Título original: Girl
Traducción: Ana Mata Buil (ed. en castellano) / Alba Dedeu (ed. en catalán)
Año de publicación: 2019
Valoración: está bien
Escritora prolífica y con una obra que cubre diferentes ámbitos literarios que van del teatro a la poesía, pasando por la narrativa y el cine, Edna O’Brien demuestra en esta novela que, a sus más de ochenta años, sigue utilizando la literatura como herramienta para agitar conciencias, tal y como hizo con «Las chicas de campo», novela con la que se hizo conocida y que le supuso no pocos problemas.
En la obra que nos ocupa, la autora se desplaza hacia Nigeria para narrar el secuestro de quince chicas de una escuela a manos de militares. En ese cautiverio, narrado con horror de una manera directa y cruda por Maryam, una de las chicas secuestradas y protagonista absoluta de la historia, nos cuenta cómo son encerradas en un campo en el bosque de Sambisa (estado de Borno) para convertirlas en prisioneras, cómo se les da una ropa igual para cada una de ellas para uniformizarlas, quitándoles la identidad, despojándolas de singularidad, hasta tal punto que Maryam afirma que «vi a mis amigas transformadas, envejecidas de golpe». El propósito de tal secuestro es convertirlas al islam y en guerreras leales a la causa, para luchar contra infieles y descreídos.
La narración en primera persona y la crudeza con la que la autora describe la historia, hace que el lector entre de lleno en la novela y se horrorice ante tales atrocidades. El libro es duro, durísimo; el relato que expone la autora es de una crueldad inhumana. Y, a pesar de que el estilo intenta ser tierno y cálido, lo que cuenta es de una brutalidad tan extrema que cuesta horrores seguir la lectura. Porque estamos hablando de lo que ya podéis imaginar: maltratos, violaciones en grupo, violencia, intimidación, agresiones, lapidaciones… y la autora los narra sin pelos en la lengua. No hay intento alguno de suavizar los hechos. Y, a pesar del dolor que causa leer los detalles, casi es mejor así. No se puede rebajar la violencia al narrar esos actos, son atrocidades y se agradece que las narre de manera clara y diáfana.
La autora se adentra en esa sociedad para explicarnos el día a día de esas chicas, apartadas de toda humanidad, buscando esos pequeños instantes de privacidad para asearse, mientras ellos rezan. Esos momentos de intimidad, en apariencia insignificantes pero que eran todo un mundo para ellas, llegando a afirmar que «el pantano es el único hogar que conocía. Era el lugar donde intentábamos hacer amistad las unas con las otras». Esos pequeños instantes de sororidad, a pesar de la desconfianza, pues, y no por interés, también competían unas con otras, rezando para que les viniera la regla y no quedarse embarazadas de sus raptores, de sus violadores. Y las más bonitas, vendidas como novias a los hombres ricos de Arabia, para recuperar fondos y financiarse.
El libro es muy duro en su tramo inicial, y ese es probablemente su mejor parte. Porque una vez superada esta parte, cuando finalmente Maryam consigue escapar (no cuento nada que no cuente la contracubierta, que es demasiado para mi gusto), el libro pierde intensidad y fuerza, pierde contexto y foco. A este hecho se añade que no se menciona la cronología ni hay manera de intuir el paso del tiempo, perdiendo la noción del lapso entre los diferentes episodios; se echa de menos, pues daría algo más de sentido a la narración y permitiría tomar aún más consciencia del proceso por el que pasó la protagonista. Sin la referencia temporal, se pierde el marco referencial que serviría para tomar consciencia del tiempo en el que la protagonista sufrió tal calvario. Y además del problema de la falta de ritmo narrativo, de tempo, se añade otro inconveniente en la lectura: la poca definición del personaje protagonista. De hecho, la novela se parece más a un relato de hechos que a la narración de una vida. Tampoco el tono narrativo de la protagonista parece conforme a la edad que se le supone, pues habla con una madurez y sentido de la responsabilidad que no acaba de encajar. El resultado de todo ello es una falta conexión y proximidad con la protagonista, una dificultad para conocerla, sentir con ella y saber cómo piensa para poder empatizar con Maryam a pesar de que los elementos expuestos deberían ser suficientes para conseguirlo.
Afortunadamente, el libro retoma el ritmo e interés en su tramo final y la lectura se vuelve otra vez dura, triste y devastadora. La historia recupera el tono porque la situación difícil, complicada e inhumana no termina únicamente cuando consigue abandonar el campo en el que está recluida, sino que sigue después y la autora lo explicita en ese tramo final; es en estos fragmentos donde la narración sobresale, al contar la diferencia de percepción sobre lo sucedido entre aquellos que consiguen escapar y los que siguieron con sus vidas. Y también narra, de manera triste y desoladora, que los que permanecieron se aferraron a sus vidas prácticamente olvidando quienes fueron secuestrados, como mecanismo de defensa ante tal atrocidad, como escudo protector de un dolor demasiado grande para ser no ya asimilado, sino tan siquiera aceptado. En estos momentos sí que la autora consigue llegar al lector, pues nos hace ser conscientes de cómo el infierno sigue dentro de la persona cuando ha sido víctima de tales abusos. Libre físicamente, pero presa aun psicológicamente. Sin saber dónde se está ni de quien fiarse, sin saber quién es ni casi de donde viene, por el rechazo de los propios, por el uso político de su acto heroico. Una tortura que continúa aún y estando en una supuesta libertad que no es completa pues mentalmente sigue encerrada en su pasado. Y el estigma de ser la mujer de un yihadista y haber tenido descendencia con él, haber dado vida a alguien con sangre contaminada. El recelo, el aislamiento y la exclusión de su propia gente afloran entre dudas, sospechas, y la incapacidad de entenderlo por las creencias, la religión y la superstición, que empañan y alteran las relaciones entre familiares y vecinos.
A pesar de su la irregularidad del libro y de ciertos episodios menos logrados, se agradece la voluntad de la autora en interesarse en lo que ocurre en ese país y realizar varias visitas al territorio, hablando con mujeres afectadas, comprendiendo su dolor y escribiendo una novela para darlo a conocer. Que alguien con ochenta años tenga la humanidad y energía para emprender tal aventura, por ayudar a la causa, es algo que debe reconocerse y alabar.
Por todo ello, este libro es un gran recordatorio a las víctimas de Boko Haram, a las desgracias, atrocidades y crueldades a las que son sometidas en su cautiverio, así como también a las dificultades que atraviesan debido a sus propios familiares o amigos si consiguen salir de ellas, pero es a la vez un canto en favor de la lucha, del amor, de la tenacidad y un ejemplo vital para ser conscientes, desde la comodidad de nuestras apacibles, acomodadas y tranquilas vidas, que hay un infierno más allá de nuestro remanso diario.
En la obra que nos ocupa, la autora se desplaza hacia Nigeria para narrar el secuestro de quince chicas de una escuela a manos de militares. En ese cautiverio, narrado con horror de una manera directa y cruda por Maryam, una de las chicas secuestradas y protagonista absoluta de la historia, nos cuenta cómo son encerradas en un campo en el bosque de Sambisa (estado de Borno) para convertirlas en prisioneras, cómo se les da una ropa igual para cada una de ellas para uniformizarlas, quitándoles la identidad, despojándolas de singularidad, hasta tal punto que Maryam afirma que «vi a mis amigas transformadas, envejecidas de golpe». El propósito de tal secuestro es convertirlas al islam y en guerreras leales a la causa, para luchar contra infieles y descreídos.
La narración en primera persona y la crudeza con la que la autora describe la historia, hace que el lector entre de lleno en la novela y se horrorice ante tales atrocidades. El libro es duro, durísimo; el relato que expone la autora es de una crueldad inhumana. Y, a pesar de que el estilo intenta ser tierno y cálido, lo que cuenta es de una brutalidad tan extrema que cuesta horrores seguir la lectura. Porque estamos hablando de lo que ya podéis imaginar: maltratos, violaciones en grupo, violencia, intimidación, agresiones, lapidaciones… y la autora los narra sin pelos en la lengua. No hay intento alguno de suavizar los hechos. Y, a pesar del dolor que causa leer los detalles, casi es mejor así. No se puede rebajar la violencia al narrar esos actos, son atrocidades y se agradece que las narre de manera clara y diáfana.
La autora se adentra en esa sociedad para explicarnos el día a día de esas chicas, apartadas de toda humanidad, buscando esos pequeños instantes de privacidad para asearse, mientras ellos rezan. Esos momentos de intimidad, en apariencia insignificantes pero que eran todo un mundo para ellas, llegando a afirmar que «el pantano es el único hogar que conocía. Era el lugar donde intentábamos hacer amistad las unas con las otras». Esos pequeños instantes de sororidad, a pesar de la desconfianza, pues, y no por interés, también competían unas con otras, rezando para que les viniera la regla y no quedarse embarazadas de sus raptores, de sus violadores. Y las más bonitas, vendidas como novias a los hombres ricos de Arabia, para recuperar fondos y financiarse.
El libro es muy duro en su tramo inicial, y ese es probablemente su mejor parte. Porque una vez superada esta parte, cuando finalmente Maryam consigue escapar (no cuento nada que no cuente la contracubierta, que es demasiado para mi gusto), el libro pierde intensidad y fuerza, pierde contexto y foco. A este hecho se añade que no se menciona la cronología ni hay manera de intuir el paso del tiempo, perdiendo la noción del lapso entre los diferentes episodios; se echa de menos, pues daría algo más de sentido a la narración y permitiría tomar aún más consciencia del proceso por el que pasó la protagonista. Sin la referencia temporal, se pierde el marco referencial que serviría para tomar consciencia del tiempo en el que la protagonista sufrió tal calvario. Y además del problema de la falta de ritmo narrativo, de tempo, se añade otro inconveniente en la lectura: la poca definición del personaje protagonista. De hecho, la novela se parece más a un relato de hechos que a la narración de una vida. Tampoco el tono narrativo de la protagonista parece conforme a la edad que se le supone, pues habla con una madurez y sentido de la responsabilidad que no acaba de encajar. El resultado de todo ello es una falta conexión y proximidad con la protagonista, una dificultad para conocerla, sentir con ella y saber cómo piensa para poder empatizar con Maryam a pesar de que los elementos expuestos deberían ser suficientes para conseguirlo.
Afortunadamente, el libro retoma el ritmo e interés en su tramo final y la lectura se vuelve otra vez dura, triste y devastadora. La historia recupera el tono porque la situación difícil, complicada e inhumana no termina únicamente cuando consigue abandonar el campo en el que está recluida, sino que sigue después y la autora lo explicita en ese tramo final; es en estos fragmentos donde la narración sobresale, al contar la diferencia de percepción sobre lo sucedido entre aquellos que consiguen escapar y los que siguieron con sus vidas. Y también narra, de manera triste y desoladora, que los que permanecieron se aferraron a sus vidas prácticamente olvidando quienes fueron secuestrados, como mecanismo de defensa ante tal atrocidad, como escudo protector de un dolor demasiado grande para ser no ya asimilado, sino tan siquiera aceptado. En estos momentos sí que la autora consigue llegar al lector, pues nos hace ser conscientes de cómo el infierno sigue dentro de la persona cuando ha sido víctima de tales abusos. Libre físicamente, pero presa aun psicológicamente. Sin saber dónde se está ni de quien fiarse, sin saber quién es ni casi de donde viene, por el rechazo de los propios, por el uso político de su acto heroico. Una tortura que continúa aún y estando en una supuesta libertad que no es completa pues mentalmente sigue encerrada en su pasado. Y el estigma de ser la mujer de un yihadista y haber tenido descendencia con él, haber dado vida a alguien con sangre contaminada. El recelo, el aislamiento y la exclusión de su propia gente afloran entre dudas, sospechas, y la incapacidad de entenderlo por las creencias, la religión y la superstición, que empañan y alteran las relaciones entre familiares y vecinos.
A pesar de su la irregularidad del libro y de ciertos episodios menos logrados, se agradece la voluntad de la autora en interesarse en lo que ocurre en ese país y realizar varias visitas al territorio, hablando con mujeres afectadas, comprendiendo su dolor y escribiendo una novela para darlo a conocer. Que alguien con ochenta años tenga la humanidad y energía para emprender tal aventura, por ayudar a la causa, es algo que debe reconocerse y alabar.
Por todo ello, este libro es un gran recordatorio a las víctimas de Boko Haram, a las desgracias, atrocidades y crueldades a las que son sometidas en su cautiverio, así como también a las dificultades que atraviesan debido a sus propios familiares o amigos si consiguen salir de ellas, pero es a la vez un canto en favor de la lucha, del amor, de la tenacidad y un ejemplo vital para ser conscientes, desde la comodidad de nuestras apacibles, acomodadas y tranquilas vidas, que hay un infierno más allá de nuestro remanso diario.
También de Edna O'Brien en ULAD: Las chicas de campo, La chica de ojos verdes
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