domingo, 23 de enero de 2022

Profesor: David Foster Wallace

Idioma original: inglés

Traducción: José Luis Amores

Valoración: justificado

El mundo literario no es ajeno, para nada, a la necrofilia. Tanto más mítico es un autor, tanto más se desata pasión e interés sobre su figura cuando este desaparece. Si añadimos condición de héroe post-moderno y suicidio, ya ni digamos. Hace ya 13 años que David Foster Wallace ingresó en el Hall of Fame particular de los afectados por estas circunstancias, y parece que ese fenómeno se mantiene en elevadas cotas de intensidad. Y no voy a mostrarme crítico con que las editoriales que disponen de sus derechos aprovechen para hacer negocio, pero es que este no es el caso. Pálido Fuego, que ha afrontado la obra del autor en cuatro, con esta, publicaciones, definen, "disímiles" aportan en este Profesor: David Foster Wallace un valioso documento, pero lo hacen a cambio de nada: esta es una edición limitada que no se pone a la venta y que solamente aportará a Pálido Fuego un merecido prestigio adicional y un relativo empuje: el libro se ofrece como regalo para un número de pedidos que se les cursen. 

Claro que hablamos de elementos clave para los completistas: apenas una centena de páginas en pequeño formato que recogen, junto a un prólogo lógico y mesurado, algunos de los textos con que Foster Wallace se presentaba ante sus alumnos en los cursos o seminarios que impartió a lo largo de su carrera, siempre con la crítica o la creación literaria como materia. Sí: yo también esbocé una sonrisa algo escéptica cuando asimilé el grado de exhaustividad a la hora de publicar un material tan poco convencional. Pero ese escepticismo queda pulverizado a las pocas páginas. Primero, porque el Foster Wallace que redacta esos curiosos programas es apenas indistinguible en sus momentos. Hay aquí cursos impartidos mientras era un autor emergente y hay cursos cuando era una estrella consagrada e influyente, apenas unos meses antes de su desaparición. Y en todos esos programas lucen los elementos comunes, y aquí se aprecia lo justificado de su recuperación. Porque toda la personalidad del autor transpira en esas instrucciones tan lógicas como contundentes. Creo que la clarividencia es la virtud que más me atrae en los autores, desde Houellebecq a Kapuscinski. Esa cualidad de, tras prolongada y observación, plasmar la imagen del mundo que uno ha percibido. Aunque sea sesgada e incoherente. Testificar de esa percepción dirigiéndose cara a cara al lector. En esos programas la premisa de Foster Wallace era clara. Estricto en la puntuación, exigente en la dedicación del asistente, en su implicación, en el seguimiento de un código férreo que obligaba al respeto: a la materia, a los compañeros, a las tareas, a los horarios y las fechas y la corrección. Y así todos esos textos dispersos en el tiempo toman el cuerpo de una especie de manifiesto. Si has venido a entretenerte, vete, si te has apuntado al curso porque no tenías otra cosa que hacer, vete. 

Foster Wallace, de forma inconsciente, claro, no puede negarse, pero también para nada forzada, se muestra en su salvaje naturaleza tras esas presentaciones. Con las elecciones de los textos, con los comentarios, con esa forma asertiva y contundente de dirigirse al alumnado. Aquí impera el respeto al autor, al texto, a la esencia, a la intención, al pensamiento crítico. No es un brindis al viento, es una prerrogativa clara y directa. Leer este texto con los precedentes del conocimiento de la obra del autor tiene un valor innegable. Pero enfrentarse a él, incluso por mera curiosidad, es adentrarse en un pasillo en el que hay, aún, muchas puertas por abrir.



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