viernes, 14 de agosto de 2020

Gary Younge: Un día más en la muerte de Estados Unidos

Idioma original: inglés
Título original: Another Day in the Death of America
Traducción: María Luisa Rodríguez Tapia
Año de publicación: 2016
Valoración: recomendable

La tenencia de armas en un país por parte de los ciudadanos siempre es algo controvertido, pues sus defensores y detractores tienen visiones radicalmente contrapuestas y a menudo anquilosantes que hace difícil que se puedan poner de acuerdo. Y Gary Younge, periodista británico del The Guardian, fue consciente de ello cuando fue a vivir a Estados Unidos, un país en el que el derecho a poseer y portar armas está recogido en la Segunda Enmienda a su Constitución.

Las consecuencias de esta enmienda son evidentes, y ya en la introducción del libro, Younge expone el porqué del mismo pues, analizando los datos, constató que, por término medio, en Estados Unidos cada día mueren siete niños y adolescentes por armas de fuego, siendo además la principal causa de muerte de las personas negras de menos de diecinueve años de edad, pero «esas muertes cotidianas no son noticia». Y ahí el propósito del libro: coger un día cualquiera, al azar, buscar los casos de jóvenes que murieron ese día por armas de fuego y contar sus historias. Así, el propósito del libro era «explorar en qué forma vivieron sus cortas vidas, los entornos que habitaron y lo que el contexto de su fallecimiento puede decirnos sobre la sociedad en general». El autor también deja claro en la introducción que este no es un libro sobre el racismo (de media, mueren tantos blancos como negros en esas franjas de edad y en la mayoría de estos delitos la víctima es de la misma raza que su autor) ni sobre el control de armas. Es un libro sobre Estados Unidos y sus niños, «es una fotografía de esa sociedad en que las muertes son posibles como en ninguna otra, y que tiene una cultura política aparentemente incapaz de crear un mundo en el que sean evitables».

Sin pretender en esta reseña entrar en detalle en cada uno de los diez casos expuestos (correspondientes a las diez muertes de menores por armas de fuego que sucedieron en el día que el autor escogió aleatoriamente para escribir el libro), cabe decir que hay casos narrados de manera muy dura, como el de la muerte de Jaiden Dixon, de nueve años, asesinado por su padre. La narración es muy dura y te paraliza, pues la descripción del momento en el que es disparado hiela la sangre. El autor es hábil en poner este caso en primer lugar, pues con él ya arrastra al lector en una vorágine de tristeza y desespero. E incomprensión absoluta. A partir de este caso se suceden el resto, formado en su mayor parte por muertes accidentales o por un ajuste de cuentas entre bandas. El libro es durísimo, porque hablamos de niños asesinados, hablamos de vidas rotas con todo un futuro por delante, niños cuyas familias quedaron destrozadas. Es muy difícil leer este libro, es muy duro avanzar página tras página, sin caer en un pozo de tristeza; es muy complicado seguir su lectura y mantenerse en ella sin romperse.

Más allá de las vidas de las víctimas que sirven para ver la amplitud de situaciones en las que se pueden producir estos asesinatos, la habilidad del autor se demuestra en, a partir de cada una de ellas, dar una visión ampliada del mundo que engloba las armas y analizar qué lleva a una sociedad a encontrarse en esta situación; así, habla no solo de las muertes, sino de familias desestructuradas, de vidas en las calles, de la Asociación Nacional del Rifle, de movimientos ciudadanos para luchar en favor del control de armas, de pandillas y bandas. Así, en esta investigación sobre sus muertes, el autor introduce pinceladas de una cultura y unas leyes que permiten ampliamente la tenencia de armas. Younge elude situarse en una situación equidistante y, amparándose en datos estadísticos y casos reales, se posiciona al tratar de estos aspectos políticos y culturales y nos habla de:

  • la Asociación Nacional del Rifle, de quién afirma que «se trata de construir un estado de alerta que implica asumir e incorporar la idea de que (el robo) puede ocurrir en cualquier momento» para añadir que «los más acérrimos partidarios de las armas hacen todo lo posible para mantener vivo el sentimiento de que el mundo es un lugar peligroso e inseguro»; una afirmación que se sustenta en la visión del consejero delegado de la Asociación que sugiere que deben protegerse ellos mismos porque el gobierno está en declive y no lo hará por ellos. 
  • las redes sociales y su uso, a las que critica por las visiones partidistas e interesadas que se pueden hacer de lo que hay en la cuenta de una persona, así como del riesgo en clasificar las víctimas como ángeles o inocentes, pues establece una clasificación de las víctimas como si no todas tuvieran el mismo derecho a la vida.
  • la importancia de los movimientos estudiantiles que tratan sobre el comportamiento de los jóvenes, para concienciarlos de la importancia de su comportamiento si no quieren acabar en la cárcel o muertos, decirles que «las calles no son su vida, que hay vida más allá de la calle». También Younge nos explica la función de ciertos colectivos que intervienen cuando hay muertos en alguna banda, para apaciguar los ánimos, para evitar represalias, pues el descenso de la violencia es algo que depende a la actitud y un cambio en ella puede significar un descenso de la mortalidad por armas de fuego.
  • la gran tasa de homicidios especialmente de jóvenes negros (diez veces superior a la de los blancos) y que según los mismos afroamericanos se deben a la desintegración de la relación parental en la que «muchos niños se crían solos» y que los padres, también jóvenes, creen que «los niños obtendrán ayuda en las calles», aunque sí nos fijamos en otros países la mortalidad de estos es muy inferior por lo que está claro que la dedicación o educación de los padres hacia sus hijos no parecen ser el motivo principal (algo que el autor tiene claro al afirmar que «aunque los estadounidenses fueran peores padres, no podrían ser tan malos»). Sin embargo, los padres siguen apuntando y afirmando a este discurso autoculpándose. 
  • el racismo innegable en Estados Unidos, pues «los afroamericanos tiene seis veces más posibilidades que los blancos de acabar en la cárcel, el doble de posibilidades de no tener trabajo y casi el triple de vivir en la pobreza». Younge lo complementa aquí con otro tema importante, las desigualdades sociales. «La divergencia entre la riqueza y las rentas de los negros y los blancos es mayor ahora que en 1963 (año de la Marcha en Washington)».
  • la híper segregación de las sociedades como Dallas (una de las dieciséis más segregadas de los EE.UU.), pues, de hecho, cuatro de los diez casos que narra este libro pertenecen a ciudades que corresponden a esta categoría. Los guetos, la discriminación, la marginalización de los barrios, crean escenarios idóneos para que ocurran este tipo de situaciones.
  • la facilidad de acceso a las armas, especialmente en gran parte del Estados Unidos rural, donde «las armas de fuego forman parte de la vida cotidiana, por motivos prácticos o con fines recreativos». «Con tantas armas alrededor, la posibilidad de que ocurra una desgracia siempre está presente». El autor apela a la educación y responsabilidad de los padres, pero también afirma que los niños son muy curiosos a esa edad. El riesgo de que suceda algo, siempre está ahí, pues la vigilancia o rigurosidad en las normas básicas sobre donde deben guardarse las armas y cómo emplearlas se acaba relajando. Porque los niños son curiosos y si les añades el hecho que, según un estudio de 2000, «en más de la mitad de hogares en EE.UU. en los que coinciden niños y armas, las armas no están en un armero cerrado», eso explica en gran parte porque los disparos accidentales son la quinta causa de muerte de menores en EE.UU. y «el 68% de los tiroteos en centros escolares entre 1974 y 2000 se cometieron con un arma que el autor había obtenido en su casa o en la de algún familiar».
  • el periodismo, pues Younge utiliza este caso para narrar su papel y lo poco que interesa informar sobre los niños negros muertos por disparos, no ocurriend igual cuando ocurre en niños blancos. Aquí analiza no sólo el papel del periodismo, sino también el racismo existente en la sociedad, un racismo que excluye a los negros no solo de su mundo sino también de sus intereses. 

Más allá de que como en cualquier libro basado en diferentes historias hay algunas más logradas que otras, la habilidad de Younge se hace evidente al conseguir que nos metamos en la piel de esas familias afectadas por las prematuras muertes y, a la vez, hilvanar e integrar los diferentes aspectos colaterales de las tragedias ocurridas. El relato se sostiene con independencia del fallecido en cuestión, pues más allá de la particular historia narrada, es el sentimiento de desolación, injusticia y facilidad de que ocurra de nuevo el que sobrevuela toda la narración y hace evidente, al menos a los ojos de este reseñista, que el control de armas debe ser mucho más riguroso y que, donde hay armas, habrá muertes, y no siempre en acto de defensa, sino que, a veces, es una cuestión, pura, simple y llanamente, de probabilidad. Y cuando la probabilidad existe, tarde o temprano va a ocurrir. De nuevo. Y será otra joven vida perdida.

10 comentarios:

Lupita dijo...

Vaya tema, Marc:
No voy a leer el libro porque ya leo bastante al respecto y tampoco se puede vivir siempre en el drama.
Colaboro con asociaciones que se dedican directa o transversalmente en la prevención activa del suicidio y los datos avalan esta realidad: a todo lo expuesto por ti, habría que añadir que las 2 /3 partes de las muertes por armas en EEUU corresponden a suicidios, que no dejan de crecer en las dos últimas décadas.

Hay una epidemia silenciosa en nuestra sociedad: la depresión, asociada al suicidio. Si además, hay facilidad para tener armas, aparte de soledad, pobreza, desprotección social y todo lo que has expuesto, tenemos el cóctel perfecto para faciltarle a alguien acabar con su vida.

En fin, muy interesante, y una reseña muy trabajada. Siento la reflexión tan sombría, pero es parte de nuestra realidad.
Saludos

Marc Peig dijo...

Hola, Lupita.
Muchas gracias por tu aportación, pues es cierto que aunque el libro no trate del tema de los suicidios sí es otro factor a tener en cuenta y otra consecuencia colateral de la tenencia de armas.
Y tienes mucha razón en que la sociedad tiende a no hablar de la depresión, aunque tengo la sensación (supero que sea una realidad y no un deseo) que poco a poco este tema deja de ser un tabú y se empieza a hablar de ello.
Muchas gracias por el elogio a la reseña, y por añadir tus siempre valiosas aportaciones.
Saludos
Marc

Ana dijo...

Creo que aunque la temática sea dura , a veces hay que buscar el momento para este tipo de libros . Gracias por la recomendación Marc,lo leeré . Un saludo para los dos

Marc Peig dijo...

Muchas gracias por tu comentario. ¡Ya nos contarás qué te parece!
Saludos, y gracias por leernos.
Marc

1984 dijo...

Excelente reseña. Espigar casos concretos de jóvenes muertos por esta pandemia de la armas en los EEUU resulta muy duro, pero aleccionador, porque las balas siempre llevan grabado el nombre de los asesinados. Conviene insistir en el drama humano de los tiroteos recurrentes en ese país. Desde luego, la libertad de portar armas pone en peligro otras libertades mucho más importantes, empezando por el derecho a circular libremente por la calle sin que un pistolero descerebrado te fulmine de un balazo. Por desgracia, este sencillo razonamiento, que en España parece de cajón, en los EEUU disgusta a muchas personas. Creen que te solidarizas con los delincuentes, queriendo privar a los ciudadanos norteamericanos de su derecho a la legítima defensa. La autodefensa solo es posible con armas. Esta frase exacta me la soltó un amigo norteamericano, de los que llevan pistola en la guantera del coche y tienen armas en su casa.

Por detrás de cada cifra abstracta hay toda una tragedia personal que remite a un problema sociocultural específico de los EEUU. La cultura de las armas forma parte de ese excepcionalismo norteamericano que tan mal se entiende fuera de sus fronteras. La idea subyacente de esta obsesión por las armas es preservar la autonomía del individuo frente al Estado como monopolizador de la violencia. El discurso es que si el Estado controla la armas controla las almas, la libertad de los ciudadanos se restringe frente al gobierno, y también respecto a los particulares más fuertes, con menos escrúpulos y mejor armados. Así que las armas, para muchos norteamericanos, son las garantes de su soberanía individual frente a un poder público del que se desconfía y unos vecinos de quienes se desconfía todavía más. Individualismo puro y duro y con dos pistolas. Por supuesto, también miedo. Porque le llaman libertad para llevar armas, pero en realidad esta “libertad” es esencialmente miedo: al autoritarismo estatal, al delincuente, al afroamericano etc. La norteamericana es una sociedad bastante atemorizada. Y en colectivos desestructurados como el afroamericano las armas son tan comunes que en algunos barrios se extrañan de las personas que no las llevan, tachándolas de cobardes o inconscientes. Además, hay toda una mística alrededor de las armas, un culto malsano a la fuerza, la violencia y la virilidad. El hombre armado es el verdadero hombre, exhibe su pistola como marca de su fuerza machista, de su disposición a actuar de manera expeditiva etc etc. Charles Bronson, vamos. Hasta el momento el derecho constitucional a llevar armas, que se remonta a 1795, no ha podido ser limitado eficazmente, pese a tanto muerto. Es un problema cultural. Se admite que 300 millones de armas en manos de 300 millones de individuos son un peligro real que se cuenta por miles y miles de asesinados. Sin embargo, muchos yankis creen también que limitar las armas es limitar su libertad. Eso va en contra del credo USA, de los fundamentos éticos de su nación, de la sacrosanta Constitución. Discusión zanjada. El derecho a las armas es casi un mito del origen que se confunde con la raíz de los EEUU. Es un círculo cerrado: las armas son peligrosas, de acuerdo, pero es más peligroso prohibirlas, dicen, porque eso implica sometimiento de la voluntad de los particulares al colectivo; y eso es también violencia, no es norteamericano y es potencialmente dictatorial (=socialismo). Así que para esta mentalidad casi anarquista la seguridad personal de cada particular implica la libertad de ir armado. Una sociedad desarmada sería más segura, cierto, pero también menos libre y potencialmente más autoritaria: miedo al excesivo poder estatal. Esto se repite mucho. Además, un hombre que no es capaz de defenderse a sí mismo, a su propiedad y a los suyos, no es realmente hombre etc etc. Una vez más, las armas como símbolos viriles de un machismo estilo John Wayne. El demonio de las armas tiene muy mala solución en EEUU. Los tiroteos continuarán y los muertos seguirán agrupándose en miles y miles de cifras anónimas. Horrible.

Marc Peig dijo...

Gracias por el comentario, 1884.
Respecto a la “pérdida de libertades” que esgrimen los defensores de las armas, en el libro se profundiza más acerca de este tema, pero la reseña ya me estaba quedando bastante larga ;-)
Pero, ya que sacas el tema, en mis notas “preparatorias” de la reseña tengo apuntado lo siguiente, que apunta en esa dirección: “la NRA se opone firmemente a las leyes que restrinjan el acceso a las armas o que se establezcan leyes más estrictas en lo tocante a cómo guardarlas, su control y acceso alegando dificultad en el acceso en caso de necesidad de defender su hogar; últimamente se han diseñado armas inteligentes que funcionan únicamente si se pone un pin en el reloj de quien la empuña, pero la NRA se opone alegando que “no son un elemento de seguridad sino un instrumento de los que se oponen a las armas” y que “abren la puerta a la prohibición de toas las armas que no incluyan la tecnología exigida por el gobierno”.”
Así pues, una vez más, se escudan en la libertad, cuánto probablemente esta supuesta libertad pueda poner en peligro vidas por su mal uso o por accidente.
Saludos
Marc

Marc Peig dijo...

*1984, perdón.
Marc

1984 dijo...

Sí, es muy difícil justificar el control de las armas en un país donde la libertad de llevarlas se considera una especie de derecho natural, del cual el Estado no puede privarte de ninguna manera. Al margen de las cantidades ingentes de dinero que los lobbies de fabricantes de armas se gastan cada año en propaganda y en convencer a ciertos congresistas reticentes de la bondad de ir con dos o tres pistolas por la calle. A más armas en manos privadas, más violencia; y a más violencia, más exigencias de liberalizar el acceso a las armas para defenderse precisamente de esa violencia creciente. Es una lógica perversa y circular.

Todo menos controlar el acceso a los cañones. En Canadá y Australia lo hicieron. El resultado es que hoy tienen proporcionalmente una tasa de violencia muy inferior a EEUU. También disminuyó la tasa de suicidios.

Lo fascinante es la mentalidad de los defensores de las armas. Muchos americanos creen que sus armas forman parte de su ser individual con un fervor casi religioso. Tienen esa idea tan arraigada en sus cabezas que les parece la más lógica y razonable del mundo. Desde niños les familiarizan con el uso de las armas. Su formación humana como futuros ciudadanos de provecho incluye saber cargar, apuntar y disparar. La justificación es que un norteamericano decente y responsable utilizará sus armas únicamente cuando lo necesite para defenderse, de un modo ético, al igual que conduce su coche, trabaja o saca a pasear al perro. Es todo tan natural y cotidiano en la subcultura americana de las armas que da miedo. Para estas personas que unos políticos despóticos les arrebaten sus armas equivale a perder la condición de ciudadanos adultos dispuestos a defenderse valientemente a tiros si su vida, libertad o propiedad se encontraran amenazadas. Desarmarlos es degradarlos. Convertirlos en súbditos. Dejarlos a merced de los criminales. América, la tierra de los libres y valientes, no nació para eso, replican indignados. Curiosamente, esta mentalidad no es nada fascista (como a veces se piensa) sino libertaria. Pero sus consecuencias son nefastas: miles de muertos a balazos cada año.

Un cordial saludo.

Unknown dijo...

Estupenda reseña marc un tema peliagudo... Kempes 19

Marc Peig dijo...

Muchas gracias, Kempes 19!
Saludos, y gracias por leernos y comentar,
Marc