viernes, 12 de febrero de 2021

Dubravka Ugrešić: Baba Yagá puso un huevo

Idioma original: croata

Título original: Baja Jaga ja mijela jaje

Año de publicación: 2008

Traducción: Luisa Fernanda Garrido / Tihomir Pistelek

Valoración: se deja leer

Tal como esta reseña se publique recibiré, supongo, una llamada al orden por parte del Subcomité de Asuntos Balcánicos del blog, y en un principio basaré mi defensa en el poderoso argumento esgrimido hace unos días por la compañera Beatriz, en uno de esos eternos rifirrafes en los comentarios, sutiles pero últimamente tan frecuentes: somos un blog amateur y no un comité académico. Gracias por el capote, amiga.

Porque la cuestión lleva unos días haciéndome plantear un poco hasta mis hábitos lectores y mi firme determinación de los últimos tiempos de desestimar abandonos y seguir con los libros hasta el final. O sea, que la sombra amenazadora de la reseña interruptus sobrevoló cual ave carroñera, pero decidí seguir hasta el final, donec perficiam que dicen algunos últimamente, y no porque esperara gran premio, sino porque los años le hacen a uno tozudo a la par que impaciente, curioso oxímoron.

Digamos que Dubravka Ugrešić ha concebido este libro como una especie de mezcla de géneros y que a mí esa mezcla me ha convencido muy poco. Baba Yagá puso un huevo me ha parecido, en algún momento, como un libro hecho por encargo a medida de una cierta propuesta, que es encajar ciertos elementos de la mitología de los países eslavos en una narración de ubicación contemporánea, encajarla como si se tratase de un cuento narrado por un tercero, e incrustar en este remedo ciertos estereotipos de corte reivindicativo, fundamentalmente la invisibilidad a la que son postergadas las mujeres de avanzada edad, y como esta situación no es nueva sino la consecuencia del prolongado arraigo de dicha imagen en el imaginario popular, aludiendo en dicho discurso (en una especie de epílogo/glosario que se extiende por decenas de páginas al final del libro) a todo tipo de figuras como las brujas, la inquisición, leyendas populares, etc.

Yo me hubiera quedado más satisfecho si la novela se hubiera limitado a esos hechos de hoy: a la presencia de tres mujeres de avanzada edad (Pupa, Beba, Kukla) que se toman unas vacaciones y visitan un balneario en Varna, Bulgaria, de viaje desde su Zagreb natal, donde pasan unos días de corte tragicómico acompañadas por masajistas con priapismo, médicos de lo estético ávidos de facturación, y creo que, como lector y considero que otros lectores podrían sostener igual planteamiento, no sería necesaria tanta explicación y tanto contrapunto, ni esos pareados finales que apuntan un hilo narrativo y que deben haber traído de cabeza a los traductores, que lo han resuelto con fe y resignación. Porque en cada una de sus andanzas casuales, en sus conversaciones y en los recorridos sobre sus existencias y el tono crepuscular generacional, ya se apunta entre líneas ese agridulce presente: haber dejado atrás existencias pasadas, juventud, familia, amoríos, limitarse a ser seres invisibles abocados a una decadencia física irremisible. Siempre teniendo en cuenta que el balcanic touch está ahí, en forma de breves pero memorables alusiones a la época del comunismo, a la política de bloques, al conflicto en el que el estado yugoslavo se desmoronó, a la precariedad económica heredada de la época, a lo errático del comportamiento de las distintas futuras naciones, colectivos, etc, desde que ese proceso de reubicación de fronteras se inició. Un espíritu que se percibe en esa narrativa reciente de forma no siempre tranquilizadora. Como si solo una férrea dictadura fuera capaz de mantener cohesión entre pueblos que en realidad son demasiado antagonistas para permanecer unidos.

Pero esta semana ya hemos hablado demasiado de estadistas que se creen padres ejemplares de sus gobernados, ¿no?

Y entonces la autora cierra el libro con ese epílogo que parece un who's who de figuras populares del norte y el este de Europa y nos ofrece una relación de conceptos algo repetitiva y monocorde donde, en una algo pesada mezcolanza de tono poético e informativo, se alude a las distintas acepciones de esa Baba Yagá, mujer de avanzada edad, de aspecto físico desagradable, nos empieza a hablar de aves y sus representaciones en el imaginario popular eslavo, del huevo como contenedor y como especie de regreso al útero, pasaje este que me ha aburrido sobremanera y que no niego que pueda encontrar su público entre curiosos insaciables y consumidores impenitentes de canales ubicados en los diales de tres cifras de los operadores digitales. Y perdonad, también he de declararme fan por lo general de lo que publica Impedimenta, pero, ay, ¿dije aburrido?, palabra tabú quizás para algunos, pero sensación que experimenté en demasiados momentos y que me veo obligado a transmitir aquí, que para eso estamos.

4 comentarios:

Carlos Ávila dijo...

He tenido el libro entre las manos varias veces en la librería y no me he decidido nunca. De Ugresic leí hace mucho El ministerio del dolor que me encantó, pero luego El Museo de la Rendición Incondicional me pareció bastante pestiño. Por lo que he leído en la contraportada me ha dado la impresión de que se parecía más al segundo que al primero. Tu reseña confirma mis temores. Me alegro de no haberlo comprado porque casi seguro que lo habría dejado; sí, abandonado; sí, no habrá perdido el tiempo con él. No me sucede muy habitualmente, pero es algo que ya hago sin ningún reparo.
Gracias por haberme ahorrado un dinero que emplearé en otro.

Unknown dijo...

Ja ja , bueno es saberlo,avisados quedamos

Koldo CF dijo...

Aquí uno de los miembros del Subcomité de Asuntos Balcánicos del blog. Te retamos a duelo!!!!

Francesc Bon dijo...

¿Cómo que duelo? Sería muy desigual tras lo adormilado que me ha dejado el libro.