Idioma original: castellano
Año de publicación: 1978
Valoración: Está bien
Llegué a Jesús Fernández Santos, igual alguien lo recuerda, a través del Libro de las memorias de las cosas, novela publicada en 1971 en torno a las comunidades protestantes en España. Un tiempo después me decido por Extramuros, por lo visto su obra más celebrada, y llevada al cine al parecer también con bastante éxito. Porque hay que decir que Fernández Santos es también un hombre del cine, que dirigió documentales y escribió varios guiones, entre ellos precisamente el de Extramuros. Por aclararlo mejor, el texto fue inicialmente un guion para el cine, que posteriormente el autor reconvirtió en la novela que tenemos aquí, lo cual es un itinerario no demasiado frecuente, al menos en España, y puede tener su importancia al valorarlo como obra narrativa.
El argumento se desarrolla en un convento de clausura en una época indeterminada que, no sé por qué, veo que algunos sitúan en el reinado de Felipe II. Una devastadora sequía y algo que entendemos como una epidemia provocan el abandono de los campos y los pueblos, de forma que el convento, que vive sobre todo de la caridad, va quedando aislado y en situación cada vez más desesperada. Una de las monjas ideará un truco para llamar la atención de posibles benefactores, y esto desencadena los problemas que ocupan la mayor parte de la narración. Aunque el escenario tampoco es insólito, la idea se puede considerar original y se abre a múltiples desarrollos.
Si esto fuese específicamente una novela perfectamente podría haber avanzado por una trama intimista, como en buena parte ocurre con la que citaba antes del mismo autor, centrándose en cuestiones de conciencia, en la culpa o en la disposición de los fieles a creer en la milagrería. Pero, claro, recordemos que esto era un guion cinematográfico, y para no aburrir al espectador seguramente era necesario añadirle algunas especias que le dieran color y picante. Encontramos entonces una priora (¿o es abadesa?) vieja, taimada y envidiosa, monjas banderizas que disputan sin miramientos, la novicia seducida por un monje rijoso, o el duque protector que coloca a una hija díscola para alejarla de las tentaciones o quién sabe si para algo más. Y, sobre todo, una relación lésbica en el interior de la clausura.
Recordemos que estamos en 1978, y esto de enredar a curas y monjas en asuntos eróticos era algo realmente atrevido y que vendía mucho, que también hay que considerarlo. Lo cierto es que Fernández Santos, aunque lanza desde muy pronto señales de esta escandalosa relación, lo hace, al menos en la novela, con mucho tiento, dejándolo claro pero sin resultar demasiado evidente. Siendo generosos hasta podríamos pensar si esa capa del relato se podría interpretar como una especie de amor místico, una atracción hasta cierto punto íntima e inocente o, visto de otro modo, situada en una zona de indefinición donde se sugiere más que se explicita.
Pero aquí lo que nos importa es el libro, y el problema es que tanto esa relación amorosa como el resto de elementos que irrumpen en la trama principal no aportan nada o casi nada, parecen adornos para animar la narración, fuegos de artificio para no centrarse en un relato que pudiera resultar pesado y poco vistoso en una pantalla. De manera que perfectamente podríamos prescindir de ellos, e igualmente de unos cuantos personajes que parecen poco trabajados y hasta con rasgos caricaturescos. Solo la narradora aporta algo de profundidad, siempre insegura, oscilando entre sus convicciones y la incertidumbre ante el desenlace final del engaño. Y, por decirlo todo, el personaje de la monja conspiradora, visto individualmente, tiene cierto interés en su evolución, siempre que el lector le dedique una reflexión que no siempre merece.
Lo que salva del naufragio a la novela es en todo caso la prosa elegante de Fernández Santos, momentos destacables de esas descripciones de paisajes desolados y muros derruidos, siempre con un tono entiendo que voluntariamente arcaizante, muy logrado, si bien puede llegar a saturar en algunos momentos. Es quizá, como dice con sinceridad inesperada Raúl del Pozo en el prólogo, un autor que ‘escribía más pensando en redactar bien que en contar’. Y eso, en el campo de la novela, puede ser un problema que difícilmente se va a solucionar incorporando elementos efectistas que a lo mejor sí pueden funcionar en otros medios.
1 comentario:
Siempre es bueno recordar a un buen escritor hoy algo olvidado. "Extramuros" me gustó cuando la leí. Muy bien escrita, aunque con los peros que mencionas. También son recomendables algunas otras novelas de Jesús Fernández Santos como "Los bravos" o "Los jinetes del alba." Y son muy buenos asimismo sus cuentos, algunos de ellos, los más tempranos, recopilados en "Cabeza rapada." A mí me parece que Fernández Santos fue esencialmente fiel al realismo social de sus orígenes y que no evolucionó hacia un estilo más innovador como otros compañeros de generación. Quizá esto le haya pasado factura a posteriori. Además murió joven, en plena capacidad creativa. Tengo pendiente el "Libro de las memorias de las cosas", que algunos consideran su mejor novela. Fernández Santos levantó acta de los marginados de nuestra historia: gentes del páramo leones, protestantes, alumbrados, prisioneros, santeros, niños del suburbio etc. Su novela es histórica por definición. La historia de la gente menuda. Merece leerse.
Un saludo.
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