jueves, 22 de septiembre de 2022

Zoom: El instante, de Louis Aragon

Idioma original: francés

Título original: L´instant

Traducción: Carmen Artal

Año de publicación: 1928

Valoración: Recomendable con reparos


Parece mentira que un opúsculo de apenas cincuenta páginas pueda dar para muchas reflexiones, pero El instante sí que da, ya verán. Por ponernos en situación, la obrita se escribe en 1928, esa época de entreguerras en la que Aragon desarrolló la parte más intensa de su actividad política, formando parte del gran grupo de intelectuales comprometidos contra el nazismo. Como es sabido, el poeta parisino ya estaba en la vanguardia de la creación literaria, habiendo participado tangencialmente en el movimiento Dadá y, sobre todo, como fundador del colectivo surrealista. El instante es en realidad un fragmento de una novela más extensa que se iba a llamar La Défense de l´infini, finalmente destruida por el rechazo de los surrealistas, y que todo parece indicar que tendría un alto contenido sexual, de hecho el otro fragmento conservado y luego editado era El coño de Irene, relato de voltaje bastante elevado.

El erotismo, por llamarlo de alguna manera, constituye en efecto un elemento importante de este cuento. Pero dentro de su extraña y seguramente caprichosa estructura el único punto de conexión es el Metro. En el Metro se desarrolla la primera escena, que consume más o menos la mitad de las páginas: frotamientos y excitación desbordada en el vagón lleno de gente. No sabemos quién ha empezado a arrimarse a quién, el hombre o la mujer anónimos que viajan de pie, el contacto comienza quizá por casualidad, y la ebullición se extiende a otra pasajera que observa atentamente desde un asiento, aunque apenas puede ver más que algún gesto aislado. Imágenes puede que algo cuestionables, que Aragon relata con sencillez y sinceridad, sin ahorrarse detalles y sin que lleguemos a saber tampoco si cuenta algo que ocurre (en la ficción, se entiende) o es una ensoñación o un deseo.

Nos olvidamos del magreo ferroviario y, sin abandonar el Metro, Aragon se lanza a narrar la tragedia de Couronnes en la que, debido a un incendio, un apagón y varias casualidades, decenas de personas murieron aplastadas y asfixiadas. La descripción del desastre da paso a reflexiones sobre las víctimas, casi todas ellas trabajadores que habían terminado su turno, y a comparaciones con sucesos similares, como el incendio del Bazar de la Charité. En este caso los muertos fueron en su mayoría mujeres de buena posición reunidas en un acto de beneficencia. El paralelismo resulta repulsivo. Todo lo que en el relato de Couronnes era dolor se convierte en sangrante ironía, sarcasmo describiendo a las damas intentando saltar una tapia para huir, rezando resignadas por sus vidas, la aristocracia convertida en cenizas, cosas así.

Tocamos una vez más los límites de la literatura. ¿Es lícito regodearse en una escena que bien pudiera asociarse (aunque no necesariamente) al acoso sexual? ¿La crítica social habilita para una mofa despiadada ante personas que pierden la vida? Con autores así, desprejuiciados y tal vez jubilosos de hacer un regate a la ética, es difícil saber hasta qué punto estos dos momentos son o no una mera provocación al lector. Personalmente creo que no, o al menos no del todo. La transgresión en general, y el derribo de tabúes sexuales en particular eran algo muy del gusto de los surrealistas, como lo han sido de todas las vanguardias, y no en vano el relato se ha publicado junto con el otro fragmento de la novela inacabada-desechada, más otro pequeño cuento, también muy procaz, titulado Las aventuras de Don Juan Lapolla Tiesa. Se diría que en esa época Aragon debía estar en plena combustión, y no solo literaria, todavía lejos de dedicar poemas mostrando el amor a su esposa Elsa como haría más tarde. La sensibilidad social tampoco era exactamente la misma de hoy en día, y por tanto el petting (y su propagación posterior) quizá habría que verlo con alguna condescendencia. Más difícil de tragar es a mi juicio el relato de las tragedias del suburbano. Ni siquiera la sólida conciencia política del autor puede redimirle de la crueldad que se deja ver de forma indisimulada.

Como fragmento que es, el relato no tiene realmente mucho sentido. Al final, alguna clave se puede encontrar en las tres o cuatro páginas que sirven de enganche entre las dos narraciones, y que son algo parecido a una reflexión en torno a la literatura. La brecha entre la vida y el arte, tema inagotable, se plantea al observar qué ocurre cuando las cosas no se desarrollan de la misma forma en la vida y en la novela. Aragon parece estar pensando en los finales felices, en las relaciones propuestas y aceptadas, en todo aquello a lo que la ficción abre la puerta y la realidad con frecuencia hace imposible. Si estas elucubraciones (en todo caso un mero boceto, nada elaborado) queremos aplicarlas a los dos relatos que componen el librito, puede que sea un sano ejercicio de lectura creativa. En caso contrario, puede uno contentarse con conocer este extraño texto, que no deja de ser original, seguramente provocativo, curioso y, desde luego, escrito con talento.


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