viernes, 21 de noviembre de 2025

Stig Dagerman: Memorias de un niño

Idioma original: sueco
Título original: no disponible
Traducción: Marina Torres y Juan Capel en castellano para Nórdica
Año de publicación: entre 1947 y 1952
Valoración: entre recomendable y muy recomendable


Como muchos de vosotros sabréis, la literatura nórdica me ha dado grandes momentos de placer pues su estilo a menudo seco, rudo y con aires de soledad y tristeza encaja bastante con el tipo de literatura que me atrae: la que lleva al lector a plantearse situaciones y reflexiones en torno a la vida y la introspección. Y claro, Dagerman ya que me cautivó con su «Niño quemado», por su prosa contundente y su radicalidad emocional, así que cada nuevo libro traducido supone una nueva oportunidad de acercarse a esos pasajes mentales áridos e impactantes. Así que aquí me encuentro de nuevo, esta vez con un recopilatorio de cinco relatos de duración muy variable (entre cinco páginas el más corto y cincuenta el más largo) y resultado también desigual, aunque con alguna joya que hace que su lectura sea altamente recordable. 

Empieza el primer relato, que da nombre al título del recopilatorio, donde el protagonista afirma tajantemente que «a inventar se empieza pronto. De niño siempre se es inventor. Luego, en la mayoría de los casos, te arrebatan el hábito». En este primer cuento, el autor nos retrata una realidad ardua desde la mirada de un niño; un niño que vive en una granja en medio de un extenso predio en un tiempo en el que los militares que se encuentran en maniobras hacen incursiones de vez en cuando a esos parajes. En ese escenario en el que la guerra sobrevuela el día a día, el protagonista sobrevive emocionalmente aferrado a la esperanza, pues abandonado por su madre está a la espera de que algún día, mezclada entre las numerosas mujeres que viene a veranear desde Estocolmo, venga a buscarlo porque en su fuero interno sabe que «alguna de ellas frenará la bicicleta, pondrá pie en tierra ante la verja, correrá hacia mí y me alzará en brazos. Tiene que ser ella, mi madre a la que nunca he visto». Este primer relato es duro, triste, pues es la historia de un niño que narra la penuria de una vida pobre, sin padres y viviendo con unos abuelos de los que «educaban a golpes de hacha», con un abuelo que dedicaba muchas horas al día a conrear sus tierras y una abuela que «siempre tenía una barra de pan para quien pasaba hombre»; unos abuelos que a menudo acababan dando comida a los pordioseros de los campesinos vecinos, aunque «tal vez éramos nosotros los más pobres de los campesinos de la comarca» y a los que en su manera ama y agradece ese sentimiento, pues en su ánimo de escribirles un poema al morir, sólo le salieron «unos lamentables versos que rompí avergonzado. Pero de la vergüenza, la importancia y el dolor nació algo que fue, creo, la pasión de ser escritor, es decir, de contar cómo se sufre el dolor, ser querido y quedarse solo».

El segundo cuento, «Matar a un niño», es un magistral relato sobre las casualidades e infortunios de la vida, en la que se narra la vida de un hombre y un niño que coincidirán de manera trágica en un instante de sus vidas. La narración es sublime, la tensión es constante y la precisión es perfecta. De cortísima duración, contiene todo lo que uno espera de un relato.

El tercer relato «Aguanieve» es, probablemente y con diferencia, el más flojo de todos, aunque al ser de corta duración en seguida nos encontramos con el cuarto relato, el más extenso con diferencia de este libro y que trata sobre un joven al que se le acaba de morir el padre. Un texto en el que se habla sobre la muerte, pero especialmente sobre la vida compartida y los recuerdos con los que ya no están. Un relato en el que el protagonista nos traslada la difícil relación con sus padres y sus hermanos y demás gente del pueblo en un texto embriagado de alcohol, tristeza y añoranza que culmina de manera magistral al afirmar que «ya no habrá padre alguno que me invite a pasar a su alcoba y me hable como a un hombre. Ya no hay nadie que no quiere sino engañarme y ser cruel conmigo. Mañana estaré solo».

Ya en su último relato, muy breve y alabado por gran parte de la crítica y escrito en forma de testamento o legado, es sobre la necesidad que tenemos de consuelo, de algo que nos abrigue, que nos reconforte y nos acoja en un mundo hostil. Un anhelo de algo que nos permita seguir adelante en tiempos difíciles y que el autor plasma hábilmente al decirse para sí mismo que «cuando mi angustia dice: Desespérate, que el día está rodeado de dos noches, grita el falso consuelo: Ten esperanza, que la noche está rodeada de dos días». En un bonito alegato a la vida, escrito por el autor poco tiempo después de terminar la segunda guerra mundial (como el resto de los relatos de este volumen), también supone una declaración de intenciones pues asevera que «como anhelo la confirmación de que mi vida no carece de sentido y de que no estoy solo en el mundo, reúno las palabras en un libro y se lo regalo al mundo. El mundo me da a cambio dinero y fama y silencio. Pero a mí qué me importa el dinero y a mí qué me importa contribuir al progreso de la literatura; a mí lo que me importa es lo que nunca consigo: la confirmación de que mis palabras han tocado el corazón del mundo». 

Para terminar, dice el autor en sus páginas finales que «me esclaviza mi talento hasta el punto de que no me atrevo a usarlo por miedo a haberlo perdido». Celebramos que su necesidad de expresar aquello que sentía venciera el miedo a no estar a la altura de sus propias expectativas. Sin duda, sí está a la altura de las nuestras.

También de Stig Dagerman en ULAD: Niño quemado, Otoño alemán

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