sábado, 28 de septiembre de 2019

André Maurois: Disraeli

Idioma original: francés
Título original: La vie de Disraeli
Traducción: R. de Hernández
Año de publicación: 1927
Valoración: Entre recomendable y Está bien

Es algo muy obvio: nadie escribe una biografía sobre alguien corriente, un oficinista, el cajero del súper, la señora del kiosco, un vendedor de seguros (¿un reseñista de libros en un blog?). Puede que sus vidas sean realmente interesantes, que atesoren sufrimiento, amores correspondidos o no, éxitos deportivos o experiencias carcelarias; pero nadie se ocupa de reconstruir esas vidas, darles forma y llevarlas al papel, como no sea un nieto agradecido o un sobrino con vocación literaria y sin inspiración creadora. O tal vez el mismo sujeto, tirando de aquello de la autoficción, en fin. Pero no, las biografías se escriben sobre personas que por algún motivo, bueno o malo, han adquirido notoriedad. Entonces nos planteamos: puesto que la biografía tiene dos vertientes, la personal y la profesional (en sentido amplio), ¿cómo han de combinarse ambas? ¿dónde está el equilibrio óptimo del mix? 

Benjamin Disraeli –también conocido como lord Beaconsfield- fue un político inglés que llegó a primer ministro a finales del siglo XIX. Por tanto, parecería lógico que fuera su figura pública lo que concentrase la atención del biógrafo por encima de otras consideraciones. Sin embargo, el libro de André Maurois se proyecta sobre todo desde su personalidad y su mundo privado, ofreciendo una perspectiva subjetiva en la que parece importar más el hombre que el estadista. Seguramente este punto de vista está condicionado por cierta manera de proceder que actualmente puede parecer anticuada, y sobre todo por la abundancia de material epistolar propia de la época. Pero lo que puede resultar algo chocante tiene –fuese o no la intención del autor- la virtud de explicar algunas peculiaridades de la política en ese país, quizá más distante de lo que a veces pensamos.

Por ambientarnos un poco, Disraeli, hijo de un erudito judío de ascendencia italiana o portuguesa, fue un joven ambicioso y culto que encajaría a la perfección en la definición de petimetre. Completamente ajeno tanto a la rancia nobleza inglesa como a la gran burguesía, el joven Dizzy tuvo siempre muy claro que debía abrirse camino para alcanzar una meta a la que se veía llamado: alcanzar una notoriedad importante en la vida política. Estrafalario, de modales exquisitos y elocuencia admirable, utilizó su atractivo –especialmente con las mujeres- para superar obstáculos hacia la Cámara de los Comunes. Como su vida social requiere fondos que no tiene, no duda en endeudarse para favorecer su trayectoria de trepa, lo que dará lugar a que los acreedores le persigan durante años sin descanso. Astuto y tenaz, irrumpe en la política y, no sin algunos buenos batacazos, consigue derribar primero al todopoderoso Robert Peel y más adelante al no menos brillante Gladstone, dirigiendo al Partido Conservador con el que consiguió algunos éxitos importantes.

Vemos por tanto que la personalidad del sujeto resultó fundamental en el acceso a la política, tan poco receptiva a personajes que no pudieran exhibir títulos o apellidos ilustres. Pero aún dentro ya de ese mundo, Disraeli se muestra como un tipo dubitativo, que se refugia de sus derrotas junto a su mujer, Mary Ann Whyndham, escribiendo novelas mediocres. Las mujeres, ante las que exhibió un magnetismo especial, tienen siempre un papel determinante en el itinerario político y personal de Disraeli porque si sus relaciones en la etapa de dandy le ayudaron a prosperar, y su esposa le dio después la estabilidad que necesitaba, en sus últimos y más exitosos años fue la propia reina Victoria su principal apoyo. La relación entre el único primer ministro judío que ha tenido el Reino Unido y la reina que marcó toda una época, fue al parecer tan estrecha que Maurois desliza, muy veladamente, que pudo haber algo más –seguramente algo limitado a lo platónico- que un buen entendimiento entre los dos más altos cargos del Estado.

Otro aspecto interesante que se desprende del enfoque personal que destila el texto es la relevancia que en la política británica tiene la personalidad de los líderes. Es algo que tal vez ha permeado sobre otras culturas políticas en que la ideología ha definido tradicionalmente a los partidos por encima de sus dirigentes: son estos los que, a veces por tacticismo y otras por convicciones personales, guían a sus organizaciones a veces más allá de sus principios tradicionales y en ocasiones incluso en contra de ellos. El partido tiene a lo sumo una orientación vaga, pero es el líder el que lo arrastra, a veces alcanza con él la gloria, otras lo conduce al desastre, y así quedan en la Historia grandes nombres de dirigentes que, al menos desde fuera, es difícil identificar de qué lado de la política venían, y otros que tras trayectorias deslumbrantes fueron barridos por cuestiones aparentemente nimias.

Todo esto está muy presente en la biografía de Disraeli, como seguramente encontraremos unos cuantos ejemplos similares en personajes mucho más recientes y conocidos por todos. De forma que esa perspectiva algo peculiar que observábamos en el libro de Maurois hace posible conocer a un tipo bastante singular y nos da pistas para entender mejor algunas peculiaridades del sistema político británico, ahora que vamos a tener un poco más lejos a los súbditos de su Graciosa Majestad.

P.D: No me resisto a comentar muy brevemente una cuestión que tiene también que ver con el libro. Estamos habituados a leer trabajos sobre muy diferentes países, personajes y situaciones históricas, escritos por historiadores o estudiosos ingleses o franceses. En mi opinión esta capacidad de salir al exterior, interesarse por lo que ahí se encuentra y profundizar en su estudio es uno de los rasgos que definen el carácter universal de estas dos culturas. Algo que desgraciadamente es mucho menos frecuente en otros casos.

8 comentarios:

Juan G. B. dijo...

Hola y dos cositas, tan sólo:
1-La verdad es que vienfo fotos del tipo, cuesta imaginarlo como "castigador" de las damas, pero bueno, las inglesas siempre han sido muy peculiares...
2- Me compadezco un poco de los biógrafos (que tanto han abundado en las letras británicas, aunque en este caso se trate de un autor francés) de los políticos que han mandado últimamente en el Gobierno de Su Graciosa Majestad... menuda faena les espera...

Carlos Andia dijo...

Seguramente necesitaríamos algún Valle- Inclàn para describir a algunos políticos británicos, la verdad. Y sobre el atractivo del Sr. Disraeli, el autor recalca mucho lo del rizo que le caía por la frente. En fin, no digo más sobre el físico de nadie, que luego me crujen. Pero lo que parece que contribuía a sus conquistas era más bien su elocuencia, lo cual lo explica bastante mejor.
Un saludo, compañero.

El Puma dijo...

Nuevamente me has hecho viajar en el tùnel del tiempo, Carlos! Esta obra era parte de la Colección Austral y estaba en la biblioteca de mi padre. Lo leí siendo un chaval de no más de 12 o 13 años. Recuerdo que me impactó muchísimo: un judío primer ministro de la misma Inglaterra que había cobijado tanto antisemitismo! Más o menos por la misma época había leído Ivanhoe, novela en la cual la heroína era judía, y por eso mismo ella y principalmente su padre eran víctimas de tremendas vejaciones...

Gracias otra vez y enhorabuena por la reseña!

Carlos Andia dijo...

Ay, amigo Puma, soy el arqueólogo del blog, el que disfruta sacando a la luz incunables perdidos en el fondo de las alacenas... Y mi ejemplar de este libro, como supongo que el tuyo, se ve bien retratado en la imagen, con esa cubierta de tonos naranja que era un poquito disuasoria porque eran casi siempre libros que hablaban de señores desconocidos y muy antiguos. Y también en mi caso el libro llegó a mis manos a través de una especie de herencia indirecta, vamos, entre otro buen número de libros polvorientos y en vías de desencuadernación.

Un saludo, y gracias como siempre por contarnos cosas.

Juan G. B. dijo...

¿Seguro que este señor era judío? A mí dISRAELi me suena a apellido escocés de toda la vida...

Carlos Andia dijo...

No hay que fiarse nunca. Mira el Johnson ese, que es como Trump sin peinar, pero con nombre ruso.

Juan G. B. dijo...

No te lo vas a creer, pero lo que en realidad tiene Boris Johnson es un apellido... turco:
https://www.bbc.com/mundo/noticias-49147644

Carlos Andia dijo...

Pues con contactos rusos y turcos se entiende que sea tan devoto del Brexit, jeje