jueves, 8 de septiembre de 2022

Cory Doctorow: Radicalizado: Cuatro distopías muy actuales

Idioma original: inglés
Título original: Radicalized: Four Tales of Our Present Moment
Traducción: Miguel Temprano García, para Capitán Swing
Año de publicación: 2020
Valoración: entre recomendable y muy recomendable


¿Qué ocurre con las novelas distópicas que se escriben últimamente que parece que no sean tan inimaginables? ¿Será debido a una falta de imaginación de los autores que no prevén futuros muy lejanos o es que la sociedad actual está ya demasiado cerca de las varias distopías que podemos imaginar? ¿Será que nuestro mundo, llevado al extremo por el capitalismo radical, se asemeja demasiado a cualquier distopía imaginable? ¿Estaremos ya inmersos, puede que sin tan siquiera saberlo, en una distopía disfrazada de realidad?

Tal y como indica Doctorow en el subtítulo de las cuatro historias contenidas en este libro, estamos delante de «cuatro distopías muy actuales». Porque aquí no imaginamos mundos muy lejanos o tiempos situados muy al futuro que nos proyecten hacia sociedades difíciles de imaginar. Aquí estamos delante de historias donde se tratan 1) desigualdades sociales y su explotación (¡cómo no!), 2) racismo en cuerpos policiales y radicalismo en redes sociales, 3) prácticas poco éticas de compañías médicas de seguros y 4) el aislamiento social por parte de los superricos. Así, el libro nos ofrece una visión sobre en qué puede convertirse el mundo en un futuro muy próximo a nivel social, económico y tecnológico (aspectos estrechamente ligados entre ellos). Así que, como podéis ver, nada que chirríe en vuestra mente, aunque sí en vuestros principios.

Estructuralmente, este libro se compone de cuatro relatos de extensión desigual y acorde con lo que cada historia necesita, en los que el autor pone de manifiesto en todos ellos su aguda visión de un mundo que estamos dirigiendo al desastre, y cada vez de manera más rápida. Los relatos son totalmente independientes unos con otros pues sus personajes y temática no tienen relación a excepción del mensaje que se quiere transmitir y que es compartido por todos: una sociedad dirigida por una minoría y que somete y se sitúa por encima del resto.

Estilísticamente, Doctorow demuestra que maneja el pulso narrativo con mano firme, sin titubeos. No hay oscilaciones en cuanto al interés y tensión de las diferentes historias (quizá levemente en «Una minoría modélica», la menos destacable de todas en mi opinión y más diferente al introducir cierto tono satírico) en las que el autor sabe cómo transmitir su visión y cómo mantener el interés en las historias narradas. Asimismo, el autor se muestra claro y preciso en su análisis social y no duda en apuntar directamente con su pluma a los principales culpables de las desigualdades existentes, convirtiendo los relatos en una dura crítica hacia los evidentes sesgos raciales de los estamentos policiales, los poseedores de las grandes fortunas o las corporaciones empresariales.

A nivel argumentativo, en «Pan no autorizado», el autor despierta desde un inicio el interés del lector, con una historia donde, de golpe, los electrodomésticos empiezan a averiarse ; un horno que no reconoce si la rebanada de pan a tostar pertenece a uno de los hornos autorizados, un lavavajillas que no reconoce la marca de los platos a lavar… porque en esta historia los edificios incluyen electrodomésticos que solo funcionan con los productos de su misma marca evitando que sus inquilinos puedan encontrar productos con precios más económicos. Por supuesto, todo dirigido por las grandes constructoras y en perjuicio de sus arrendatarios. Porque estamos en un mundo donde todo está conectado y donde todo puede ser autentificado: agencias de empleo a la que das autorización y acceso a tus correos y redes sociales, electrodomésticos instalados o incluso ascensores que no paran en las plantas de huéspedes ricos si llevan dentro inquilinos de pisos de protección oficial, pisos de renta baja en edificios a los que solo puedes acceder en ascensor si nadie de los que viven en los pisos con precios de mercado necesita utilizarlos. Pero ¿qué ocurriría si alguien se revelara contra el «sistema»? ¿Qué pasaría con aquellos que buscan vacíos legales (o no) para saltarse esas normas que promueven la desigualdad? Así, el relato plantea una serie de interesantes cuestiones sobre derechos, tecnología y desarrollo en una sociedad cada vez más estratificada, capitalista y desigual.

En «Minoría modélica», el autor comienza el relato con un abuso policial por parte de policía blanca contra un ciudadano negro. Mientras retumban ahí los gritos de Eric Garner y otros tantos abusos policiales leemos que quien es testigo de este abuso es «El Águila Americana» al oir los ruidos mientras sobrevuela la escena desde el aire, volando con su portentosa capa de superhéroe («con los brazos extendidos hacia delante y la capa restallando a su espalda era un misil azul y rojo que descendía hacia el ruido») y ve como el hombre negro, tumbado sobre el asfalto, tiene «una magulladura en el pómulo con la forma de la punta de una porra. Los cuatro polis que rodeaban al negro del suelo habían sacado las porras. Le estaban golpeando. (…) El hombre del suelo gañía y chillaba, mientras los cuatro policías gritaban. Gritaban: “deje de resistirse”». La misión del Águila Americana es evitar los abusos policiales, pero él es un extraterrestre humanizado y como tal despierta recelos y admiraciones a partes iguales. Así, el relato nos ofrece una reflexión sobre los sesgos racistas por parte de la policía y la administración, pues «hay empresas que venden software a las fuerzas policiales, 'inteligencia artificial' que analiza todos los datos de detenciones desde el principio de los tiempos y hace predicciones sobre dónde va a cometerse un crimen. El argumento es que las matemáticas no mienten y tampoco son racistas» aunque es algo completamente falso pues «todos los datos que introducen en el sistema proceden de la policía, que se supone que tiene cierto sesgo» porque «son humanos y todos los humanos lo tienen, y en segundo lugar porque el departamento de Policía de Nueva York tiene un largo historial de discriminación racial». El autor es taxativo en este aspecto afirmando que «los polis solo encuentran crímenes allí donde los buscan». Pero, más allá de la crítica, Doctorow sitúa el relato en la disyuntiva entre qué hacer si las acciones que haces para ayudar lo único que consiguen es complicar las cosas,  ¿cómo se sienten las víctimas si obtienen una supuesta ayuda que no han pedido porque les complicará aún más su existencia? «Soy un ser humano y estás jugando con mi vida», le dicen al Águila Americana. Porque cuando una víctima se coge como ejemplo o como elemento clave o simbólico para denunciar una injusticia orquestada a todos los niveles policiales y jurídicos, el caso se complica. Y, ¿qué pasa con la víctima cuando quien le ha metido en ese embrollo no le ha preguntado si le parecía bien? Las manifestaciones se repiten y aumentan y empiezan a haber bandos de todos los tipos: a favor de los policías, en contra de ellos, en contra del Águila. Aparecen más polis, más manifestantes, antidisturbios y «al Águila le habría gustado ir con ellos, pero por supuesto no lo hizo. Si eres el Águila Americana, todo lo que haces significa algo» pero ante el incremento de la presencia policial y los manifestantes «ahora tenía que escoger entre Nueva York y los neoyorquinos» con el riesgo de quedar solo en medio hasta el punto de encontrarse ante la difícil pregunta: «¿te estas ofreciendo para librar todas las guerras de Estados Unidos y patrullar todas sus calles?»

En «Radicalizado», el autor nos presenta a Joe Gorman el día que cumple treinta y seis años, en una reunión con su jefe, el vicepresidente de una gran empresa. Justo en medio de la reunión recibe una llamada de su esposa informándole que tiene cáncer de mama en estado avanzado y que le quedan entre tres y seis meses de vida. Afortunadamente parece que existe una terapia experimental que puede ayudar a superar la enfermedad, pero su aseguradora les informa que no afrontará el alto coste de un millón y medio de un tratamiento experimental. Doctorow apunta otra vez certeramente, esta vez contra las compañías de seguros, afirmando que «dejar que la gente muriese porque salvarla perjudicaría la cuenta de beneficios era un acto malvado, y quienes lo hacían eran malvados». Así, el relato que narra en este cuento es el de una sociedad donde la sanidad pública no llega a todos y deja a los ciudadanos en manos de compañías privadas de seguros donde la balanza está, por una parte, la salud de los que la contratan y, en la otra, los beneficios. Y siempre la balanza ladea hacia este último lado. Y el autor sitúa su protagonista en medio de foros ubicados en la red oscura formada por miembros que se han visto tratados de manera injusta y donde se critica este tipo de compañías aseguradoras. Pero ¿qué ocurre si alguien de la red decide ir un paso más allá? ¿Qué ocurre si la desesperación los lleva a tomarse la justicia por su cuenta?

En «La máscara de la muerte roja», el protagonista Martin Mars se prepara para un inminente colapso sin saber a ciencia cierta si este llegaría de golpe o los poderes oficiales podrían prevenirlo y avisar con tiempo a la población. Para él es importante calcular bien el momento de la retirada pues pertenece a «Los Treinta, las personas a las que él había invitado para sobrevivir con él al apocalipsis» y tiene preparado un Fuerte para encerrarse y protegerse cuando eso ocurra. Porque Martin pertenece a los superricos, «podía permitírselo todo. Martín y el mercado se entendían muy bien». Así, desde su posición privilegiada sabe que no podían esperar al último momento «cuando los polis estuvieran demasiado ocupados esforzándose en sobrevivir y no pudiesen proteger a los estólidos burgueses de Paradise Valley». Y el suceso ocurriría sin lugar a duda, porque «este era un periodo de ajuste» en el que se describiría «el caos que reinaría cuando el ‘innecesariado’ fuese borrado de la existencia y la humanidad se realineara en torno a los más fuertes y brillantes que pudiese seleccionar la evolución». Es lo que equivaldría a la selección natural pero orquestada por el capitalismo. «Los economistas lo llamaban un ‘periodo de ajuste, pero las personas como Martin lo llamaban el suceso». Y superar este ‘ajuste’ refugiado en su bunker, este apocalipsis, «era el plan de Martin. Esperar a que volviera a reinstaurarse el orden y aparecer con todo lo necesario para hacerse un hueco en él: bienes comerciales, títulos al portador, dinero en metálico y su inteligencia, con el apoyo de un grupo leal de seguidores que sabían disparar todas las armas de la nutrida armería del Fuerte del día del Juicio». Con este último cuento, el retrato de Doctorow es el de una sociedad egoísta y encerrada en sí misma en la que los superricos se creen por encima del bien y del mal pero en el que su aislamiento es su gran castigo. Es evidente que el autor lo lleva al extremo, pero no me sorprendería que, con la pandemia, haya habido quien se lo ha planteado seriamente e incluso planificado. En cualquier modo, este aislamiento ya se está produciendo hoy mismo, sin necesidad de atrincherarse ni construir bunkers de aislamiento: no les hace falta, ya viven en sus burbujas, intocables, impasibles ante lo que sucede. 

Por todo lo expuesto, el libro de Doctorow es una muy interesante lectura en la que, a modo de ficción, se nos plantea un escenario (demasiado) próximo en el que la sociedad queda en manos de una minoría acaudalada que estructura, dirige, orquestra y ejecuta sus reglas mientras somete a las clases bajas a su dictamen. Quizá las distopías planteadas parecen lejanas, quizá parecen irreales, pero viéndolo con detalle, Doctorow puede que nos cambie el decorado, pero los protagonistas, los principios y las reglas establecidas son fácilmente identificables y mantenidas con un único y mismo fin: la supervivencia de los ricos a toda costa... o a costa de todos.

También de Cory Doctorow en ULAD: Walkaway

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