domingo, 10 de junio de 2012

Carlos Granés: El puño invisible

Idioma original: español
Año de publicación: 2011
Valoración: Imprescindible para los que quieran entender algo del arte actual.



¿Cómo hemos llegado a esto? me preguntaba delante de algún cuadro o performance en alguna icónica galería, o recorriendo algún emblemático museo de arte contemporáneo. También leyendo en prensa las vertiginosas cifras que se pagan por… ¿nada?

Desde Duchamp, que al exponer aquel orinal hace poco menos de un siglo, abrió las puertas a la relativización de los criterios proclamando que todo vale en el ámbito del arte siempre que lo avale el propio artista, el subjetivismo más absoluto se ha extendido sin límites. Nadie discute ya que el valor artístico radica en el propio criterio, y eso ha conducido a la banalización. Artes plásticas y literatura, debido a las diferencias en la fisonomía de sus respectivos circuitos económicos, han seguido caminos diferentes para llegar al mismo resultado. Las primeras, salvo muchas y honrosas excepciones, lo que pretenden es escandalizar todo lo posible para entrar en los museos y poner los precios por las nubes, la segunda baja sus exigencias para llegar a un público, más y más conformista a medida que se le exige menos esfuerzo.

Una obra extraordinariamente bien documentada, argumentada con precisión y claridad utilizando una prosa concisa y enérgica que obtuvo el año pasado el Premio Isabel Polanco. Su autor, sin guiarse exclusivamente por criterios cronológicos, distingue entre un primer y un segundo tiempo artísticos. Éste es la madre de todos los desmanes, aquél – que ocupa la mayor parte del libro – engendró los movimientos que contribuyeron a eliminar el academicismo excesivo y renovaron los lenguajes considerados hasta entonces inamovibles. Hay que tener en cuenta que Granés se refiere, en primer lugar, a aquellas obras o acciones que supusieron una transgresión total en su época y, en tiempos más recientes, a aquellas cuya calidad es, como poco, discutible. Por eso no menciona a Picasso ni a ningún creador plástico que merezca recuerdo, o pone en tela de juicio a los Sex Pistols y a ninguna otra figura del rock, o se refiere a ciertas representaciones escénicas, nunca al teatro de Darío Fo o de Samuel Beckett. Su análisis se centra en el sector que, en su opinión, ha conducido al arte a un callejón sin salida. A las obras que, transgrediendo las acartonadas normas de un momento dado, abrieron el camino a un arte distinto o fueron ellas mismas materia artística, no tiene nada  que oponer.

En arte, por el trillado (sí, trillado) camino de la transgresión, lo hemos visto absolutamente todo: objetos cotidianos expuestos y pagados como genialidades gracias a interesadas justificaciones retóricas, basura, excrementos, animales muertos, mutilaciones y automutilaciones, mediocridades de grupos en alza. La revolución de las costumbres y el derecho a divertirse son producto de aquellas primeras conquistas, hoy no tiene sentido justificar determinadas obras con el pretexto de que están reivindicándolas. Sólo queda innovar de verdad con productos surgidos, como él mismo señala, del talento y del esfuerzo, emprender de nuevo el camino creativo, abandonado en líneas generales hace tanto tiempo, cotizar al alza los auténticos valores, diferenciarse de la telebasura. En suma, volver a conectar con la sensibilidad del ser humano y no sólo con las cuentas corrientes.

Granés es valiente. Siguiendo el ejemplo de los representantes de las primeras vanguardias  – esos aguerridos polemistas que se negaron a aceptar sin más los pesados esquemas de la cultura oficial – piensa que, para dar un vuelco a todo esto, lo primero que hace falta es no callarse. Son pocos los que se atreven a decir lo que piensan por miedo a quedar en ridículo. Y porque, además, ellos son los que saben. Pero ¿quiénes son esos ellos que gestionan el mecanismo del alza en la cotización de las obras, que comercian con prestigios y desprestigios, que fabrican, según convenga, criterios de calidad? En lo que Granés define como primer tiempo, los propios artistas, en la actualidad los conservadores y comisarios. En cualquier caso, ninguna mano inocente. Por mi parte, no tener en cuenta lo que he aprendido y lo que el sentido común me indica, tras años de lecturas, reflexiones y debates, para creer ciegamente lo que los actuales gurús proclaman a los cuatro vientos es algo que ni puedo ni quiero hacer. Este ensayo, por la información que aporta y, sobre todo, porque facilita la contextualización de datos dispersos, demuestra que ni deciden los más competentes ni los elegidos para elevarse a las alturas poseen necesariamente más meritos. He aquí sus últimas palabras:
"... me atrevo a decir que el engaño del arte contemporáneo no va a durar mucho más. Quienes invirtieron grandes sumas en tiburones, mojones y fluidos corporales, acabarán perdiendo su inversión y se quedarán con materia orgánica en descomposición, sin valor económico ni artístico. En cuanto a la literatura, resulta más difícil especular, pero me niego a pensar que la historia consagre a contadores de trivialidades o a falsos profetas de lo cool, esa bruma inocua que lo recubre todo de banalidad multicolor. ¿Puede la civilización vivir sin artistas ni escritores que escarben en sus entrañas? Tal vez por un tiempo, pero no indefinidamente. La única forma de no ser un pesimista cultural es confiar en que así sea."

11 comentarios:

Santi dijo...

Vuelve aquí la polémica del arte contemporáneo como engaño casi "conspiratorio" de artistas, representantes, galeristas y críticos, del que ya hablamos en otra entrada reciente.

La duda que queda con esto es si tendrá razón Granés, y llegará un momento en que se "caiga el chiringuito" (o sea, deje venderse este tipo de arte contemporáneo) y pasemos a un nuevo paradigma, aunque es difícil imaginar cuál pueda ser ese nuevo paradigma ahora mismo.

O si por el contrario, como piensan otros, estamos solo demasiado cerca del arte contemporáneo como para apreciarlo, lo mismo que, como contaba Jaime el otro día, los contemporáneos de los impresionistas no los apreciaron en su momento.

Sinceramente, yo también creo que en algún momento tiene que aparecer otra cosa, porque como decía en la otra entrada, me da la impresión de que la brecha entre el público y el artista es cada vez más grande...

Montuenga dijo...

Pero siempre habrá pintores y escultores, lo que hace falta es que se les reconozcan los méritos a los que los tengan, que ellos se sientan motivados para explorar nuevas rutas y que se olviden de una vez del "corta y pega" de colorines, de la cabeza de vaca y del tiburón en formol.

Maese_Salakov dijo...

Me lo apunto... ¡pero ya!

Montuenga dijo...

Salakov, estoy segura de que no te va defraudar, todo lo contrario.

La Tate Gallery de Londres exhibe una retrospectiva de Damien Hirst que acaba el 9 de septiembre.

http://www.tate.org.uk/whats-on/tate-modern/exhibition/damien-hirst

(en la reseña hay tres links que no se distinguen mucho, están muy juntos, prácticamente en el mismo renglón)

Montuenga dijo...

Leí ayer esto y no resisto la tación de dejarlo aquí. El blog se mete con Vargas Llosa por defender el ensayo de Granés:
http://juan.urrutiaelejalde.org/el-puno-invisible/
Y uno de los comentarios al post dice, entre otras muchas cosas, esto:

"El buscador de Google arroja 45.500.000 resultados para John Cage y 8.320.000 para Mario Vargas Llosa. A la búsqueda de 4`33“ John Cage, el buscador responde con 11.100.000 entradas. La conclusión es contundente, una sola obra de Cage, consistente en un silencio absoluto, está mucho más presente en la cultura actual que toda la producción literaria, política y periodística del premio Nobel. Y es que no me cabe duda de que Vargas Llosa sabe muy quién es Cage y dudo en cambio que Cage hubiese oído hablar del escritor latino. Valga entonces Cage a modo de ejemplo radical de esas vanguardias corrosivas que no parecen escaparse al entendimiento de Vargas Llosa."

O sea que ahora el baremo que señala el valor artístico son las entradas de Google. Ahora lo entiendo todo. En ese caso, Informe Semanal (que, probablemente, tendrá muchísimas menos) al lado de Gran Hermano (que tendrá iinfinitamente más) es una patata frita.

¡Hay que ver! Es que hay siglos que no estamos p'a ná.

Jaime dijo...

Lo gracioso de esto último es que, hurgando un pelín en la biografía de Granés se entera uno de que es "asistente de dirección de la cátedra Vargas Llosa". Qué ironías que luego le usen a él para atizarle precisamente a Vargas Llosa. En fin, cosas del destino de los libros, que son hijos rebeldes...

Pero yendo a la cuestión principal. Para no caer en el mismo error que el autor de ese comentario que citas, yo voy a dejar a Granés en paz: no sé qué dirá él exactamente o cómo lo argumentará en detalle, así que respondo directamente a lo que dices tú en la reseña, Montuenga. Yo, de verdad, sin ningún ánimo de ofender, lo que creo es que este tipo de críticas no responden tanto a una descripción más o menos objetiva de la situación actual del mundo del arte, sino a un sentimiento de nostalgia. En el fondo siempre practican una forma u otra del argumento de que "cualquier tiempo pasado fue mejor". Y para apoyar esa idea hace falta simplificar en exceso e incurrir en varias falacias. A ver si puedo exponer algunas.

1. Tomar el extremo por la media. Tienes razón: Hirst es un tío que se ha forrado exponiendo carneros partidos por la mitad y tiburones en formol. Su caso es especialmente escandaloso por el modo en que ha sabido especular con su propia obra, jugando el juego de las subastas con gran habilidad. Muy bien, pero tomarlo como representativo de la situación del arte actual, así en general, es muy poco honesto. Ni su forma de hacer arte ni su forma de forrarse son propias de la mayoría de artistas de hoy en día, ni de lejos: el suyo es más bien un caso excepcional en muchos sentidos. Dejando por ahora de lado la cuestión del valor artístico de su obra, me parece muy injusto que, tomándolo a él como botón de muestra, pretenda darse la impresión de que los artistas contemporáneos (o la mayoría de ellos) son gente que se lucra fácilmente haciendo tonterías que no exigen esfuerzo alguno y sólo buscan el escándalo. Por cada artista como Hirst hay miles que se encierran cada día en algún taller a pelearse con su medio y sus inquietudes, y que malviven por ser fieles a ese empeño. Así que, por favor, no generalicemos de esa manera. (Sí, sé que hablas de "muchas y honrosas excepciones", pero convendremos en que la norma siempre parece más común que la excepción, ¿no?)

...

Jaime dijo...

...

2. Idealizar el pasado. Cuando se trata de lamentar el estado de postración general del arte contemporáneo, muy a menudo quien hace la crítica se siente obligado a aclarar que no se refiere a las vanguardias de la primera mitad del siglo XX, sino a lo que ha venido después. Así, Montuenga, distingues entre, digamos, una innovación artística buena y una innovación artística mala. Una (la de las vanguardias) contribuyó a renovar los lenguajes considerados hasta entonces inamovibles, mientras que la otra (la actual) lo que pretende es escandalizar todo lo posible para vender más caro. Pues hombre, este tipo de esquemas siempre me parece que olvidan "generosamente" buena parte de las turbulencias en que consistieron las vanguardias históricas.
Parece olvidarse que las vanguardias no fueron sólo Picasso y Brancusi, sino también Marinetti declamando poemas sonoros en los que no se reconocía una sola palabra, Tatlin diseñando imposibles bicicletas voladoras que sabía que jamás funcionarían o Picabia tratando de exponer un mono vivo atado a un marco. Mucho de cuanto hoy escandaliza del arte contemporáneo no es criticable tanto porque sea escandaloso, sino porque ya se hizo.
Y con esto me refiero sólo a la parte "no digerida" de las vanguardias históricas, pero, como decía el otro día, casi todo lo que hoy contemplamos con absoluta paz de espíritu y ensalzamos como experimentación fructífera fue considerado en su tiempo mera basura. Hoy escandaliza que Hirst use un tiburón para una obra, porque eso no se parece a lo que se ha venido llamando "arte" y, por tanto, es otra cosa: a saber, el cadáver de un animal. Bueno, pues todos los artistas de vanguardia hoy consagrados se enfrentaron a la misma objeción: Las señoritas de Avignon no era arte porque no se parecía a ninguno de los cuadros que usaban perspectiva renacentista; lo que hacía Kandinsky no era arte porque no se parecía a la figuración; lo que pintaba Mondrian no era arte porque sólo usaba los colores primarios, etc.

...

Jaime dijo...

Y la última...
3. Hoy en día vale todo. El libro que mejor desmonta esta falacia es Sobre lo nuevo, de Groys (reseñado en los lejanos inicios de este blog). Después de generalizar el presente, mostrándolo bajo las tintas más escabrosas, e idealizar el pasado, la operación nostálgica se completa emitiendo esta condena: hoy vale todo. Bueno, pues no es sólo que esto sea falso, sino que a esa misma falsa conclusión se ha llegado una y otra vez en la historia, cuando se ponían en cuestión los límites del arte. Porque, en el fondo, esa es la cuestión: que en ningún sitio está escrito qué debe ser el arte, de una vez y para siempre, sino que cada generación de artistas se ve en la obligación de planteárselo y hallar su propia respuesta. "Vale todo" es la conclusión que sacaron muchos cuando los impresionistas empezaron a pintar las sensaciones lumínicas y no las cosas, cuando los expresionistas empezaron a deformar la figuración en función de sus estados de ánimo, cuando nació la pintura abstracta... siempre, en fin, que alguien inventaba algo nuevo y decía "esto también es arte". Y en cada caso la conclusión era falsa. Precisamente en arte nunca vale todo. Lo que no vale nunca, por ejemplo, es hace lo que ya se ha hecho, y lo que se requiere es crear siempre algo nuevo. Y esto ni siquiera es propio del XX: es lo mismo que hicieron Velázquez o Goya, por ejemplo, cada uno a su manera. ¿Significa esto que todo lo que hoy se expone pasará a la historia del arte? Por supuesto que no: nunca ha sucedido eso. Pero lo que sí significa es que debemos tener cierta precaución a la hora de emitir condenas tan generales, porque podemos estar resistiéndonos a la búsqueda de lo nuevo, que es lo que ha movido al arte de todos los tiempos.

(Perdón por alargarme tantísimo...)

Montuenga dijo...

Por supuesto, Jaime, estoy de acuerdo con todo lo que dices y nunca he pensado otra cosa. La metedura de pata histórica que significó no tener en cuenta a Van Gogh (y esto lo digo yo, no Granés) condujo a que las siguientes generaciones lo aceptemos prácticamente todo, pero ¿no nos habremos ido al lado opuesto? Granés parte de ese respeto por el artista, lo que intenta es indagar en causas y consecuencias del arte rupturista para encontrar su sentido o la falta de él.

El ensayo no es una historia del arte moderno, es algo más original. Yo lo definiría como un análisis de las disidencias, desde el Dadaísmo hasta hoy. Tiene 465 páginas, es muy minucioso sin dejar de ser ameno y el que lo lea puede no estar de acuerdo con todo pero nada de lo que dice debería menospreciarse. Para nada es la obrita primeriza que uno podría esperarse sabiendo que ha ganado un premio de ensayo (por unanimidad y presidido por Sabater, no por Vargas Llosa). Yo lo he leído muy despacio y tomando notas porque tanto el significado del acto creativo como los movimientos sociales me han interesado desde siempre. Pero en el espacio del blog no se puede abarcar todo, por eso me he ceñido a un solo aspecto. Lo que sentiría es haberos dado una idea equivocada.

Empieza con Marinetti y acaba con el 15 M español. Según su terminología particular, ambos podrían encuadrarse en el “primer tiempo” y algunos movimientos del “segundo tiempo” habrían tenido lugar en los años 60. Es decir, NO ES LA NOVEDAD lo que hace a las obras poco creíbles, sino el exclusivo afán de lucrarse. Convengamos en que muchos de los movimientos vanguardistas no dieron en sí mismos productos destacables pero abrieron muchas puertas, otros, como el surrealismo, sin duda. Granés habla también del situacionismo, de los hippies, de los yippies etc y de sus intentos por cambiar la historia. Hasta que no aparecen cifras multimillonarias todo le parece legítimo.

Por eso, cuando hablo de “minorías” no me refiero a la cantidad de personas que están creando obras destacables. Ése es, precisamente, el fallo. Los que son minoría son los que consiguen esas cotizaciones de vértigo (Koons, Hirst), mientras los verdaderos talentos, que pueden ser muchísimos y que, además, trabajan para desarrollarlo, pasan sin pena ni gloria, o puede que ni siquiera expongan nunca. No hay sitio para todos: si unos pocos (minorías) se reparten toda la tarta los demás no verán ni las migas.

Haya paz ;)

Maese_Salakov dijo...

El problema del Mercado del Arte, es precisamente eso, que es un mercado. Con el único interés de vender, y a más caro mejor...
El documental de Banksy, "Exit through the gith shop" es representativo de su irracional comportamiento y lo fácilmente manipulable que es. De visión obligatoria. Sobre todo para aquellos que se niegan a reconocer que el Emperador está desnudo (aunque lo esté, y lo estén viendo)...

Maese_Salakov dijo...

"Exit through the gift shop", perdón, que me han bailado letras...

http://www.youtube.com/watch?v=rsCGvUiVz-s&feature=related