Año de publicación: 2024
Valoración: Muy recomendable
A veces se lleva uno sorpresas (también) agradables, como encontrarse un librito modesto en extensión y en intenciones, de esa curiosa colección Nuevos Cuadernos Anagrama, y descubrir una pequeña joya, una de esas lecturas que le agradan a uno la tarde (o parte de la tarde, porque esto se lo acaba uno en una sobremesa no muy extensa).
La radio puesta ya anuncia contenido para no engañar a nadie: ese viejo invento, en apariencia anacrónico en la era digital, pero del que los índices de audiencia indican que sigue resonando en muchos hogares, normalmente acompañando rutinas diarias, despertares, desayunos, tareas domésticas, desplazamientos al trabajo, noches de insomnio.
Pero ante todo es obligado subrayar los dos estropicios con los que el autor pudo haber arruinado el libro y no lo hizo:
- La
putamaldita nostalgia: aquel acontecimiento político, el programa musical o el evento deportivo que siempre recordaremos enganchados al pequeño transistor. Ese señuelo que se ofrece al lector para que también rememore aquellas experiencias que vivió pegado a la radio, y seguramente en compañía de alguien especial. La tentación del Yo fui a E.G.B. pudo ser fuerte, pero Javier Montes se la saltó con elegancia, lo cual le hace merecedor del aplauso - La loa, el elogio del vetusto medio de comunicación que, no obstante sus obvias limitaciones, supera en autenticidad a cualquier otro, se vincula a nuestro lado humano, y bla bla bla. Si hablamos de la radio, que sea para alabar sus virtudes frente a cualquier otro medio.
Es indudable que todo el texto destila un aroma de cariño hacia la radio, porque el autor la utliza y le agrada, evidente porque de lo contrario no tendría sentido escribir sobre ello. Pero lo que ofrece son más bien descripciones, un pequeño vistazo a las peculiaridades del medio, que le hacen ser diferente a otros y por tanto de una utilidad bastante singular. Frente a casi todo lo que rula hoy en día por todo tipo de pantallas, la radio es inmediatez, presente rabioso con sus errores y su tanto de improvisación, con un contenido que escapa a nuestra voluntad sin dejar de ser previsible. Y es sobre todo acompañamiento, un sonido de fondo que no requiere casi atención (‘seguimos viviendo nuestras vidas mientras la oímos’), y conecta con miles de oyentes que tienen algo o mucho de solitarios, para de alguna forma dirigirse a cada uno de ellos.
Solo son un par de pinceladas de muestra. No voy a pretender emular la exposición de Javier Montes, que se distingue tanto por la sencillez como por la finura del análisis y la belleza de ciertas imágenes. Sin hipérboles ni guiños a la complicidad del lector, solo una prosa agradable y reflexiones atinadas, una pizca de humor (el apartado sobre Radio Reloj), pequeños descubrimientos (una aplicación para escuchar cualquier emisora del mundo con solo pinchar en un mapa), sensibilidad y buen gusto para llenar ochenta y tantas páginas de lectura que es un auténtico placer.

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