domingo, 9 de agosto de 2020

James Joyce: Finnegans Wake


Título original: Finnegans Wake

Idioma original: inglés (¿)
Traducción: Marcelo Zabaloy
Año de publicación: 1939 (en castellano, 2016)
Valoración: Necesario, agotador, cruel, inolvidable

Las expectativas

Lleva rondando mi cabecita la idea de leer Finnegans Wake desde que me enteré que existía un tal James Joyce, allá por mis diecisiete años o así (no ha pasado tanto tiempo, aunque sí más que en el caso de Oriol, y suficiente para que esta lectura postergada se fuese convirtiendo en algo parecido a una obsesión; pero sigamos). Este caballero, Joyce, había escrito cosas increíbles que fui leyendo una tras otra, pero por ahí andaba el monstruo, su obra cumbre, ese tocho esquivo al que dedicó más de quince años de trabajo. Un libro inclasificable que nadie había sido capaz de traducir completo al castellano, lo que era un síntoma preocupante pero que no hacía más que aumentar mi expectación. Nadie lo había traducido hasta que llegó Marcelo Zabaloy.

La traducción

Muchos (bueno, algunos que se atrevieron) había fracasado en la empresa. Por ejemplo, Salvador Elizondo se pasó no sé cuánto tiempo elaborando una traducción anotada y abandonó el trabajo cuando concluyó… la primera página. Por lo visto Zabaloy no le vio tanta dificultad al desafío, y lo terminó en unos cinco años. Hay toda una historia en torno a esos intentos de traducción, parte de la cual puede encontrarse por ejemplo aquí. El caso es que hay que hablar más de versiones que de traducciones, porque el libro está cuajado, línea por línea, de incrustaciones de otras lenguas y jergas, infinitos juegos de palabras, dobles sentidos y locos neologismos que multiplican hasta el infinito las posibles interpretaciones. El sitio web FWEET reúne más de 80.000 anotaciones sobre el Finnegans, y hay montones de libros escritos en torno a este fenómeno. De forma que, como seguramente hizo Zabaloy al traducirlo, al leerlo también habrá que utilizar un código diferente al habitual.

El libro

Como digo, las 628 páginas de Finnegans Wake son un torrente continuo de todos estos elementos que acabo de citar, mezclados, superpuestos, exhibidos sin tregua, hasta hacer el texto irreconocible, pantanoso, laberíntico. Como se puede suponer, tampoco es posible hacer una sinopsis normal. Por hacernos una idea mínima, se puede decir que se parte de la muerte del albañil Finnegan y su posterior velatorio, aunque eso es casi lo de menos, porque pronto revive y se transforma en el tabernero Earwicker. O tal vez es Earwicker el que sueña su propia muerte como Finnegan, porque el personaje es a fin de cuentas el protagonista de una vieja balada irlandesa. Podríamos decir que Earwicker es condenado por algún motivo que no conocemos y con todo ello se relaciona una misteriosa nota que desentierra una gallina. Pero también sabremos de su mujer, Anna Livia Plurabelle, y de sus dos hijos... y un millón de cosas más, con la presencia permanente de tres elementos esenciales: Irlanda, la religión y el sexo. Un millón de cosas que apenas intuimos, sumergidas en un colosal marasmo léxico al que luego me referiré. Se intuye que Joyce habla al mismo tiempo desde lo real y lo onírico, y el lenguaje y la lógica de los sueños (inestables, intuitivos) impregnan todo el libro. Los personajes se trasmutan unos en otros, aparecen y desaparecen o cambian de nombre, se encarnan en héroes y se materializan en paisajes, hay escenas que se repiten, sonidos que las interrumpen y evocan momentos pasados o futuros, guiños metaliterarios. Todo parece un gran chiste, una genialidad, una puta locura.

La experiencia

Esas etiquetas que tan poco usamos en el blog, Experimento o Artefacto literario, tienen aquí todo el sentido. El Finnegans es, en opinión de casi todos los que lo han leído, y yo lo corroboro en la medida de mis limitados conocimientos, el libro más extraño, complejo y hermético que nunca se ha escrito. Y sin embargo las sensaciones no son exactamente lo que puede esperarse. Se puede pensar que uno encara la lectura un poco por curiosidad y, visto lo que tiene delante, lo más probable es que enseguida deseche el libro, exasperado por no entender nada, o casi. Pero no necesariamente es así. Como decía antes, conviene deshacerse de prejuicios, abrir la mente y utilizar otras herramientas. Samuel Beckett recomendaba leerlo en voz alta, pero sin llegar a tanto, puede ser recomendable dejarse llevar por el ritmo y la musicalidad del texto y, una vez integrados en ese fluir, ver cómo la información permea en la consciencia. El peso de la entonación y los sonidos tiene gran importancia por ejemplo en ciertos textos literarios árabes y, a veces de forma inconsciente, es también relevante cuando leemos poesía. Resultando imposible detenernos en cada escollo (porque no terminaríamos nunca, ni llegaríamos a superar más que un puñado de ellos) esta forma de lectura me parece la más útil (y menos dañina para la salud).

Claro está que en este caso el éxito dependerá en buena parte de que el traductor haya sido capaz de transmitir los valores del original. Eso ya no me siento capaz de valorarlo en absoluto, aunque sí me suscita algunas dudas. En parte porque a veces el texto suena un poco a traductor de Google, dicho sea con todo el respeto. Y también porque he comparado algunos párrafos con otras traducciones y algunas cosas parecen no encajar del todo. Pero en fin,  la empresa es tan descomunal que no cabe más que admirar a este Zabaloy que ha conseguido llegar al final y, además, es lo que tenemos si queremos leerlo en castellano.

Con todo, la sensación es un poco la de un paseo por el monte en un día de niebla. No disfrutamos del paisaje, pero vagar entre la bruma tampoco resulta del todo desagradable. Solo hay que verlo con otros ojos: sentir el fresco, el aire de misterio, el reto de encontrar el camino, y de vez en cuando notamos que se abre una pequeña ventana de luz y nos sorprendemos al ver el peñasco, los árboles, quizá un trozo de panorámica en alguna dirección. Así, somos medio conscientes de la desgracia del pobre albañil, asistimos a una singular borrachera de su sosias, conocemos algún tipo de rivalidad entre sus dos hijos, o entrevemos algunas experiencias sexuales (varias, reales, soñadas o deseadas, no sabemos). Cosas así, esporádicas, que asoman brevemente entre el enorme desparrame lingüístico, y son un alivio, un pequeño premio, porque también dejan ver la genialidad del autor y disfrutar de momentos brillantes cuando se aligera de trucos retóricos. Y es que, digámoslo ya, esto no es una lectura sino más bien una inmersión, una experiencia.

Se podrá plantear si todo esto tiene realmente sentido, y de hecho algunos de los mayores valedores de Joyce pensaron que había perdido el juicio o que simplemente se le había ido la mano. Yo creo que desde luego el Finnegans tiene un valor inmenso, porque qué sería del arte si no hubiese gente decidida a explorar sus límites y a transgredirlos, y con talento para hacerlo. Tampoco una pintura abstracta representa cosas y no por ello parece razonable despreciarla sin más. Aquí se juega con otras reglas y no se puede mirar bajo los criterios habituales. El problema, claro está, es que hablamos de medios muy diferentes: una pintura la observamos durante unos segundos, hasta algunos minutos, pero leerse las seiscientas páginas del Finnegans lleva muchas horas. Así que, en su inmenso esfuerzo de años y su estratosférica creatividad, a lo mejor Joyce se olvidó de algo que puede tener cierta importancia hablando de un libro: el lector.

Otras obras de James Joyce en ULAD: Ulises, Dublineses, Exiliados

26 comentarios:

Beatriz Garza dijo...

Pues no lo voy a leer pero agradezco muchísimo tu reseña, compañero: en primer lugar porque me ha descubierto una obra muy singular de la que yo no tenía la más remota idea y, en segundo lugar, porque logras transmitirnos su esencia y tu propia experiencia lectora.
Qué maravilla, este tipo de descubrimientos me alegran el día. Un saludo!

Juan G. B. dijo...

Carlos, más grande que nunca... Enhorabuena por lacreseña (y gracias por hacerla, que así no tenemos que leer el libro nosotros...; )

Mientrasleo dijo...

Me fascina este libro, tengo cuadernos llenos sobre élcon traducción propia incluso que retoco cuando encuentro algo y me lancé a esta traducción que no me gustó por falta de interpretación. Donde yo veía alusiones claras a cartas que el autor escribió,a mitología a leyendas locales o gustos personales, me encontraba con frases inconexas sin demasiado sentido.
Es fácil hablar de el día en Ulises y la noche y los sueños en este, pero va mucho más alla. Y no me enrollo más, que aquí si me suelto me quedo sola explicoteándome. En resumen: le falta mucho trabajo a este libro, creo.
Grande,como siempre.

Unknown dijo...

No me veo en condiciones de leerla pero agradezco la reseña carlos... Gracias mayor Thompson

Natalia García dijo...

Ahora lo quiero leer 🙃

Carlos Andia dijo...

Gracias, compañeros y comentaristas. Realmente, el libro es extenuante y le deja a uno descolocado, pero deja la sensación de haber leído algo verdaderamente grande, aunque uno sea incapaz de asimilar más que una parte minúscula. Creo que Joyce dijo que los críticos tendrían con el doscientos años de entretenimiento, y no va nada descaminado.

De todas formas, si alguien se anima a explorar un poco, hace mucho se publicó un capítulo, creo que el octavo, bajo el título de Anna Livia Plurabelle, no recuerdo con qué traductor. Puede ser un buen aperitivo.

Saludos y gracias por comentar.

Dr. Fabián dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Dr. Fabián dijo...

Un día salí a correr la maratón de Buenos Aires casi sin entrenar. Fue agotador, cruel, inolvidable. Pero no necesario. No lo hagan, no hace falta.
Aprendí.
Muy interesante la reseña, el libro va a la pila de los que no voy a leer ni a palos.Mis límites están mucho más acá.

Rigel VII dijo...

Leída la primera página, ojeadas las siguientes. Es una maldita broma.

beatrizrodriguezsoto dijo...

Hola, Carlos

Anónimo dijo...

Hola, Carlos:
¿Te gustan los retos, eh? Hace algún año que leí Ulises y a continuación pedí a internet información sobre el libro que reseñas hoy. Me dijeron que era intraducible porque era incomprensible: onomatopeyas de ruidos, medias palabras en varios idiomas, esperanto,etc. Hoy, por tu reseña veo que ya se han encontrado algunos personajes aunque la trama continúa oscura. Lo que está claro es que Joyce no quería que lo entendieran, como el griego Heráclito, llamado por sus contemporáneos el oscuro, que alteraba sus escritos para que no se entendieran. Y también tuvo mucho éxito.
A mí estos juegos no me gustan. Pero entiendo que hay artistas que quieren innovar, buscar distintas vías de expresión. A mí Picaso total no me gusta pero he visto pinturas de su primera época que me han fascinado y he tenido que reconocer "un tío que pinta esto puede hacer lo que quiera". No sé si ésto se puede trasladar a la literatura.
Leí Ulises y no me gustó excepto el monólogo de Molly en el último capítulo. Retrato del artista adolescente es aburridísimo y parece copiado literalmente de los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola. Dublineses tampoco me gustó excepto el relato Los muertos que es una obra maestra. También aquí podría pensar "si puede escribir esto es que sabe escribir".
Lo que desde luego no es verdad es que fue el primero que usó el monólogo interior; antes lo había usado Laurence Stern y el mismo Joyce lo descubrió en un librito que compró en las librerías del Sena. He leído una biografía en comic, sobre Joyce, que está muy bien: Dublinés, de Alfonso Zapico.
Saludos

beatrizrodriguezsoto dijo...

El comentario último lo hice yo, beatrizrodriguezsoto. ¿por qué me salió anónimo? Y es la tercera vez que lo escribo porque me hice un lío al mandarlo y se me borró. ¡¡ Es mío !!

Carlos Andia dijo...

Dr. Fabián, aclaro que lo de necesario se refería a la historia de la literatura, no a qué fuese necesario leerlo, por supuesto.

Yo creo que es necesario - y aquí enlazo con el comentario de Beatriz- que alguien se atreva a escribir un libro así, y que posea talento para hacerlo. Porque sí que parece una broma, pero es algo muy elaborado por alguien muy capaz, y que dedica muchos años a ello. Otra cosa es que el resultado se aleje tanto de lo usual que el lector quede finalmente fuera del juego. Es lo que intentaba argumentar en el final de la reseña.

Seguramente Joyce, enredado en su propio mundo creativo, se dejó llevar por el exceso y puede que eso estropease el conjunto, al menos para un lector normal como cualquiera de nosotros. Pero en el ámbito del arte siempre se necesita que alguien vaya más allá, que pruebe los límites aunque los sobrepase. Eso muestra posibles caminos, y hacerlo tiene un valor incalculable.

Es al menos mi opinión, y gracias por poder contrastarla con la vuestra.

Marcelo Z dijo...

Estimado Carlos:
He leído esta mañana ésta, tu reseña, sobre la supuesta traducción íntegra del título de Joyce que, según entiendo, no tiene precedentes en lengua española. Ha habido otros intentos, pero sólo abordan la obra parcialmente.
Si escribo ahora, muchas horas después de haber renunciado a dejar un comentario, es que hace poco más de un rato, he visto en TV el cierre del PGA Championship de mi amado Tiger Woods –por cierto, nada brillante (con un bogey en el hoyo 18)- y recordé el motivo por el que abandoné este libro, en la misma edición que nos acercas.
Lo adquirí al poco de lanzarse. Albergaba la ilusión, no lo niego, de estar entre los primeros en reseñar un libro de tamaña trascendencia. Máxime, después de ser alentado por otra lectora quien lo mentaba sonoramente, aunque ella solo disponía de una edición antigua y, como tal, parcial. Pero fue una comparación, no recuerdo en qué página –y no tengo el ejemplar al alcance como para investigar- donde se hace alusión a algo que era más rígido ‘que el bastón de Tiger Woods’. Sospechando que Joyce no era tan clarividente como para preanunciar la existencia del golfista, que nació muchos años después de su muerte, ese hecho hizo que, inmediatamente, realizara dos acciones: primero, el abandono del texto, puesto que entonces ya no era una traducción del original sino una interpretación que Zabaloy entregaba de su lectura y, segundo, la consiguiente decisión de volver a encararlo en un futuro, con mejor disposición y sin tanta desilusión acumulada, para lo cual me hice de un ejemplar en su lengua ¿original? inglesa.
Esto no empaña tu encomiable y admirable trabajo de concluir con esta versión del libro, como tampoco tu sentida reseña que despierta el interés de quienes nos hemos dado una vuelta para leerte, sabedores que en este espacio pueden hallarse reseñas si no polémicas y más de una vez opinables, al menos, estimo que siempre honestas. Como tú mismo señalas, el libro me ha parecido más bien ‘un gran chiste, una puta locura’ –es lo que recuerdo de él- y, por ello, compartía la célebre opinión de mi maestro, Jorge Luis Borges, que no estaba escrito para deleite del lector, sino para la historia de la literatura.
Solo quería hacerme presente para dejarte mi felicitación por semejante lectura y, de paso, hacerte saber de mi desazón. Pero tengo confianza en que, tarde o temprano, volveré a él, como ya lo hecho con ‘Cien años de soledad’, que requirió seis fallidos intentos previos, para acabarlo al completo en el séptimo.
Recibe un abrazo tú y, por extensión, todos aquellos que te acompañan en esta quimera diaria.

Anónimo dijo...

Me he tocado leyendo la reseña.

Carlos Andia dijo...

Marcelo, te puedo asegurar que no recuerdo esa alusión a Tiger Woods, que también me hubiera chirriado, como una licencia claramente excesiva por parte del traductor. Ya he comentado que de ninguna manera me siento capaz de valorar la traducción pero, aunque a veces me suscite dudas, a día de hoy es lo que hay.

No sé si es un libro que hay que leer, es una experiencia a la que uno se ou

Carlos Andia dijo...

Perdón. ...a la que uno se puede acercar o no, está bien hacerlo (con las debidas advertencias) y está bien pasar del tema. A gusto de cada uno.

Gracias por opinar y saludos, también al último Anónimo, a quien el verano parece que le está sentando de miedo.

Carlos Andia dijo...

Y disculpas por tener que escribir con medios más bien escasos e incómodos, y por ello quizá con un resultado un poquillo cutre.

Anónimo dijo...

El Ulises de Joyce estaba en la vasta biblioteca de mi padre. Había intentado leerlo, sin éxito. No entiendo nada, me dijo. Yo era un niño aún, de no más de 11 o 12 años. Ya en el colegio secundario, años más tarde, un admirado profesor de literatura nos dijo que Joyce era una de las cumbres más altas de la literatura universal. Un imprescindible, en términos uladianos. Recordé a Ulises y lo busqué en la biblioteca de mi padre. Claro, estaba nuevo, pero lleno de polvo. Lo abrí, leí la primera página, lo cerré y lo devolví a su correspondiente estante. Nunca más intenté leer nada de este irlandés.
Te felicito por el esfuerzo, Carlos. Disfruté mucho de la lectura de tu reseña, como es habitual. Un afectuoso saludo desde el conurbano bonaerense, en cuarentena desde el 20 de Marzo.

El Puma

Carlos Andia dijo...

Hola, Puma. Es lo bueno de los libros, que hay mucho para elegir y cada cual lo hace según lo que le apetece, sin dogmas. Entiendo perfectamente que a uno no le llamen según qué ofertas, se trata de disfrutar de lo que hay y cada lector tiene sus preferencias.

Me alegro de que te haya gustado la reseña, y ánimo con el confinamiento, que aquí ya estamos en la segunda oleada, o algo parecido.

Un afectuoso saludo.

Santi dijo...

No he leído el Finnegan's Wake entero, ni creo que lea nunca, que conste, así que enhorabuena, Carlos y gracias por ahorrarnos el trabajo al resto de reseñistas del blog, jejeje.

En todo caso, a partir de los fragmentos que he leído (hubo una traducción parcial del capítulo Anna Livia Plurabelle en Cátedra, si no recuerdo mal), siempre he pensado que esta obra era en cierto modo el punto límite de llegada de una época o de un movimiento: lo que en inglés se llamó Modernism (que ya se sabe que no es exactamente lo mismo que lo que en español se llamó "Modernismo", pero ese es otro tema). Después de una experimentación tan brutal y absoluta con las palabras, con los sonidos, con el léxico, con la propia idea de lenguaje, ya solo quedaba volver para atrás y buscar otros caminos, porque ese estaba agotado, ya no daba más de sí. (Otro límite en esta exploración sería, precisamente, Beckett, al que mencionas en la reseña).

Así que, como dices en la valoración, este libro era necesario, porque era como llegar a la Luna, una frontera que era necesario tocar con los dedos. Pero una vez tocada esa frontera... ya está, ya lo hemos hecho, ¿y ahora qué? Pues a buscar otras fronteras, otros límites, o simplemente otras formas de entender lo que debe ser y hacer la literatura...

Carlos Andia dijo...

Exactamente Santi, es quizá el punto más lejano al que se puede llegar con la palabra escrita, algo que desde luego no satisface necesariamente al lector, como tampoco es satisfactorio, digo yo, pasarse unas horas en el Polo sur que alcanzó Amundsen. Pero había que llegar ahí.

La duda que me queda es si no hubiera sido suficiente pararse un poco antes, porque el libro tiene momentos muy brillantes cuando Joyce parece recogerse un poco.

Pero bueno, es lo que tenemos y siempre estará ahí para quien quiera asomarse al abismo.

Un saludo, maestro.

beatrizrodriguezsoto dijo...

Todos lo conocereis pero me apetece recordarlo:
Lucía, la hija de Joyce, era tratada por Carl Jung. Este, después de leer Ulises pensó que el padre también sufría de esquizofrenia. Jung afirmó que padre e hija se deslizaban al fondo de un río, sólo que él sabía bucear y ella se hundía irremediablemente.

Carlos Andia dijo...

Hola Beatriz. O es simple casualidad, o quizá Joyce conocía el símil de Jung que mencionas, pero el caso es que la imagen del río -siempre el Liffey de Dublín- está muy presente en el libro, desde las líneas iniciales y en distintas formas y metáforas. Tampoco es la única alusión al equilibrio mental de Joyce, porque hubo voces muy criticas en cuanto se fue publicando el Finnegans por entregas bajo el título de Work un Progress. Afortunadamente, no creo que Jung leyese nada de este libro porque su opinión hubiese sido mucho más radical aún. Personalmente, pienso que no hay en la obra de Joyce esquizofrenia ni nada parecido, solo una explosión, totalmente descontrolada, eso sí, de creatividad literaria.

Un saludo y una vez más gracias por tus opiniones.

Anónimo dijo...

Claro que conocía la opinión de Jung y le molestó especialmente por su hija.

beatrizrodriguezsoto dijo...

Así es.Y la opinión de Jung es muy interesante, Quiere decir que Joyce sabría manejar su enfermedad, sus delirios, lo que le pasara e incluso aprovechar esos estados alterados para escribir desde una percepción diferente. Eso significaría que Joyce era muy inteligente para controlar las alteraciones de su mente. Él bebía mucho y tomaba drogas para el dolor de sus ojos, cuando menos. Sabemos de muchos autores alcohólicos que acaso no hubieran podido escribir lo mismo en un estado de sobriedad. Conocí una vez a un muchacho, intoxicado por LSD, que me despreció con altanería porque yo no era capaz de ver los colores con la intensidad conque los veía él, de sentir que volaba por el espacio solo con mover un pie o tener la sensación de que se desplazaba solo moviendo los dedos de una mano.Tuve la seguridad de que él y yo estábamos en dimensiones diferentes.
Un cordial saludo, Carlos.