miércoles, 16 de marzo de 2016

Colaboración: A la sombra de las muchachas en flor, de Marcel Proust (En busca del tiempo perdido II)

Idioma original: Francés
Título original: À l'ombre des jeunes filles en fleurs 
 Año publicación: 1919
Valoración: Imprescindible

¡Basado en hechos casi casi reales!

—Oye, ¿cuándo piensas apagar la luz?

—En cuanto acabe éste capítulo, te lo prometo.

—¡Trae a ver cuánto te queda...! Pero… ¡Si esto no tiene capítulos ni separación entre los párrafos! ¡Y pesa como un ladrillo!. ¿A la sombra de las muchachas en flor? ¿Pero qué es esto?

—Un respeto por Don Marcel Proust y su obra. Estoy casi terminando el segundo tomo de su heptalogía (toma palabro) En busca del tiempo perdido y…

—¿Segundo tomo? ¿De siete? Ni que fueran los libros de Juego de tronos. ¿Te piensas leer siete libros así?

—Siete no. ¡Setenta veces siete!

—Anda. Déjate de rollos y dime, al menos, de qué trata.

—¡Fácil me lo pones! Pues mira. Realmente, para tener casi 700 páginas no trata de casi nada. Y trata de todo, por otra parte.

—¿Algo más concreto?

—Lo intento. En términos muy generales, la heptalogía son los recuerdos novelados del propio Proust (de ahí el título). Claro ejemplo es el primer tomo (Por el camino de Swann), formado fundamentalmente por sus recuerdos de infancia en Combray y por su primer amor casi de pre-adolescente: Gilberta Swann.

—¡Te preguntaba por A la sombra de las muchachas en flor! Por cierto, vaya título, por favor. ¡Abrevia!

—Vale. Mira, se divide en dos partes. La primera parte comienza donde terminó el primer tomo. Continúan los inocentes juegos en los Campos Elíseos con Gilberta, consigue que los Swann le inviten a su casa, donde puede estar más tiempo aún cerca de Gilberta y donde conoce al escritor Bergotte, lo que aprovecha para introducir multitud de reflexiones sobre el arte y los artistas. Todo esto hasta que Gilberta se cansa de su presencia constante y, como decía una famosa folclórica, a ésta “se le rompe el amor de tanto usarlo”. A pesar de eso (o por eso), el protagonista seguirá visitando a Odette de Crecy, madre de Gilberta.

—Muy gracioso eso de “se le rompe el amor de tanto usarlo”. ¿Y la segunda parte?

—Personalmente, esta segunda parte es la que más me ha gustado. En ella, después del fracaso con Gilberta y dado que el muchacho tiene una salud de lo más “delicada”, se va con su abuela y una criada a la ciudad balneario de Balbec a tomar baños de mar. Esto le implica separarse de su madre, lo que para él es todo un trauma.

—¡Guau! Toda una aventura!

—¡Fina ironía la tuya! Espera. Allí, entre visitas de cortesía, paseos, baños, más paseos, desayunos, comidas, meriendas y cenas, conoce a varios personajes que para él serán muy importantes: la marquesa de Villeparisis, el barón de Charlus, Robert de Saint-Loup (vinculados al ducado de Guermantes, que está presente en toda la obra) y, sobre todo, el pintor Elstir, que será clave en la formación estética del narrador. Y, por supuesto, el grupo de “las muchachas en flor”, con Albertine a la cabeza. Una Albertine, que vendrá a ocupar el lugar de Gilberta. Y, al igual que pasó con Gilberta, el amor por Albertine estará abocado al fracaso.

—¡Pobrecico! De todas formas, sigo sin entender el motivo de tanto Proust por aquí y Proust por allá.

—Es un poco difícil de explicar. Tiene un estilo muy personal. Mucho. Te diría que es el escritor del detalle y de la memoria por excelencia. Pero requiere cierto esfuerzo por parte del lector. Hay frases que son párrafos que son páginas enteras en las que además no pasa nada. Por ejemplo, es capaz de tirarse veinte páginas para describirte cómo incide sobre los diferentes objetos de una habitación un rayo de luz que se filtra por una rendija. Por otra parte, tiene la tremenda habilidad de hacer que esas situaciones aparentemente anodinas y triviales nos parezcan toda una odisea. Y tiene una capacidad de análisis brutal. En el caso de A la sombra de las muchachas en flor, al tratarse de la adolescencia y primera juventud del narrador, se centra en un triple descubrimiento: el del amor, el de la amistad y el del arte. Y analiza y reflexiona sobre estos tres temas de una forma magistral. Además de la disección que hace de las relaciones entre la gente de la “jet set” de la época. Por no hablar de las descripciones del paisaje, sus evocaciones, etc. Sé que no parece el libro más divertido del mundo, y no lo es. Pero una vez que “le has cogido el punto” no puedes dejar de leerlo. Es una sensación extraña. Como decía un “gran” cantante de cuyo nombre no quiero acordarme “Es casi una experiencia religiosa…”

A estas alturas, del otro lado de la cama vienen unos ronquidos capaces de despertar al mismísimo Marcel Proust. ¡Casi mejor! Es momento de aprovechar para levantarse, irse al sofá y terminar A la sombra de las muchachas en flor. Y, de paso, ir echándole un vistazo a El mundo de Guermantes, para irse mentalizando. Porque caerá. Tras un pequeño descanso, pero caerá.

P.D.: En los comentarios a la reseña de “Por el camino de Swann” se hablaba de las traducciones de la obra. Yo estoy leyendo la edición de Alianza, en la que los dos primeros tomos están traducidos por el poeta Pedro Salinas. He de decir, aun siendo un mero aficionado, que me parece una traducción excelente.

5 comentarios:

zUmO dE pOeSíA (emilia, aitor y cía.) dijo...

Quizá Proust no está hecho para todos los paladares. Me considero una persona con poca sensibilidad, de modo que necesito que otros actúen como una especie de "lazarillo", ayudándome a descubrir cosas que, estando ante mis ojos, no alcanzo a ver del todo. Me refiero a contemplarlas en toda su plenitud. O sea, la magia de la realidad.

Por eso me atraen los escritores que actúan sobre mí como un microscopio, permitiéndome contemplar lo que no veo a simple vista.

Proust era una persona hipersensible, alguien con capacidad para encontrar en la realidad aspectos y detalles que a la generalidad de las personas nos pasan desapercibidos. Y no sólo en cuanto a la materialidad de los objetos y del entorno, sino también respecto de su poder de evocación, de sugerencia, de despertar sentimientos ocultos.

He leído "La recherche..." dos veces, la primera en francés y la segunda en español (en esa misma edición que empezó a traducir Salinas y no pudo continuar por su fallecimiento). Entre una vez y otra dejé pasar varios años para que la lectura me resultase otra vez novedosa. Espero que la vida me permita poder leer los siete volúmenes por tercera vez. Sin duda es una importante razón para no morirme.

Sandra Suárez

Koldo CF dijo...

Tienes toda la razón. Eso es Proust. Sensibilidad a flor de piel.

Un saludo

Ana Esteban dijo...

Yo me leí En busca... cuando era muy jovencita y, aunque me maravilló, creo que no le saqué todo lo que se puede sacar. Así que, sin duda, volveré a buscar el tempo perdido en los próximos meses. Reseñas como esta me animan a ello.

Gonzalo dijo...

Si. Yo hablé de dicha traducción. Los dos primeros tomos son del bueno de Salinas: traducción mejorable. Los restantes, mejora la traducción de manera evidente, son de Consuelo Berges

maues dijo...

Solo quiero corroborar lo dicho por todos los anteriores. A la vista de que no hay calificacion yo propongo la de "imprescindible". Por el simple placer de leer, aunque a veces esas descripciones infinitas parezcan algo pesadas Proust es imprescindible por todo lo que se ha dicho, capacidad de análisis, sensibilidad, etc. Que nadie piense en leerlo mientras viaja en el metro. Más bien sentado en una hamaca, a la caída de la tarde, escuchando el rumor de las olas y disfrutando de ese sol que se oculta tras el horizonte, quizá con una cerveza o un cubata, así estamos dispuestos para conocer a Marcel y su reconquista del mundo perdido porque eso es lo que él hace, reconquistar con la memoria y el análisis el mundo que había perdido a medida que lo vivía. Lo dicho, "imprescindible", la heptalogía, aunque como decia Harry Haller "no para cualquiera".