Idioma original: alemán
Título original: Verzeichnis Einiger Verluste
Traducción: Maria Bosom (trad. en catalán). Habrá traducción al castellano en un futuro.
Año de publicación: 2018
Valoración: entre está bien y recomendable
A los que leemos bastante y tenemos cierto bagaje literario, nos ocurre que la lectura de un libro nos trae a la memoria partes de otras lecturas ya pasadas, ya sea por el estilo, la temática o el enfoque. Porque es evidente que un libro lleva a otros libros, y esto funciona hacia adelante, pero también hacia atrás. Así, este libro me llegó como recomendación tras la lectura del libro «Una guía sobre el arte de perderse» de Rebecca Solnit. Y tiene bastante sentido pues este libro bien podría titularse «una guía sobre el arte de encontrar», porque, así como el libro de Solnit se centra en el espacio que se genera cuando uno se pierde, en la posibilidad existente en hallar algo en ese vacío, «Inventario de cosas perdidas» busca justamente lo opuesto; busca el recuerdo, busca el reencuentro, busca el hallazgo de cosas que habían existido y que, por una razón u otra, desaparecieron. Así, su lectura narra la necesidad vital que tenemos de dar vida de nuevo a aquellas cosas que por causas desconocidas o por simplemente falta de voluntad quedan olvidadas, quedan perdidas y nos empuja a valorar lo existente en nuestro mundo, las cosas que nos rodean, ya sean islas, templos, animales o ciudades, destacando a la vez la necesidad que tenemos de recuperarlas, de recordarlas, de darles vida de nuevo, esta vez a través de nosotros.
Empieza el libro con un prólogo en el que se habla de la muerte y de cómo la sociedad la trata de manera diferente según sus culturas y costumbres. Así, expone de manera reflexiva que hay pueblos que tienen los cementerios dentro del propio pueblo, bien a la vista, de manera integrada de un modo parecido a cómo la muerte se incorpora a la vida de los que siguen. Hay ciudades que, por el contrario, las sacan fuera de su vista, en una especie de censura, quien sabe si para no recordar de manera constante a que los que se han ido o que todos encontraremos algún día nuestro fin. Porque «vivir significa experimentar pérdidas», «olvidarlo todo no es bueno. Pero todavía es peor no olvidar nada, ya que todo conocimiento nace de un olvido previo». Por todo ello, la autora afirma que «nos mortifica nuestra condición de mortales y es comprensible el anhelo vanidoso de rebelarnos contra nuestra naturaleza efímera y dejar huellas para una posteridad que desconocemos, como recuerdo a nuestra persona, para ser ‘recordados’ siempre».
En cuanto a estructura, cada capítulo o tema empieza con una introducción donde Schalansky nos pone en antecedentes a la vez que nos indica el porqué se considera ese elemento como algo desaparecido. A partir de ahí la narración gira en torno a la búsqueda por parte de la autora de información relativa a cada caso, así como las circunstancias personales en las que se encuentra cuando lo hace, nutriendo el relato en ocasiones de episodios históricos y en otros casos de anécdotas personales.
Así, la autora recorre un espacio mental en el que encuentra diferentes cosas perdidas, olvidadas, desaparecidas, y eso puede hacer referencia a una isla fantasma como Tuanaki (que conforma el primero de los capítulos), una isla desaparecida en el siglo XIX, un lugar donde la palabra guerra y cualquier forma de lucha eran algo totalmente desconocido. Porque la autora «también buscaba, como tantos otros antes que yo, una tierra que no conociera el recuerdo, sino únicamente el presente, una tierra donde la violencia, la miseria y la muerte fueran completamente desconocidas». En este primer capítulo, uno de los mejores del libro, Schalansky sabe cómo captar la atención, mantener el ritmo y el interés en el relato más allá de su propio contenido.
Demostrando su amplia versatilidad, la autora también consigue también captarnos la atención hablando sobre el Tigre del Caspio, un ejemplar ya extinguido a mitad de siglo XX, y que la autora utiliza para hablarnos de la época Romana y la lucha de animales para deleite popular, de cómo los tienen encerrados hasta que los obligan a enfrentarse «consiguiendo que en la arena semicircular luchen animales que no se enfrontarían nunca estando en libertad». De manera elocuente, la autora escribe que «los ciudadanos de Roma han conseguido fusionar la ejecución con el espectáculo. Conforman una masa refinada sin escrúpulos». La autora afirma sabiamente que «los circos actuales son una herencia de los circos romanos. Porque cuando una idea nace en el mundo siempre se perpetúa en otra». En este relato, la autora nos habla de la desaparición de los animales, pero especialmente de la desaparición de un modo de vida en libertad pues les «espera una vida en las reservas bajo la protección de los hombres, confinados tras cristales y fosos».
En otro de los temas tratados, la autora nos habla de las ciudades en ruinas cuando, delante de los restos de una antigua ciudad italiana, observa la gente que viene para contemplarlas, «veneran las ruinas como si fueran reliquias, confían en su resurrección y se embriagan de esplendor perdida e insaciable. Siempre falta algo. El cerebro completa la visión que capta el ojo en una ciudad que inventó la conservación de los monumentos y donde, por primera vez, se consideró que eran patrimonio de todo el pueblo».
También, en alguno capítulo más introspectivos, la autora utiliza algun elemento a modo de excusa para hablarnos de la vida de las actrices, poniéndole en este caso el rostro de Greta Garbo y su errática vida, sus inseguridades, sus paseos por Manhattan, sus relaciones, su profesión de actriz y el mundo que rodea ese arte, y el precio del éxito (o de lo que habitualmente se conoce como tal), que la lleva a percatarse de que «ella no tenía nada, excepto la puta fama y el maldito dinero, que la condenaban a no tener que ir a trabajar un lunes de abril. No la esperaban en ninguna oficina ni en ninguno estudio polvoriento de Culver City. No la esperaban ningún sitio. La verdad es que si vida se había acabado». Así, en este relato ficcionado, lo perdido es la propia vida, la sensación de formar parte de algo, la pérdida de un entorno, pues afirma solemnemente Schalansky que «hay un momento en la vida en que tienes más que perder que ganar».
De esta manera, la autora trata diferentes temas, muy diversos en forma, pero similares en enfoque, donde el sentimiento de pérdida está siempre presente y su capacidad observadora y reflexiva se pone de manifiesto en los temas ya explicados, pero también cuando habla de otras “cosas” como cuando habla de la reconstrucción ósea de un unicornio, del palacio de Bon Vehr, de los cantos de Safo de Lesbos o de los Siete libros de Mani o el Palacio de la República en el Berlín de la RDA, entre otros. Y, como todo libro formado por relatos, fragmentos o reflexiones (en este caso episódicas y autoconcluyentes), el resultado es irregular y el libro va claramente de más a menos, a pesar de constatar a lo largo de la obra la delicada e indagadora mirada de la autora en las pequeñas cosas, en aquellas cosas perdidas que, por si solas o por las reflexiones a que le traen, las encumbra y las hace pilares de este libro para recuperar la esencia de aquello olvidado. La voluntad y dedicación de la autora es evidente, a pesar de que el resultado final dependa en gran parte de lo que narra, más que de la forma en la que lo hace.
Afirma la autora que «este libro habla a la vez de lo que se busca y de lo que se encuentra, de lo que se pierde y de lo que se gana, y deja entrever que la diferencia entre la existencia y la ausencia puede ser insignificante mientras nos quede el recuerdo», porque «a través de la escritura no se puede recuperar nada, pero todo se puede hacer tangible» y, de manera muy acertada afirma, en el capítulo dedicado al Bosque Enciclopédico del Valle de Onsernone, que «todo depende de la belleza. Es lo que nos permite vivir y avanzar. Quien menosprecia la belleza no sabe hasta qué punto la vida depende de ella». Así, la autora nos habla sobre el conocimiento, sobre la vida, sobre estar informado y formado y, afirma de manera clara y diáfana que «mi máxima es: leer todo lo que se pueda leer». Y, como lema vital, no me parece un mal principio.
4 comentarios:
Hola Marc
Una vez más, felicidades por la reseña.
Otra vez has conseguido:
-Descubrirme autor nuevo
-Generarme la inquietud de querer leer el libro
Valoro mucho de este blog el descubrimiento de autores.
Pero también valoro mucho conocer el punto de vista de los reseñistas y los lectores del blog de libros que ya he leído. La verdad es que últimamente no conozco ninguno de los que salen. Igual toca algún clásico.
Saludos
Hola, Gerónimo, muchas gracias por tu comentario.
Celebro que te haya despertado interés y sí, gracias a unir los conocimientos sobre las lecturas de los miembros de ulad pero también especialmente añadir las vuestras hacen que entre todos descubramos autores y obras que, de otro modo, quizá pasarían desapercibidos.
Saludos
Marc
Justo ayer tuviste a un clásico, Gerónimo.
Hola anónimo,
Fiodor Sologub, doy por sentado que es un clásico. Yo no lo había oído nunca
Cuando he dicho clásico me refería a "libros que he leído, me han gustado, imagino que son conocidos y tengo ganas de compartir opinión con vosotros"
No sabía como referirme a ellos. Ahora veo que clásicos es una mala idea.
Para concretar, me encantaría encontrar alguna reseña de mi escritor favorito: Pedro Juan Gutiérrez
Saludos
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