lunes, 27 de febrero de 2023

Fleur Jaeggy: Proleterka

Idioma original: italiano
Título original: Proleterka
Traducción: Anna Casasas en catalán para Editorial Les Hores y María Ángeles Cabré en castellano para Tusquets Editores
Año de publicación: 2001
Valoración: está bien


Debo decir, que este libro estuvo en mi lista durante bastante tiempo, aunque por aquellas razones que ni los propios lectores asiduos conocemos, fue aletargando su permanencia en la lista de espera hasta que cayó en el olvido. Hasta que me lo recomendaron de nuevo hace poco. Y ni tan mal, pero tampoco tan bien. Veamos.

Escritora longeva aunque poco prolífica, Fleur Jaeggy ha escrito pocos libros a lo largo de una vida que, a pesar de ello, siempre ha ido ligada a la literatura, pues además de ser escritora de novelas también ha ejercido de traductora e incluso colaboró con el grandísimo Franco Battiato escribiendo las letras de algunas de sus canciones, pues aun siendo suiza, fue a vivir a Roma habiendo terminado los estudios para trabajar en la editorial Adelphi lo que le abrió las puertas al mundo cultural y donde conoció al que sería su marido, Roberto Calasso. Por tanto, su bagaje cultural queda fuera de toda duda aunque su estilo literario, duro, frío, la ubicaría más cercana a los países del este. Porque el estilo de la autora ya queda evidente en su primera página cuando, recordando su niñez, afirma que «por aquellos tiempos no pensaba en los muertos. Vienen a encontrarnos más tarde. Llaman cuando sienten que nos convertimos en presas y es hora de ir a cazar».

De esta manera, tras un inicio en el que la protagonista nos explica el fallecimiento de su padre Johannes, la narración hace un salto al pasado afirmando que «conocía poco a padre. En unas vacaciones de Pascua me llevo con él a hacer un crucero. La nave estaba atracada en Venecia. Se llamaba Proleterka. Proletaria». Así nos confiesa su poca relación con «Johannes, la persona que me es increíblemente desconocida. Padre». Así, argumentalmente, el libro se centra en los recuerdos de la protagonista quién, de adolescente, realiza un viaje con su padre a quien apenas veía, pues vivía separado de su madre. Un viaje que duraría un par de semanas, padre e hija, la perfecta situación para estrechar una relación demasiado distanciada y puede que su última oportunidad de compartir momentos juntos, pues el padre está enfermo y no se sabe cuánto tiempo le queda de vida, alguien a quien mira con inquietud y constatando como «el sol se le mete en el alma, en el corazón enfermo, en los ojos descoloridos, desteñidos desde hace generaciones». Pero el viaje la llevará también a conocerse a ella misma, a revivir su pasado y el de su padre y a adentrarse de manera ineludible en la vida iniciática de una adolescente que, en el pasado acelerado y arduo a la edad madura, deberá enfrentarse sola a un mundo lleno de hombres desconocidos de cuestionables intenciones en un viaje que no ofrece destellos de alegría, ni en ella ni para el resto, pues «hacia el final del viaje los pasajeros ya no sentían simpatía los unos con los otros. Las expresiones de las caras parecían cambiadas. Los había invadido un extraño vértigo, un pronto atávico y marcial de prepotencia hacia los compañeros».

Así, ya en el inicio del libro vemos el estilo de la autora, de frases cortas y frías, casi asépticas, como vemos la manera en la que retrata a su padre al embarcarse en el viaje: «Johannes viste ropas oscuras. Impecable. Casi no nos hemos dirigido la palabra». Ya en esa primera cena algo va mal, pues confiesa que «durante los postres la fuerza del mar aumenta (…) fuera, viento rabioso (…) Respiro la excelsa solitud nocturna. La intemperie. Y el peligro». Vemos también el ambiente recreado en la narración, un ambiente que ya en las primeras páginas intuimos opresivo, claustrofóbico y con una sensación de congoja pues nos acecha una sensación de intranquilidad, como un aura que la envuelve de misterios y peligros. Sabemos también, por las pinceladas del pasado que abundan en el relato, que madre e hija son pobres, «Johannes y yo no tenemos nada», «los padres de Johannes perdieron la fortuna y, por tanto, Johannes y su hija también». Johannes, a quien su mujer lo abandonó llevándose a la hija, pues «la mujer se lo llevó todo. Niña incluida. Desde entonces él la puede tener en préstamo. Poco después, Johannes también perdería el patrimonio familiar. (…) Cuando la hija sea mayor, a lo mejor podrá estar con ella. Pero cuando ella sea mayor, él ya no estará». Porque tras la separación, de vez en cuando la visita teniendo que pedirle permiso a la abuela con quien vive; una mujer viuda y con un hijo que reside en un sanatorio en Davos. Una abuela distante, poco cariñosa, quien «me trata como a una persona adulta. De igual a igual. Obediencia no significa subordinación».

Por todo ello constatamos la frialdad narrativa y argumentativa por parte de la protagonista, una sequedad heredada de una familia con problemas de salud y económicos, una familia relaciones complejas con la vida, pues tal y como afirma, «la nuestra es una familia de suicidas. De aspirantes a suicida. Las pocas veces en las que hemos tenido la ocasión de pasar un tiempo juntos (…) el único tema por el cual todos mostrábamos algún tipo de interés, era el suicidio». De esta manera vamos conociendo detalles de la familia, de la vida de sus padres y su abuela, de miserias y penurias mientras alterna la narración con el viaje en el que se embarca la protagonista; un viaje terriblemente solitario, en la que la separación existente con su padre sigue siendo la misma a pesar de compartir el trayecto, pues el espacio que comparten es puramente físico y material; a nivel emocional permanecen separados como antes de partir. No hay entre ellos puntos de conexión, lugares de encuentro en los que limar asperezas y cubrir los terribles huecos existentes entre los surcos creados a lo largo de los años. De esta manera, el viaje inicialmente planteado como un reencuentro ejerce como evidencia manifiesta de que no era únicamente los quilómetros lo que los separaban sino también sus sentimientos. Y en esa soledad, la protagonista va conociendo diferentes personajes, también solitarios, también poco comunicativos, también tristes, lúgubres, sombríos y distantes.

A nivel estructural y estilístico, la trama es compleja al combinar el presente con diferentes episodios del pasado inconexos y desordenados, a la vez que la narración que alterna primera y tercera persona no ayuda, como tampoco lo hace que la protagonista a veces se refiere a ella misma como «la hija de Johannes» cuando habla con tercera persona, como tomando distancia también a nivel narrativo. Por ello, cuesta empatizar con la protagonista, pues incluso la narradora parece tomar distancia hacia ella misma al referirse a ella misma en tercera persona, viéndose desde fuera, tratándose como si no fuera ella, como si la dureza y soledad con la que ha vivido haya calado en ella hasta el punto de disociarse de ella misma, experimentando un trastorno de despersonalización evidente. A esta falta de empatía se le une una trama argumental orientada tanto al pasado y a sus orígenes como al propio viaje, y uno desearía que se hubiera profundizado más en este último aspecto, pues particularmente lo encuentro bastante más interesante.

Resumiendo, este es un libro que no deja indiferente, pero que su narración a base de pinceladas y al distancia emocional con la que está narrado (incluso por parte de una narradora a menudo externa) hace que no sea una lectura fácil ni accesible. Tal y como afirma la protagonista: «a veces la vida de una persona empieza tarde». Es muy posible que así sea, y más aun si esta vida empieza tarde porque le han faltado los elementos necesarios para nutrirla, no únicamente en edades tempranas sino a lo largo de la misma. Y sí es cierto que esta falta de elementos que la protagonista sufre existen también en la novela y que al lector únicamente pueda aspirar a imaginarlas y, quizá como hace la propia autora, alejarlas incluso de uno mismo para que no duelan en exceso.

3 comentarios:

Sergio dijo...

Ya sé que este comentario no va aquí (y me disculpo por ello), pero tenemos que hablar de Eduardo Ruiz Sosa (Candaya).

Gustavo Vargas dijo...

Lo que acabas de describir en la reseña es el libro que quiero leer en este momento, al margen de la calificación. Muchas gracias.

Marc Peig dijo...

Hola, Gustavo.
Me alegro enormemente, pues significa que la reseña es suficientemente explicativa como para despertar interés independendientemente de mi valoración como lector.
Saludos, y esperamos tus comentarios (si te apetece) una vez hayas leído el libro.
Marc