Ya me habéis entendido.
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