Título original: Fruit
of the Drunken Tree
Año de
publicación: 2019
Valoración: Está bastante bien
El
borrachero es el árbol productor de una sustancia llamada popularmente
burundanga que se caracteriza por anular la voluntad de quienes la consumen, de
ahí que haya sido utilizada por algunos delincuentes para asegurarse la
complicidad de sus víctimas. Fue una entrevista radiofónica a Rojas Contreras lo
que despertó mi interés. Se trata de una primera novela, de inspiración
autobiográfica y contenido histórico, quizá demasiado ambiciosa para empezar, ya
veremos lo que le depara el futuro.
El punto de
partida es autobiográfico, pero la experiencia se distorsiona tanto que puede
considerarse ficción pura. Narra la trayectoria de un matrimonio y sus dos
hijas a finales de los años 80 y buena parte de los 90 del siglo pasado, con el
telón de fondo de los convulsos sucesos que marcaron a la sociedad colombiana
de entonces: entre otros, el asesinato de un candidato presidencial, la captura
y muerte del narcotraficante Pablo Escobar y los grandes desastres que produjo la
actividad guerrillera a todos los efectos. Dos voces están a cargo del
relato: la hija menor de la familia y la preadolescente que contratan como criada.
Esta última resulta algo más creíble, pero Chula, la más explícita y locuaz y a
quien conocemos con solo siete años, resulta un personaje muy forzado. Al ser
ella quien debe poner al corriente al lector acaba convertida en una especie de
híbrido, muy poco creíble, entre criatura alocada y alguien que discurre y está
tan informado sobre las cuestiones de actualidad como un adulto. Por otra
parte, muchos de los sucesos que ya forman parte de la historia la encuentran
casualmente en primera fila. No obstante, como los ojos de una niña tienen un
alcance limitado, apenas se nos dan explicaciones y lo que vemos es confuso y
ambiguo. Recurso este que en realidad no es más que un pretexto para eludir
información relevante sin que se note demasiado.
El resultado
es una trama algo blandengue y previsible –que a veces recuerda a esos relatos
de aventuras protagonizados por adolescentes– a pesar del enorme dramatismo de
los hechos, de que se vive demasiado rápido y las vidas no tienen ningún valor.
Conocemos asesinatos de niños y adultos, evasiones y capturas, secuestros
reales y en grado de tentativa, territorios arrasados, un fuego cruzado
presenciado por dos niños pequeños, alguien que enloquece, palizas, persecuciones,
liberaciones, exilios, vivencias que causan traumas de por vida, una violación
seguida de embarazo. Pero los adultos –que no resultan mucho más coherentes–
viven en un mundo paralelo mientras las niñas campan a sus anchas sin demasiada
justificación. Y es que ni siquiera las relaciones personales están bien
reflejadas, ni se entiende por qué un árbol tan peligroso –eje central de un
episodio bastante delirante– se ha plantado a propósito en una vivienda, menos
aún si en ella hay menores. Es verdad que hay momentos de gran tensión
dramática, que la mayoría de los personajes suscitan simpatía o rechazo, que la
intriga se mantiene la mayor parte del tiempo y que puede resultar bastante entretenida,
pero nada de esto convierte a La fruta
del borrachero en una novela excepcional.
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