Año de publicación: 2013
Valoración:
Recomendable
Una
de las mayores tragedias humanas, pues de ella se derivan nefastas
consecuencias, consiste en la ausencia de memoria. Tanto la individual como la
colectiva. Sin memoria no somos nada, ella es la que nos convierte en lo que
somos, construye nuestra identidad personal y de grupo y lleva aparejada la
experiencia. Últimamente, se escucha a menudo que si olvidamos el pasado
corremos el riesgo de repetirlo. Pero esta advertencia puede quedarse en meras
palabras en una sociedad saturada de impactos informativos, es decir,
desinformada por exceso. Muñoz Molina viene a recordarnos realidades demasiado
cercanas sofocadas por toda esa cháchara mediática que nos invade a diario.
¿Qué
es la solidez? Pues lo que ocurría hace menos de una década aunque hoy nos
parezca la prehistoria. Años en los que el suelo parecía que no se iba a mover
nunca, en que todo era estable y, más o menos próspero, en los que el horizonte
se divisaba con claridad y, en consecuencia, se podía prever el futuro con
bastante aproximación. Es cierto que, de vez en cuando, todos escuchábamos negros
augurios, pero necesitábamos imaginar que
aquello era tal y como queríamos verlo. Y, sin embargo, nadie demostraba
ninguna felicidad: fueron tiempos ásperos, agresivos. En ellos se produjeron
los mayores enconamientos verbales que podamos recordar, las más frecuentes
manifestaciones de desprecio al oponente, tanto en el interior del debate
político como en los medios de comunicación, tanto en lo que concernía a hechos
presentes como a los que tuvieron lugar hace tres cuartos de siglo.
Pero
ese castillo de naipes se derrumbó estrepitosamente casi de un día para otro.
El autor lo presenció desde su atalaya neoyorkina, alertado por signos quizá
más elocuentes que los que podíamos ver por aquí. En ambos lados del Atlántico
el contraste entre un momento y otro fue tan espectacular como indignantes nos
parecen ahora unos pelotazos
especulativos que entonces pasaban desapercibidos y que él ilustra con un par
de elocuentes ejemplos. Sus responsables, esos augures que nos deslumbraban con
su pretendida magia científica, son su principal objeto de ataque, pero incluso
él mismo entona su mea culpa particular
ya que, como intelectual y testigo de las sucesivas actualidades, como persona
cuyo oficio es alertar o, al menos, dar testimonio de lo que ocurre o de lo que
puede ocurrir en determinadas circunstancias, se siente, de algún modo,
responsable. Le incomoda haber vivido en cierto modo al margen de la realidad
española, también haber dejado que le pasaran desapercibidos –como a casi todos–
algunos indicios del desastre.
En
lo que nos atañe, tampoco han sido ajenos la imprevisión y apresuramiento con
que, en un abrir y cerrar de ojos, el país se volvió del revés. Pasamos de ser
humildes a prósperos, de la dictadura a la democracia, de la sencillez a la
complejidad. Y, muchas veces, ni procedimientos ni estructuras ni personas fueron
los que deberían haber sido. Tampoco dio tiempo a que se rompiesen las
inercias. De ahí, entre otros vicios congénitos, la actuación al margen de las
leyes, el clientelismo, la abundancia de gestos ostentosos, las tradiciones
inventadas, el culto a las apariencias, la verborrea justificadora, el despilfarro
en lo superfluo y la tacañería en lo imprescindible, la destrucción de parte de
nuestro patrimonio cultural. Y por encima de todo, la desaparición de
mecanismos de control en cualquiera de los escalones del poder, que ha derivado,
obviamente, en la más absoluta impunidad.
Merece
la pena detenerse en este lúcido análisis, de plena actualidad, sustentado por la hemeroteca y los recuerdos, que desemboca en una última
parte –puede que un veinte por ciento– algo
desconectada del resto, demasiado repetitiva o consabida, más desorganizada y
con tendencia a divagar, como si, por imperativos editoriales, el autor hubiese
tenido que rellenar esas últimas páginas en blanco. Esto las hace desmerecer algo
del principio, también porque, en ocasiones, suenan un poco a sermón.
También de Muñoz Molina en ULAD: El jinete polaco, El viento de la luna, Plenilunio
También de Muñoz Molina en ULAD: El jinete polaco, El viento de la luna, Plenilunio
1 comentario:
Un ensayo de gran calado. Para mi magnífico. Impecable el diagnóstico. De lectura necesaria para no olvidar los excesos, contradicciones y despilfarros de tiempos no muy lejanos. Un clásico que con el tiempo se convertirá, si no lo es ya, en un referente en el género. Algunos le critican su excesivo pesimismo. No estoy de acuerdo, nada o casi nada de lo que expone en este libro está lejos de la realidad; que a algunos no les guste porque a todos nos deja un poco con el culo al aire es otra cosa... Mínimo, muy recomendable.
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