lunes, 6 de agosto de 2012
Evelio Rosero: La carroza de Bolívar
Idioma original: Castellano
Año de publicación: 2012
Valoración: recomendable
La figura de Simón Bolívar parece estar en constante discusión en América: conforme cierta tendencia populista ha ido arraigando en los sistemas políticos, parece ser el icono favorito al que aferrarse para reivindicar cierto perfil de personalidad patriótica a nivel continental.
El ginecólogo que protagoniza esta novela contempla como su vida no es como la imaginaba, y que lejos está de ser idílica y perfecta. En una extraña decisión individual, paga a unos artesanos para que decoren una carroza de Carnaval con objeto de ridiculizar a un hombre adinerado de su ciudad. Otro hombre adinerado: él también lo es. Una ciudad colombiana, Pasto, particularmente diezmada en el pasado (episodio que se relata en el libro), en las sucesivas guerras de liberación, en el siglo XIX. Alertado por la posible repercusión de esa burla, toma una decisión aún más drástica: la carroza se modificará, pero para pasar a ridiculizar a Simón Bolívar, el sacrosanto liberador del continente. Sobre el cual el doctor ya ha estado escribiendo un duro estudio crítico. Es 1966 y la noticia de esa nueva intención se extiende: pronto la presión empieza a ser asfixiante sobre los artesanos y sobre el propio doctor para que desestime tan descabellada idea, y la carroza no sea construida y, ni mucho menos, salga a desfilar. Pronto esa presión toma un cariz y emplea unos medios que van más allá de la aceptación de la crítica y la sonrisa ante la ironía. Aparece la violencia. Pero el doctor Proceso, irónicamente llamado Justo Pastor, consciente de que todo el atrezzo de su vida ha empezado a mostrarse como tal, decide no arredrarse y seguir adelante
Desfilan políticos, religiosos, militares, terratenientes, humildes artesanos. Hay episodios de escarceos amorosos, casi sátiras cortesanas. Cuando esa presión en contra de la construcción de la carroza, nada sutil, ya algo física, no resulta suficiente, un grupo de jóvenes, todos ellos ataviados con nombres inspirados en líderes soviéticos, decide tomar la justicia por su mano y no escatimar en medios para impedir el oprobio y la humillación de la puesta en duda del Libertador.
Es esa parte central, la dedicada por Rosero a narrar los testimonios que el doctor Proceso ha recopilado en su investigación , testigos que acreditan que Bolívar no fue tan heroico ni tan justo: que fue cobarde y alargó conflictos y dejó a sus tropas saquear y violar, cuando no lo hizo prácticamente él mismo, la que debe estar causando considerable revuelo. Es como si Rosero empleara el pretexto del doctor y de su carroza y de su investigación para criticar él mismo. El caso es que, aunque sobran páginas, seguro, para incidir con tesón en bajar el mito del pedestal, esta novela resulta disfrutable: porque está bien construida y bien escrita. Al lector ya bregado en literatura colombiana, le será familiar esa denuncia, presente en otros autores y libros. El hablado en Colombia no es, a mi juicio, el castellano más difícil de comprender. La estructura de la narración resulta apropiada: con ese interludio histórico, algo prolongado pero rico en datos y en intensidad dramática. El final, conforme se avecina el clímax, el día del desfile de la carroza, se torna algo confuso y equívoco. Parece que quien lee está en medio del gentío, de las personas disfrazadas, de las sombras escurridizas. Puede que sea premeditado, que todo quiera parecer como en ciertas escenas de cine.
Un ejercicio de buena escritura con intenciones sociales y políticas, pero no para todos los gustos. Hay que estar al día, e interesado, por el complicado panorama político centroamericano: el actual, y el que viene de siglos atrás, para disfrutar en profundidad esta novela. Se disfruta mucho, en ese caso. Si no, se puede hacer algo larga.
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