martes, 7 de febrero de 2023

Tove Ditlevsen: Las caras

Idioma original: danés
Título original: Ansigterne
Traducción: Maria Rosich Andreu (ed. en catalán para l'Altra Editorial) y Blanca Ortiz Ostalé (ed. en castellano para Seix Barral)
Año de publicación: 1698
Valoración: recomendable


Conocí la obra de Tove Ditlevsen a raíz de su trilogía autobiográfica («Trilogía de Copenhague»), un relato en la que narra de manera descarnada, honesta y cruda su paso por una vida profundamente marcada por una infancia donde el amor no tenía cabida, donde la relación con sus padres era fría y distante, rozando la hostilidad y la animadversión. Esta situación familiar y emocional, a pesar de que fue parcialmente superada gracias a su amor y su pasión por la literatura, la marcaron también en su vida amorosa, con una dependencia emocional a un matrimonio lleno de inseguridades y recelos que desembocó en una terrible adicción a las píldoras y otros medicamentos. Este último aspecto es, en gran parte, el que centra el argumento y explora el libro que nos ocupa.

Ya en su inicio, la autora evidencia su estilo directo y duro, manifestando una obsesión hacia unos rostros de los que la autora desconfía, pues duda de lo que esconden detrás de esas aparentemente neutrales fachadas; bien es cierto que se dice que la cara es el espejo del alma y parece que la autora, llena de demonios internos y miedos ve en ellas una especie de máscaras que ocultan las más perversas realidades, como se puede entrever al leer que «dormían con las caras ausentes y tranquilas; no las necesitaban hasta la mañana siguiente (…) De día, las caras cambiaban continuamente, como si se reflejaran en una superficie de agua inquieta». Así empieza Ditlevsen esta novela, transmitiendo cierta angustia y arrojando espacios de reflexión acerca de los rostros y la personalidad de aquellas personas que los ocupan. Unos rostros cambiantes y que reflejan el paso del tiempo, dejando huellas y marcas de las batallas internas que se han librado.

Con este punto de partida, la autora nos presente una historia que, aunque no se trate de una biografía, sí podría afirmarse que está fuertemente basada en su propia vida, pues en ella nos sitúa en el eje central a Lise, la protagonista absoluta del relato; Lise, una escritora de libros infantiles con cierto éxito tras ganar un premio de la Academia, casada con su marido Gert y con tres hijos. Les ayuda en su día a día Gitte, una asistenta doméstica con quién Lise no guarda una gran relación, pues recela de las intenciones y sentimientos que alberga hacia su marido. Y es que Lisa tiene la firme sospecha de que Gitte, a pesar de su trabajo de cuidadora, mantiene una relación con su marido Gert y quieren deshacerse de ella, quieren hacer con ella lo mismo que Gert hizo con su anterior esposa: que acabe loca y se suicide tomando pastillas. Porque, de hecho, Gert es alguien que opina que «el amor es una enfermedad que después recordabas con horror. La única excepción, según él, era el amor por los hijos, porque no implicaba deseo» y eso hace pensar a Lise que «él practicaba el deseo sin amor, y eso hacía que muchas veces prefiriera las prostitutas a las amantes». Pero Lise, en su estado enfermo y semiparanoico, no sabe a ciencia cierta si lo que cree haber visto u oído ha sucedido en realidad, si lo ha interpretado con exactitud y, aunque fuera cierto, existe una relación de clara dependencia hacia Gitte, pues su estado le impide valerse por si misma y ella la cuida y también la necesita, porque tal y como confiesa a una amiga quien le pregunta porqué no la despide si tiene estos recelos por la relación con su marido, Lise contesta de manera tajante: «me da somníferos».

Establecido el escenario familiar y anímico de Lise, el libro marca un punto y aparte después de un episodio en el que Lise abusa de las píldoras pastillas y la ingresan en un hospital para tratar su adicción y, en ese entorno frío y distante, en medio de toda esta neurosis, Lise agudiza su obsesión por la caras, por las que la rodean (siempre las mismas, siempre recelosas, siempre inquisitivas) así como por la propia, pues a veces no se reconoce o teme no hacerlo («se palpó la cara con los dedos, como para convencerse de que nadie se la había robado mientras estaba inconsciente sin poderla vigilar»). Es en este escenario donde sus alucinaciones la sitúan en un plano entre lo real y lo onírico, en el que da rienda suelta a sus desvaríos y a sus recelos acerca de quien la rodea en su día a día (pacientes, médicos y enfermeras). Es en esta parte donde el libro encuentra su eco más evidente en su autobiografía, en esos pasajes duros e impactantes sumidos en un estado mental lleno de confusión y temores que la llevan a sospechar de todo y de todos, incluso de su propio criterio y juicio. Lise es consciente de ello pero, si no podía valorar lo cierto y lo imaginado, «entonces, ¿en quién podía confiar?» porque, tal y como asevera el doctor que la trata, «la realidad solo existe en su mente (…) ¿entonces, donde existo yo? (…) En la consciencia de los demás».

De esta manera, el libro nos transmite la angustia de quien no sabe si lo que ve y oye es cierto o es producto de su imaginación. Por ello, su mundo vive poblado de fantasmas y pensamientos en torno a la posible infidelidad de su esposo y a los planes que entre él y su supuesta amante tienen para deshacerse de ella y tener vía libre para poder afianzar su relación. Y todo ello la somete a un caos interno desordenado y profundo, que la hace constatar que «no me gusta el mundo. Solo quiero escribir y leer, solo quiero ser yo misma». Así, ve que la única salida que tiene es el arte, nada más la puede salvar de su infierno interior porque, para ella, la verdadera importancia en la vida es poder escribir, porque creía firmemente que «el ser humano solo puede ser libre en el arte; el arte lo elevaba por encima de la actividad mortal que engendraba las desgracias del mundo». Una vida ajena a su matrimonio, pues no se encuentra cómoda en esta relación, e incluso la abruma en ocasiones, llegando al extremo que «en un momento de pánico pensó que estar casada con toda una persona era demasiado».

Por todo ello, «Las caras» se trata de un libro que se complementa perfectamente con su autobiografía pues ejerce de versión ficcional de una vida intensamente marcada por sus miedos y fantasmas internos; unos miedos que se transforman en caras que se transfiguran, en voces que oye en su cabeza, en temores a veces infundados que hacen que se quiera evadir de su propia vida de la que en ocasiones toma consciencia, porque «en un instante de claridad, supo que habían vencido: se había vuelto loca». Y esa locura la marcó profundamente en muchos aspectos de su vida a excepción de uno solo, algo que siempre tuvo claro y permaneció invariable: su amor a la escritura.

También de Tove Ditlevsen en ULAD: Trilogía de Copenhague

5 comentarios:

Carlos Ávila dijo...

Solo he ojeado el comentario que leeré cuando lea el libro. No obstante, veo que promete. Un saludo.

Marc Peig dijo...

Muchas gracias por visitarnos, Carlos.
Si lees el libro, nos puedes dejar tú opinión, será un placer leerte.
Saludos
Marc

Luis Manteiga Pousa dijo...

Alguien dijo que "la cara es el espejismo del alma". Algo de razón no le falta.

Carlos Ávila dijo...

Siento no compartir tu valoración porque tenía mucha ilusión con el libro después de la sorpresa que supuso su Trilogía. No he podido con él. En la primera parte sí me ha interesado y me he metido más o menos en la historia, pero desde la hospitalización se me ha ido cayendo de las manos y he terminado abandonándolo.

Marc Peig dijo...

Hola, Carlos.
Entiendo tu opinión y la comparto en parte. Para mí, este libro es claramente inferior a su Trilogía y es cierto que, a partir de cierto momento, se hace algo repetitivo. De ahí que mi valoración sea un "recomendable" sin más énfasis. De todos modos, sí la encuentro interesante como lectura ficcional complementaria a su biografía, aunque es cierto que después de la Trilogía los temas que trata son muy parecidos.
Saludos, y gracias como siempre por tu comentario y por tu apoyo al blog.
Marc