martes, 13 de septiembre de 2022

John le Carré: El espía que surgió del frío

Idioma original: inglés

Título original: The spy who came in from the cold

Traducción: Nieves Morón

Año de publicación: 1963

Valoración: Recomendable alto


Espías los ha habido siempre, pero a mediados del siglo pasado se llegó a consolidar una especie de subgénero literario basado en aventuras de ese mundo, seguramente tan oscuro y complejo como parece desde fuera.  Recién terminada la Segunda Guerra mundial (incluso podría decirse que antes de terminar) ya estaban configurados los dos bloques antagónicos que se enfrentarían durante los cincuenta años siguientes. En ese momento esos dos bloques comparten frontera en la Alemania ocupada y, de forma muy significativa, en el propio Berlin, de inmediato dividida, donde los nuevos enemigos literalmente se rozaban. El famoso Checkpoint Charlie, con toda su leyenda, es el símbolo de la guerra fría y el espionaje.

Por allí anda el espía británico Alec Leamas, responsable del tinglado en la República Democrática alemana, hasta que pierde a su último hombre justo cuando iba a cruzar la frontera. Parece que el trabajo de Leamas no ha sido demasiado provechoso, y el alto mando (todo lo dirige un tipo enigmática y muy apropiadamente conocido como Control) le manda un tiempo a la nevera. El agente, ya bastante bregado y un poco harto de todo, termina sin un céntimo, con un trabajillo de circunstancias, hasta que se le encomienda una última misión, que será al mismo tiempo una oportunidad para redimirse de su derrota.

La perspectiva del mundo del espionaje es muy diferente de la que proponía Graham Greene, por ejemplo en El factor humanoEn Greene interesa sobre todo la subjetividad, el espía como individuo cuyo trabajo es ese como podía ser cualquier otro. Para Le Carré, sin perder de vista el lado humano, es más importante la intriga, cómo funcionan los mecanismos del engaño y la simulación, qué leyes gobiernan ese entramado político-militar que hoy llamaríamos Inteligencia, en definitiva descubrir el juego oculto del adversario, anticiparse a sus movimientos, conocerle para debilitarle y destruirle. Y lo que encontramos es que no hay en realidad ninguna ley, nada tiene valor, incluida la vida, al margen del éxito de una misión, eso es lo único que importa.

Las redes de espionaje son realmente una gran trituradora que va destruyendo a todos los que, voluntariamente o no,  se acercan a ella, los destruye física o mentalmente, o ambas cosas. No a todos: solo pueden salvarse los que realmente conocen el sistema, quienes carecen de escrúpulos como el sistema exige, y saben mantenerse a flote a cualquier precio. Así vamos distinguiendo entre ese puñado de personajes bien dibujados (idealistas, desengañados, funcionariales) quiénes serán capaces de sobrevivir y quiénes sucumbirán en esa criba inexorable y muy descriptiva.

Según se dice, las novelas de John le Carré, y ésta en concreto, son el canon de la literatura de espionaje, el modelo que muchos otros copiaron después y que se llevó al cine una y otra vez. Y es que realmente el libro está estupendamente escrito, tiene el ritmo perfecto, el grado adecuado de complejidad para no frustrar al lector y que su esfuerzo resulte gratificante, integra ciertos elementos emocionales (la relación entre Leamas y la joven Liz, pero también la envidia de Fiedler, por ejemplo) en la justa medida para no deshumanizar del todo la trama. Y no falta el tanto de literatura forense (ya saben, la larga escena del juicio en donde se dilucidan cosas fundamentales), que tal vez no sea tan novedosa, bien llevada aunque intuyo que con un sesgo anglosajón que puede no ser del todo adecuado. 

Un conjunto brillante, donde tiene también cabida la sutileza para describir situaciones de forma que el leguaje digamos literario no es un adorno, sino que esté realmente al servicio de la narración:

‘En todas partes, ese aire de conspiración que se produce entre la gente que está levantada desde el amanecer, casi de superioridad, nacido de la experiencia común de haber visto desaparecer la noche y llegar la mañana.’

Es decir, captando las atmósferas necesarias para contextualizar el relato de forma impecable.

No sé si una historia de espías da como para hablar de literatura de gran calibre pero, si no perdemos la perspectiva de lo que estamos leyendo, hay que decir que el libro se cerca bastante a lo perfecto y desde luego merece ser conocido.


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