jueves, 7 de noviembre de 2019

Erri De Luca: La natura expuesta

Idioma original: italiano
Título original: La Natura Esposta
Traducción: Carlos Gumpert (ed. en castellano) / Albert Pejó (ed. en catalán)
Año de publicación: 2016
Valoración: entre recomendable y está bien

El autor napolitano Erri De Luca nos tiene acostumbrados a hablar sobre la condición humana y lo hace basándose en su propia experiencia, una experiencia adquirida a través de su lucha por las causas sociales, su afición por el alpinismo y la introspección. En esta ocasión, aprovecha una historia que le contaron para elaborar un relato que gira, no únicamente en torno a los temas anteriormente expuestos, sino también sobre el arte y la religión, y lo hace con la calidad literaria que su obra atesora tras el inmenso conocimiento de la lengua que su trayectoria en narrativa, pero también en poesía, le ha proporcionado.

Narrada en primera persona, Erri De Luca nos cuenta la historia de un escultor de unos sesenta años que vive en la montaña, de manera austera y sencilla. Sus tareas cotidianas para ganarse el pan consisten básicamente en la venta de pequeñas esculturas, hacer de guía de montaña a aquellos que desean cruzar la frontera y realizar reparaciones escultóricas principalmente para iglesias. Pero su apacible y rutinario día a día cambia de golpe debido a una circunstancia fortuita que causa que el protagonista se vea forzado a dejar su tierra y encontrar trabajo en una iglesia que le contrata para reparar la escultura de un Cristo crucificado, con una peculiaridad: la reconstrucción de la escultura consiste básicamente en desnudarla, despojarla de un añadido hecho a posteriori que oculta su sexo, su natura. Este inusual encargo le permite al protagonista desnudarse él también a nivel emocional y, de manera análoga al trabajo que se le ha encomendado, quita capas de la escultura a la vez que de su trayectoria vital, capas en las que se veía envuelto y que, al despojarse de ellas, nos permiten comprender su pasado, sus decisiones y su vida. Una vida no exenta de amor, aunque sí de comprensión.

Con esta premisa, el autor combina y alterna la narración de la restauración de la estatua con su nueva vida en el pueblo, una nueva vida en la que conoce inmigrantes que han conseguido llegar ahí tras múltiples dificultades, pero en la que también encuentra la compañía de una mujer que despierta en él sentimientos que parecían adormecidos, ocultos bajo su propia estructura. De esta manera, se establece un paralelismo entre desnudar la escultura en la que trabaja, así como desnudarse a sí mismo.

La belleza de la narración reside principalmente en cómo el artista siente la necesidad de comprender, de implicarse en la escultura hasta el punto de sentirla como parte de uno mismo; de esta manera, el escultor percibe y capta los matices con los que fue esculpida, pero también se involucra emocionalmente con la figura representada, una figura que, aunque crucificada aún está viva, y la escultura la representa en ese momento último antes de expirar. Así, se expone desnuda ante el mundo, sufriendo físicamente pero también por su impudencia, y el escultor entiende esa figura, la siente, y comparte con ella ese sufrimiento. Esta implicación emocional del escultor con la figura representada, esta comprensión inevitable hacia las emociones que expresaba, con su cuerpo tal cual está tallado, con su expresión y su vigor, establecen una simbiosis que llega también al lector, contagiándose de tal sentimiento y belleza emocional.

De igual manera, y de forma análoga a cómo el protagonista va descubriendo las diferentes capas y matices de la escultura que debe restaurar, el lector hace lo propio con el protagonista, viendo su manera de pensar, descubriéndolo y entendiendo su manera de ser, y en ese ritmo pausado que imprime el arte, con su delicadeza y mirada en el detalle, la lectura se contagia de ese ánimo de no querer correr demasiado, de percibir y casi palpar cada palabra y cada elemento que constituye la obra. Cierto es que el ritmo narrativo es lento, algo habitual en De Luca, y ese sosegado acompañamiento a la historia nos permite percatarnos de su esencia y su interior, de su capacidad para transmitir la condición humana y el afecto, aunque, de todos modos, faltaría a la verdad si no dijera que en determinados fragmentos se echa de menos algo más de ritmo narrativo así como también una mejor integración entre los diferentes temas expuestos y una mayor profundidad en algunos de ellos, especialmente en lo tocante a la migración. Porque la novela también es un canto a favor de la solidaridad entre pueblos, de tratar aquellos como a uno mismo aquellos que vienen de fuera en las más pésimas condiciones y circunstancias. El autor lo describe perfectamente en boca de uno de los personajes cuando afirma que «en vuestra casa he aprendido a no ser nadie». Esta es una de las grandes tragedias de la migración, más allá de la difícil y peligrosa travesía hacia el destino: la indiferencia y el maltrato también psicológico que sufren cuando consiguen llegar.

Por todo lo expuesto, y a pesar del lento ritmo de la narración de Erri De Luca en este libro, su lectura nos hace tomar consciencia de diferentes aspectos de nuestra sociedad, pero, principalmente, de la importancia del arte en nuestras vidas hasta el punto que hace que una persona no religiosa llegue a implicarse, a sentir, a comprender, el sentimiento religioso que emana de una estatua, de lo representado, de lo que significa y, a partir de esa comprensión, llegar a un punto de admiración por algo que, de otra manera, a nivel racional, le sería imposible alcanzar. Y, si nos paramos a pensarlo, si el arte nos permite admirar lo que no entendemos, ¿no será acaso un claro ejemplo de su importancia en nuestras vidas?

2 comentarios:

Paloma dijo...

Buenas tardes Marc, como siempre una bonita reseña. Gracias y un saludo

Marc Peig dijo...

Muchas gracias, Paloma.
Celebro que nos leas y que te haya gustado la reseña. Gracias por comentar la entrada.
Saludos
Marc