Idioma original: inglés
Título original: The Book of Evidence
Título original: The Book of Evidence
Año de publicación: 1989
Valoración: Recomendable
Si el que más y el que menos se ha preguntado alguna vez qué es lo que les pasará por la cabeza a esos tipos (hasta ese instante concreto presuntos ciudadanos ejemplares) que saltan a la prensa de pronto por haber cometido un crimen, los escritores – antes de Capote y después – no van a ser menos. Todo lo contrario: en particular, a John Banville – quien, como ya comenté en otro momento , se convierte en Benjamin Black cuando escribe novela policíaca – en cualquiera de sus dos identidades, le apasionan los mecanismos metales que provocan esas conductas.
A El libro de las pruebas se le suele comparar con El extranjero. No sólo no estoy de acuerdo, además, lo considero injusto. La novela de Albert Camus se encuentra en el Olimpo hace tiempo y, por tanto, a salvo de cualquier descrédito ocasional, pero si el propósito de la comparación es añadir méritos a Banville, lo que consigue es precisamente lo contrario. Como sabemos, gran parte del valor artístico de una obra reside en su individualidad, sin olvidar que con un mecanismo tan absolutamente perfecto en su sobriedad como es El extranjero resulta imposible competir. La copia saldrá perdiendo si es más complicada, más artificiosa, menos sincera que el modelo – que lo es – pero también si la diferencia estriba en todo lo contrario. En consecuencia, es en lo que las separa dónde tenemos que buscar sus valores. Por otra parte, ni siquiera se parecen: que ambas tengan en común una madre muerta y enterrada, además de un reo que trata de hacer memoria, me parece muy poca cosa. Las personalidades de los protagonistas no tienen nada que ver, el tono, los recursos, el argumento, las cosmovisiones respectivas, lo que narra son completamente distintos.
Pero las comparaciones son odiosas y estamos hablando de El libro de las pruebas, al que no le faltan méritos propios.
Banville tiene a favor la relativa complejidad de la trama, su fino análisis psicológico, su bien perfilado cinismo, el esbozo que realiza de los bajos fondos y de los siniestros tipos que los habitan, la recreación de una personalidad que recuerda a algunos ejemplos que encontramos en las páginas de sucesos de vez en cuando. Perfiles tan indeseables para la convivencia como atractivos sobre el papel, dado que el análisis de sus entresijos mentales probablemente conduzcan a un mejor conocimiento de nosotros mismos. Quizá, en los héroes y los criminales se encuentre el embrión de lo que somos, ya que ¿de dónde salen perversión y heroicidad? ¿Llevamos todos dentro ambas conductas o sólo en circunstancias extremas aparece la tendencia que predomina en cada uno?
La evolución mental del protagonista, sus paradojas e incongruencias, están maravillosamente reflejadas. Se parecen bastante a las de cualquiera pero, en este caso, llevadas al límite. Probablemente no esté loco, lo que es seguro es que se trata de una mente confusa, fragmentada de tal modo que una introspección como la que lleva a cabo sólo consigue agravar. La técnica es irreprochable, el estilo brilla en muchos momentos con esas descripciones en que entorno y estado de ánimo se alían hábilmente logrando que nos identifiquemos con el personaje, incluso que, en algún punto, nos confundamos con él. Pero también hay que fijarse en una autenticidad que flojea en muchos párrafos y en que esas contradicciones de la mente humana tan bien planteadas son difíciles de separar de cierta inconsistencia narrativa.
Lo que me ha chocado, ya desde el principio, es el tono, que no coincide con el que correspondería a una confesión dirigida a un juez. Demasiado artificioso, lírico, sincero, detallado, autocomplaciente y hasta cínico para un contexto como ése. Ni siquiera como convención literaria resulta convincente. Lo que he echado en falta es un relato más detallado del origen de los hechos, de la amenaza que tiene lugar en una isla mediterránea (presumiblemente española) y que, indirectamente, sirven de desencadenante de la errática conducta del personaje. Lo escueto y ambiguo de esta primera parte contrasta con la morosidad y el detalle con que narra lo sucedido en Irlanda. Pequeños defectos ampliamente superados por una prosa y una análisis psicológico que sitúan a esta novela en un lugar más que digno.
Por cierto, entre Benjamin y John, prefiero a éste sin duda, se toma su oficio con mucho más interés que el otro.
Del mismo autor: Aquí
Valoración: Recomendable
Si el que más y el que menos se ha preguntado alguna vez qué es lo que les pasará por la cabeza a esos tipos (hasta ese instante concreto presuntos ciudadanos ejemplares) que saltan a la prensa de pronto por haber cometido un crimen, los escritores – antes de Capote y después – no van a ser menos. Todo lo contrario: en particular, a John Banville – quien, como ya comenté en otro momento , se convierte en Benjamin Black cuando escribe novela policíaca – en cualquiera de sus dos identidades, le apasionan los mecanismos metales que provocan esas conductas.
A El libro de las pruebas se le suele comparar con El extranjero. No sólo no estoy de acuerdo, además, lo considero injusto. La novela de Albert Camus se encuentra en el Olimpo hace tiempo y, por tanto, a salvo de cualquier descrédito ocasional, pero si el propósito de la comparación es añadir méritos a Banville, lo que consigue es precisamente lo contrario. Como sabemos, gran parte del valor artístico de una obra reside en su individualidad, sin olvidar que con un mecanismo tan absolutamente perfecto en su sobriedad como es El extranjero resulta imposible competir. La copia saldrá perdiendo si es más complicada, más artificiosa, menos sincera que el modelo – que lo es – pero también si la diferencia estriba en todo lo contrario. En consecuencia, es en lo que las separa dónde tenemos que buscar sus valores. Por otra parte, ni siquiera se parecen: que ambas tengan en común una madre muerta y enterrada, además de un reo que trata de hacer memoria, me parece muy poca cosa. Las personalidades de los protagonistas no tienen nada que ver, el tono, los recursos, el argumento, las cosmovisiones respectivas, lo que narra son completamente distintos.
Pero las comparaciones son odiosas y estamos hablando de El libro de las pruebas, al que no le faltan méritos propios.
Banville tiene a favor la relativa complejidad de la trama, su fino análisis psicológico, su bien perfilado cinismo, el esbozo que realiza de los bajos fondos y de los siniestros tipos que los habitan, la recreación de una personalidad que recuerda a algunos ejemplos que encontramos en las páginas de sucesos de vez en cuando. Perfiles tan indeseables para la convivencia como atractivos sobre el papel, dado que el análisis de sus entresijos mentales probablemente conduzcan a un mejor conocimiento de nosotros mismos. Quizá, en los héroes y los criminales se encuentre el embrión de lo que somos, ya que ¿de dónde salen perversión y heroicidad? ¿Llevamos todos dentro ambas conductas o sólo en circunstancias extremas aparece la tendencia que predomina en cada uno?
La evolución mental del protagonista, sus paradojas e incongruencias, están maravillosamente reflejadas. Se parecen bastante a las de cualquiera pero, en este caso, llevadas al límite. Probablemente no esté loco, lo que es seguro es que se trata de una mente confusa, fragmentada de tal modo que una introspección como la que lleva a cabo sólo consigue agravar. La técnica es irreprochable, el estilo brilla en muchos momentos con esas descripciones en que entorno y estado de ánimo se alían hábilmente logrando que nos identifiquemos con el personaje, incluso que, en algún punto, nos confundamos con él. Pero también hay que fijarse en una autenticidad que flojea en muchos párrafos y en que esas contradicciones de la mente humana tan bien planteadas son difíciles de separar de cierta inconsistencia narrativa.
Lo que me ha chocado, ya desde el principio, es el tono, que no coincide con el que correspondería a una confesión dirigida a un juez. Demasiado artificioso, lírico, sincero, detallado, autocomplaciente y hasta cínico para un contexto como ése. Ni siquiera como convención literaria resulta convincente. Lo que he echado en falta es un relato más detallado del origen de los hechos, de la amenaza que tiene lugar en una isla mediterránea (presumiblemente española) y que, indirectamente, sirven de desencadenante de la errática conducta del personaje. Lo escueto y ambiguo de esta primera parte contrasta con la morosidad y el detalle con que narra lo sucedido en Irlanda. Pequeños defectos ampliamente superados por una prosa y una análisis psicológico que sitúan a esta novela en un lugar más que digno.
Por cierto, entre Benjamin y John, prefiero a éste sin duda, se toma su oficio con mucho más interés que el otro.
Del mismo autor: Aquí
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