lunes, 13 de febrero de 2023

Lana Bastašić: Dientes de leche

Idioma original: serbocroata
Título original: Mliječni zubi
Traducción: Pau Sanchis Ferrer (en catalán para Edicions del Periscopi y en castellano para Sexto Piso)
Año de publicación: 2021
Valoración: recomendable


Me sorprendió la anterior novela de Lana Bastašić, «Atrapa la liebre», por su estructura críptica estrechamente paralela a «Alicia en el país de las maravillas» así como por su ambición, pues era una novela que cubría un amplio espectro no únicamente a nivel metaliterario sino también a nivel histórico con la guerra de Yugoslavia como telón de fondo. El inicio de la carrera de la autora serbo bosniana era altamente prometedor, y debido a que la ambición fue algo que lastró parcialmente la novela tenía mucha curiosidad en saber cómo se desenvolvía la autora en el género del relato corto, un género que requiere de una gran precisión y concisión para centrar la idea principal sobre la que pivota el cuento y explorar única y solamente lo pretendido.

«Dientes de leche» consta de doce relatos cortos de entre diez y quince páginas cada uno, en los que la autora nos adentra en una atmósfera oprimida, cerrada y triste. En los diferentes cuentos, a excepción de alguno de ellos situados en otras décadas cercanas, uno puede trasver en los diferentes personajes la marca que dejó la guerra de Yugoslavia en sus habitantes, ya sea en los propios adultos como participantes directos del conflicto, pero también y especialmente en la vida de los niños que crecieron en ese ambiente. De esta manera, los relatos recogidos en este recopilatorio muestran la dura infancia de los niños que vivieron la guerra en su edad más tierna, una infancia fría, distante y con pocos medios económicos y afectivos. Ellos son los principales protagonistas y los grandes damnificados de un conflicto que se produjo durante su más inocente etapa vital. Por ello y a raíz de esa situación, son niños desprotegidos, casi olvidados por unos padres que centran su atención en otras cosas que a menudo parecen nimias e insignificantes, pero que quizá sean lo suficientemente importantes para ellos pues les permiten olvidar o distraerse de una guerra que les pasa por encima y que probablemente no comprenden. Y los hijos, apartados del núcleo familiar, son los grandes olvidados pues a menudo su presencia se percibe como una molestia y crecen solos en unos hogares en los que el amor y el cariño no existe, tan solo se preocupan de la supervivencia y la posibilidad de conseguir que pase otro día sin que los castigos o las amenazas sobrevuelen ese ambiente cargado, hostil y encerrado como lo son sus propias vidas. Así, en un escenario en el que los niños quieren a sus padres a la vez que los temen, perciben que entre ellos no hay amor sino frialdad y se sienten en gran parte responsables de ser los causantes de esta tirantez y tensión familiar aún y siendo los grandes perjudicados.

Como en todo recopilatorio de relatos, el conjunto muestra una cierta irregularidad aunque en este caso no a nivel argumental, pues todos giran en torno a los temas anteriormente expuestos, sino en cuanto al logro en su consecución, al impacto que causa su lectura. Por ello, destacaría principalmente «El hombre en la luna» (en el que el inminente aterrizaje del hombre en la luna ejerce de factor de distracción de una familia fría, distante, violenta y opresiva hacia los hijos), «La última cena» (en el que la autora retrata el desapego familiar afirmando que «padre no nos mira demasiado. Mirar es cosa de madre. Es ella quién sabe mejor lo que necesitamos»), «Ácido» (que retrata con extrema dureza la frialdad ante la violencia, rozando la psicopatía al narrar una situación en la que la protagonista idea un juego que consiste en sacar unos peces del agua con el objetivo de que «el pescado que aguantara más sobre la mesa ganaría. Pero había otra cosa: el poder que sientes mientras tu mano se hunde en el agua viscosa y los dedos que se cierran sobre el desgraciado chiquitín»), «El hada de los dientes» (en el que la autora nos transmite los miedos e inseguridades de los más pequeños, narrando como una niña deja un diente bajo la almohada para que el hada le deje dinero, pero en lugar de transmitir calma nos transmite angustia al afirmar que «al hada le gusta cogerme las manos. El hada es grande y la sombra de proyecta en la pared (…) le gusta cogerme las manos. Tengo frío. Quiero taparme pero entonces sabría que no duermo. No quiero que se cabree (…) Yo no tengo un hada buena. Quiero que venga la abuela, pero la abuela está muerta. Quiero que venga mi madre, pero mi madre duerme. Mi madre siempre duerme. Quiero que el hada se meta en la lavadora. Que se ahogue»).

De esta manera, con este conjunto de relatos la autora parece querer explorar nuevas vías estilísticas y argumentales que la acercarían a Țîbuleac (especialmente en «El jardín de vidrio») o incluso a la gran Kristof (especialmente en el relato «Ácido» por narrar con gran violencia la una absoluta frialdad y falta de compasión de una niña). A pesar de que en algunos cuentos le falta cierta redondez y conseguir encontrar un buen argumento, algunos de ellos sí tienen una gran potencia e impacto. Por ello, es innegable afirmar que es algo valiente y bueno que Bastašić quiera adentrarse en nuevos territorios más duros, más crudos y acercarse así a una visión de la infancia menos idílica de lo que estamos acostumbrados. 

Dice Lana Bastašić que «algunos dolores son buenos. Son aquí para recordarnos que existe el dolor». De la misma manera, la lectura de estos cuentos sirve para recordarnos que la tristeza, la congoja y la soledad existen y que, a veces, los niños, los seres más inocentes, frágiles y desprotegidos que hay, son quienes más lo padecen. Aunque sea en el más absoluto de los silencios.

También de Lana Bastašić en ULAD: Atrapa la liebre

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