Hace varios sábados publiqué una entrada en la que contaba mi experiencia con un manuscrito que, al final, logró convertirse en libro por obra y gracia de un editor receptivo y, es de suponer, un poco-bastante suerte. El texto terminaba en el preciso momento en que se cerraba el pacto para la publicación y, debido a los comentarios de otros compañeros ULADianos y de algunos lectores, decidí escribir en un futuro la narración de la experiencia posterior. Es decir, todo lo que sucedió a partir de que mi novela hubiera entrado en el circuito profesional. Como el libro lleva ya tres meses en la calle, y como hace mucho calor, y como es sábado y nuestros lectores están medio sopas, he pensado que era un buen momento para retomar esa idea.
Desde luego no sé cómo habrá sido la experiencia de otros escritores con otras editoriales: debemos pensar que hay de todo; pero yo viví unos meses alucinantes, divertidísimos y muy creativos, así que el resumen de mi relato es que todo fue cojonudamente bien. Al principio las cosas fueron despacio: mi editor me comentó que la novela saldría al cabo de unos meses, y que por tanto tendríamos tiempo de sobra para trabajar en ella. El concepto "trabajar en ella" era algo que a mí, por entonces, no me quedaba del todo claro. Por suerte, en la editorial fueron muy didácticos y todo comenzó con una serie de llamadas y unos cuantos emails: "¿Podríamos cambiar el título? ¿Crees que podrías darle algunas vueltas al final? ¿Podríamos reforzar a estos personajes con alguna escena extra?" Fueron semanas de lecturas en profundidad, de sugerencias de todo tipo y de extensos debates sobre el libro. Yo flipaba bastante, por tres razones:
1) Mi novela, que hasta entonces no era más que un archivo WORD en una carpeta de mi ordenador, se estaba convirtiendo en protagonista de numerosas conversaciones. Con personas humanas.
2) Todas las sugerencias y comentarios que venían de la editorial eran agudas y muy inteligentes, y estaban acompañadas de razonamientos puramente literarios. Esto solo podía significar que mis interlocutores habían leído el libro (¡ese WORD!) con mucha intensidad, varias veces, tomando notas y señalando las partes más y menos acertadas.
3) En todo momento se dejó claro que la decisión final, para cualquier apuesta o modificación, era mía. Por decirlo de otra forma: una serie de personas, que no conocía de nada y que no eran mis amigos, me estaban tratando "como a un autor".
Como os podréis imaginar, durante ese tiempo le di muchas vueltas al texto (más de las que ya le había dado) y sopesé cada idea nueva con emoción y tiento. La experiencia es un grado, y mis editores me demostraron que sabían lo que se hacían: hice caso de prácticamente todas sus sugerencias y aproveché para escribir alguna escena nueva, afinar algunas partes y reescribir otra, con un resultado final que me hizo sentir orgulloso. El libro estaba mejor, más redondo, más a mi gusto. Y todo fue fluido, amable, incluso cachondo, sin discusiones amargas, sin egos puestos en cuestión.
Luego llegó la propuesta de portada, realizada por Paco Alcázar. Recuerdo que yo estaba en una cafetería y me llegó un email del editor, que abrí en el móvil. Y ahí estaba: ese portadón rojo, perfecto, que condensaba (en mi opinión) el espíritu de la historia que yo quería contar. El editor me llamó y me preguntó si me gustaba, y yo apenas podía gritarle que sí, que era la hostia en verso, que Alcázar se había salido. Todavía deben de resonar mis gritos de júbilo en el barrio.
Con el manuscrito final en las manos, y tan cercana su publicación, llegó el momento de la corrección de estilo, que llevé a cabo mano a mano (es un decir: mano a mano "virtual") con dos pedazo de máquinas a quienes nunca podré estar suficientemente agradecido. Ellos me repitieron una y mil veces lo "limpia" que estaba la novela y el "escaso" trabajo que tuvieron que hacer, pero desde mi punto de vista aquello fue apoteósico: encontraron cada pequeña fisurita en la coherencia, cada repetición, cada machacona rima interna, cada palabra mejorable e incluso cada vicio literario que había en el texto. El proceso duró dos semanas de debates y toma de decisiones: cualquier mayúscula, cualquier cursiva, cualquier adverbio era susceptible de ser interrogado. Y lo que es mejor: esos dos trabajadores incansables no solo me ayudaron a dejar el texto "limpito", sino que me pusieron frente a un espejo y gracias a ellos pude descubrir algunos errores comunes que, como escritor, supongo que todo el mundo tiene y no se da cuenta. ¡Fue impresionante! Una iluminación, en todo el sentido de la palabra.
Y también unas risas: como la novela tiene ese espíritu canalla y gamberril, hubo momentos verdaderamente hilarantes con los editores. El manuscrito con los comentarios de la corrección de estilo, que guardo con mucho cariño, está salpicado de chistes, historias que nada tienen que ver con la novela y comentarios humorísticos. Sí: la mayor parte del tiempo, fue un trabajo muy divertido.
Cuando por fin consideramos que el texto estaba OK y que iba a la imprenta, llegó el desierto. El desierto de mi ansiedad, de la espera, de que todo fuera bien. Creedme que hubo días en que no lo tenía claro: pensaba que pasaría algo y el libro no saldría. Qué sé yo, esas tonterías, esas inseguridades. Pero no. Una mañana me llamaron y me dijeron que el libro ya estaba en la editorial, que había quedado estupendo. Y tres días más tarde lo recibí yo. Abrí la caja con calma, dándole a ese momento tan especial el sentido de una ceremonia, pero sobre todo porque me conozco y no quería romper ningún ejemplar, que soy de Bilbao y muy bruto. Efectivamente allí estaba, aquel archivo WORD de mi ordenador se había transformado en un libro, tenía mi nombre en la portada, y una foto mía en la solapa. El texto del interior parecía, sin duda, el mío. Solo en aquel momento me lo creí de verdad.
Os recuerdo que en ningún momento he comentado que "estuve" con mi editor. Y esto es porque, como podéis deducir, todo el proceso se llevó a cabo por teléfono y email. La leche con las nuevas tecnologías. En todo caso, con el libro ya en mi casa y llegando a los puntos de venta, el editor me llamó y me dijo que fuera a Barcelona, que ya era hora de que nos conociéramos y que tenía unas cuantas entrevistas de prensa preparadas, alguna sesión de fotos y otras movidas.
¿Entrevistas? ¿Prensa? ¿Sesión de fotos? ¿Otras movidas?
Eso, para la tercera parte. Feliz sábado a todos.
Desde luego no sé cómo habrá sido la experiencia de otros escritores con otras editoriales: debemos pensar que hay de todo; pero yo viví unos meses alucinantes, divertidísimos y muy creativos, así que el resumen de mi relato es que todo fue cojonudamente bien. Al principio las cosas fueron despacio: mi editor me comentó que la novela saldría al cabo de unos meses, y que por tanto tendríamos tiempo de sobra para trabajar en ella. El concepto "trabajar en ella" era algo que a mí, por entonces, no me quedaba del todo claro. Por suerte, en la editorial fueron muy didácticos y todo comenzó con una serie de llamadas y unos cuantos emails: "¿Podríamos cambiar el título? ¿Crees que podrías darle algunas vueltas al final? ¿Podríamos reforzar a estos personajes con alguna escena extra?" Fueron semanas de lecturas en profundidad, de sugerencias de todo tipo y de extensos debates sobre el libro. Yo flipaba bastante, por tres razones:
1) Mi novela, que hasta entonces no era más que un archivo WORD en una carpeta de mi ordenador, se estaba convirtiendo en protagonista de numerosas conversaciones. Con personas humanas.
2) Todas las sugerencias y comentarios que venían de la editorial eran agudas y muy inteligentes, y estaban acompañadas de razonamientos puramente literarios. Esto solo podía significar que mis interlocutores habían leído el libro (¡ese WORD!) con mucha intensidad, varias veces, tomando notas y señalando las partes más y menos acertadas.
3) En todo momento se dejó claro que la decisión final, para cualquier apuesta o modificación, era mía. Por decirlo de otra forma: una serie de personas, que no conocía de nada y que no eran mis amigos, me estaban tratando "como a un autor".
Como os podréis imaginar, durante ese tiempo le di muchas vueltas al texto (más de las que ya le había dado) y sopesé cada idea nueva con emoción y tiento. La experiencia es un grado, y mis editores me demostraron que sabían lo que se hacían: hice caso de prácticamente todas sus sugerencias y aproveché para escribir alguna escena nueva, afinar algunas partes y reescribir otra, con un resultado final que me hizo sentir orgulloso. El libro estaba mejor, más redondo, más a mi gusto. Y todo fue fluido, amable, incluso cachondo, sin discusiones amargas, sin egos puestos en cuestión.
Luego llegó la propuesta de portada, realizada por Paco Alcázar. Recuerdo que yo estaba en una cafetería y me llegó un email del editor, que abrí en el móvil. Y ahí estaba: ese portadón rojo, perfecto, que condensaba (en mi opinión) el espíritu de la historia que yo quería contar. El editor me llamó y me preguntó si me gustaba, y yo apenas podía gritarle que sí, que era la hostia en verso, que Alcázar se había salido. Todavía deben de resonar mis gritos de júbilo en el barrio.
Con el manuscrito final en las manos, y tan cercana su publicación, llegó el momento de la corrección de estilo, que llevé a cabo mano a mano (es un decir: mano a mano "virtual") con dos pedazo de máquinas a quienes nunca podré estar suficientemente agradecido. Ellos me repitieron una y mil veces lo "limpia" que estaba la novela y el "escaso" trabajo que tuvieron que hacer, pero desde mi punto de vista aquello fue apoteósico: encontraron cada pequeña fisurita en la coherencia, cada repetición, cada machacona rima interna, cada palabra mejorable e incluso cada vicio literario que había en el texto. El proceso duró dos semanas de debates y toma de decisiones: cualquier mayúscula, cualquier cursiva, cualquier adverbio era susceptible de ser interrogado. Y lo que es mejor: esos dos trabajadores incansables no solo me ayudaron a dejar el texto "limpito", sino que me pusieron frente a un espejo y gracias a ellos pude descubrir algunos errores comunes que, como escritor, supongo que todo el mundo tiene y no se da cuenta. ¡Fue impresionante! Una iluminación, en todo el sentido de la palabra.
Y también unas risas: como la novela tiene ese espíritu canalla y gamberril, hubo momentos verdaderamente hilarantes con los editores. El manuscrito con los comentarios de la corrección de estilo, que guardo con mucho cariño, está salpicado de chistes, historias que nada tienen que ver con la novela y comentarios humorísticos. Sí: la mayor parte del tiempo, fue un trabajo muy divertido.
Cuando por fin consideramos que el texto estaba OK y que iba a la imprenta, llegó el desierto. El desierto de mi ansiedad, de la espera, de que todo fuera bien. Creedme que hubo días en que no lo tenía claro: pensaba que pasaría algo y el libro no saldría. Qué sé yo, esas tonterías, esas inseguridades. Pero no. Una mañana me llamaron y me dijeron que el libro ya estaba en la editorial, que había quedado estupendo. Y tres días más tarde lo recibí yo. Abrí la caja con calma, dándole a ese momento tan especial el sentido de una ceremonia, pero sobre todo porque me conozco y no quería romper ningún ejemplar, que soy de Bilbao y muy bruto. Efectivamente allí estaba, aquel archivo WORD de mi ordenador se había transformado en un libro, tenía mi nombre en la portada, y una foto mía en la solapa. El texto del interior parecía, sin duda, el mío. Solo en aquel momento me lo creí de verdad.
Os recuerdo que en ningún momento he comentado que "estuve" con mi editor. Y esto es porque, como podéis deducir, todo el proceso se llevó a cabo por teléfono y email. La leche con las nuevas tecnologías. En todo caso, con el libro ya en mi casa y llegando a los puntos de venta, el editor me llamó y me dijo que fuera a Barcelona, que ya era hora de que nos conociéramos y que tenía unas cuantas entrevistas de prensa preparadas, alguna sesión de fotos y otras movidas.
¿Entrevistas? ¿Prensa? ¿Sesión de fotos? ¿Otras movidas?
Eso, para la tercera parte. Feliz sábado a todos.
3 comentarios:
Muy bueno. Espero la tercera parte.
Igualmente, muy interesante. Qué gustazo que fuera todo tan bien. Enhorabuena, de nuevo.
Felicitaciones!! yo estoy también en vias de publicar y estamos en la etapa de las correciones con la editorial. Es bien loco ese tema pues muchas de esas correciones te dices "lo lei tantas veces y no lo vi", asi como otras que decidí dejar como estaban, pues me parecia mejor mi versión. Pero definitivamente todo cambia cuando alguien lee tu manuscrito de manera profesional. Un saludo desde Chile.
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