Idioma original: español
Año de publicación: 2011
Valoración: Recomendable
Fernando Aramburu es un escritor vasco que ha hecho del compromiso ético (no diría político exactamente) su bandera y su tarjeta de presentación. Tanto es así, que hace poco hizo unas declaraciones muy polémicas sobre, precisamente, la falta de compromiso de los escritores vascos ante la violencia (falta de compromiso que él achaca al miedo a dibujarse una diana en la cabeza, al miedo a perder lectores, al miedo a perder subvenciones); claro que luego matizó / tuvo que matizar esas declaraciones, ante la polvareda levantada. Yo ya he dicho (y no he encontrado mucho apoyo, la verdad) que creo que esta es una polémica necesaria; que realmente es necesaria una reflexión colectiva sobre cómo la sociedad vasca, y la cultura vasca (en castellano y en euskera) ha reaccionado o dejado de reaccionar ante el terrorismo; aunque las formas de Aramburu, y la generalización absoluta en la que incurrió -él o el periodista- le quiten argumentos.
Pero bueno, al margen de la polémica, que se ha quedado aparentemente en uno de tantos casos de pirotecnia informativa, Fernando Aramburu ha realizado también un proyecto evidentemente deliberado de llevar este compromiso a su literatura, y dar en ella voz a las víctimas, a las personas sin voz, a las voces subalternas. Ya lo hizo (con resultados literariamente discutibles, aunque éticamente irreprochables; una y otra cosa no están necesariamente relacionadas) en Los peces de la amargura. Y lo ha vuelto a hacer, aunque con importantes variaciones, en El vigilante del fiordo.
En realidad, casi se podría hablar de un proceso de maduración literaria (por supuesto, Aramburu es ya hace tiempo un escritor maduro) en los cinco años que van desde Los peces... hasta El vigilante... En esos cinco años, Aramburu parece haberse dado cuenta de que la violencia (no ya la violencia del País Vasco, sino la violencia en abstracto) es algo psicológica, social y filosóficamente complejo, y que la exploración literaria de esas complejidades es más productiva que la construcción de universos maniqueos, por mucho que ética y políticamente la distinción entre víctimas y verdugos sea, repito, irreprochable.
Por eso, en este Vigilante... Fernando Aramburu combina algunos relatos que podrían haberse integrado en Los peces... (por ejemplo, el que da título al volumen, que trata sobre un funcionario de prisiones traumatizado por un atentado; o "Carne rota", con breves retazos relacionados con el 11-M), con otros que apuntan en nuevas direcciones: la paranoia casi kafkiana en "Chavales con gorra"; la historia romántica en "Nardos en la cadera"; el humor en "Lengua cansada"; el misterio en "La mujer que lloraba en Alonso Martínez"...
He leído en otra reseña que los críticos (algunos críticos) consideran esta obra inferior a Los peces de la amargura, porque le falta la unidad temática de aquella. A mí, en cambio, este libro me parece superior, precisamente por su mayor variedad de temas y sobre todo de enfoques; por su experimentación narrativa con técnicas diversas y por la mayor complejidad de sus personajes. Los peces de la amargura era, probablemente, un libro necesario; El vigilante del fiordo quizás no lo sea tanto, pero en cambio es literariamente más audaz y menos autocomplaciente.
Otras obras de Fernando Aramburu en ULAD: Años lentos, Los ojos vacíos
5 comentarios:
Universo maniqueo.... Qué sabrá usted querido blogger, aramburu habla desde la frustración, desde el dolor, desde ser observador , participe y beligerante del miedo. Sabe usted lo que es el odio ? La pena ? La impotencia ? El miedo ? El valor ? . su crítica lamentablemente me indica que no. Aramburu ha hecho algo que muy poca gente se atreve habiendo nacido donde hemos nacido y es intentar con todas sus fuerzas ser objetivo, imparcial en sus juicios. Y eso, viniendo de donde viene y siendo de donde somos tiene una fortaleza insuperable.
Estimado Pedro Jose Mendioroz, como digo en la reseña me parece estupendo el compromiso ético de Fernando Arámburu, y su posicionamiento valiente siempre en el lugar de la víctimas. Lo que sucede es que, literariamente e incluso políticamente, un planteamiento que solo contiene blancos y negros no suele ser muy productivo; por supuesto, esto no equivale a decir que víctimas y verdugos son iguales ni nada semejante, sino que es un discurso que obvia o elimina cualquier matización. Esto pasaba en Los peces de la amargura, que tenía cuentos muy obvios ideológica y literariamente, y pasa algo menos en El vigilante del fiordo. Y todo ello independientemente de la posición ética o política del escritor en su vida pública: tener el corazón y la cabeza en su sitio no garantiza que se escriban magníficas novelas o relatos.
Un saludo.
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